Siglo XXI

José M. Portillo: «La solución al nacionalismo es el federalismo»

El historiador bilbaíno José M. Portillo Valdés acaba de publicar ‘Entre tiros e historia’, un libro que repasa las negociaciones del Estatuto de Gernika. Con balas incluidas.

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16
mayo
2018

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Dice el historiador José M. Portillo Valdés (Bilbao, 1961) que durante la Transición fue muy común hablar de autonomías de primera y de segunda: «En realidad, habría que haber incluido una categoría más, de primerísima, en la que solo estarían dos comunidades: Euskadi y Navarra. Fueron las únicas en las que, además del máximo nivel competencial, vino a sumarse la existencia de una Hacienda propia en cada provincia y de un régimen fiscal privativo, el Concierto Económico». Este catedrático de Historia Contemporánea acaba de publicar ‘Entre tiros e historia’ (Galaxia Gutenberg), donde relata esa etapa de diseño constitucional en la que hubo, sobre todas las partes del debate, dos elementos disonantes que perturbaron el clima de entendimiento y condicionaron los pactos: la legitimación histórica y, más ruidosa aún, la violencia política, a cargo de una ETA neonata. Así se avivaron las teas del nacionalismo.

ETA acaba de anunciar su disolución definitiva. ¿Qué dimensión histórica tiene este acto?

Empezó ya en 1978 como un grupo terrorista muy alejado de la política, e igual ha terminado. El comunicado es cualquier cosa menos político. Lo certifica que, el suyo, empezó como un discurso militar y rápidamente se convirtió en un discurso terrorista. El único calado político se resume en una sola frase: «Procurar una república socialista independiente vasca», que es como no decir nada. Han terminado de la misma manera. Lo que me parece más extraño es que determinados grupos colectivos, o incluso sindicatos como la UGT hayan ido a arropar un acto así.

Es un grupo terrorista que ha marcado la agenda informativa muchas décadas, pero la sensación, ahora que desaparece oficialmente, es que la sociedad ha pasado bastante.

Efectivamente. Nos da la medida del acierto de ese eslogan que surgió tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco: «Sin pistolas no sois nada». Han dejado de matar hace años, y cuando quieren darle cierta solemnidad a su disolución, a la gente no le afecta absolutamente nada. Hay mucha gente joven en Euskadi para quienes ETA es algo del pasado, que ni siquiera han vivido. Los periódicos tienen que contarlo, después de 50 años de terrorismo, pero el impacto social, incluso en la sociedad vasca, ha sido prácticamente nulo.

«El Gobierno actual no va a solucionar los nacionalismos»

Hubo una ETA política, que incluso participó en la votación del Estatuto de Autonomía del País Vasco de 1979, el Estatuto de Gernika.

Sí, porque al final del franquismo la banda hizo un recorrido del terrorismo a la política, incluso crearon un partido político, que terminó siendo Euskadiko Ezkerra. Pero lo importante de ese episodio es que con la disolución de ETA político militar en 1981 podría haber acabado el terrorismo, y habernos ahorrado todo el sufrimiento que vino después. Pero parte de los militantes, entre ellos un señor que se llamaba Arnaldo Otegi, formaron un grupo que se llamaba bereziak, que quiere decir «los especiales», y decidieron continuar con las armas. Tomaron esa senda y continuaron hasta 2015.

Los derechos forales contemplados en el Estatuto de Gernika, que otorgan competencias, como la Hacienda, a cada provincia vasca, ¿son injustos para el resto de España?

Hay dos verdades. Visto desde el punto de vista del derecho constitucional, sin ningún tipo de duda es injusto. No hay otro lugar de España donde exista un derecho fiscal prácticamente independiente, y en cada provincia, coordinado por el Gobierno Vasco desde el Consejo de Finanzas, que es lo que le permite contar con más recursos per cápita de los que cuenta cualquier otra región de España. Pero vayamos a la segunda verdad: no sería productivo suprimir eso, sino hacer todo lo contrario. Lo más inteligente es extenderlo al resto de España. Y eso nos llevaría al federalismo, que sería la salida constitucional más lógica. No sería fácil porque llevaría a un replanteamiento global de la fiscalidad. En términos fiscales, el País Vasco está confederado, pero si lo extiendes, es federalismo.

Un Estado federal es una propuesta muy ambiciosa, más hoy en día. En la Transición había más predisposición al diálogo como vía de entendimiento entre partidos. Hoy, eso, prácticamente no existe.

Desde luego, con la tela que hay, es difícil cortar este traje. Hoy tenemos un auténtico conflicto con la Constitución. Podría ayudar a solucionarlo, para empezar, que tuviéramos otro tipo de Gobierno en España. El actual no va a solucionar el problema nacionalista. Pero uno que no estuviera formado por un solo partido, sino por varios, podría desatascar las cosas.

«ETA pudo desaparecer pero parte de los militantes, entre ellos un señor que se llamaba Arnaldo Otegi, decidieron continuar con las armas»

Cuando dices «las cosas» te refieres también a Cataluña, supongo.

El error es que se ve como un problema catalán, pero habría que verlo como un problema de España en su conjunto. No podemos esperar a que las soluciones vengan de los nacionalismos. Es un error esperar a ver qué pide el nacionalismo catalán, o el vasco. España debería tomar la iniciativa y empezar a hacer propuestas de país. Una propuesta que pueda ser atractiva para esas sociedades que mantienen una doble identidad. Como pasa en el País Vasco. Creo que gran parte de la sociedad está dispuesta a mantener dos identidades. Y eso se tiene que trasladar de alguna manera a la Constitución. No veo en España líderes con honesta capacidad de convencimiento.

Estamos muy lejos de eso. En los noventa, Arzalluz llegó a definir a Aznar como «un castellano noble». Y Pujol siempre tuvo una suerte de complicidad con el Gobierno central. Un acercamiento así, hoy en día, hablemos de Cataluña o Euskadi, suena a ciencia ficción.

Podemos irnos a casos más extremos, como la Transición. Entonces sí que había problemas que parecían insuperables, por ejemplo un Ejército que estaba siempre a punto de un golpe de Estado y al final lo intentó. Y la presión de los restos del régimen franquista que seguían activos en política y no querían que se cambiara nada. El ambiente en el que se movían Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y Manuel Fraga era mucho más hostil. Y sin embargo lograron realizar un experimento político y constitucional de un nivel que hoy, los líderes políticos que tenemos, ni se llegan a plantear. Primero por las posiciones radicalizadas, pero sobre todo, porque miran siempre a lo que va a ocurrir electoralmente dentro de cuatro años. No se puede proponer un sistema federal si con el otro ojo estás mirando cuánto vas a subir o a bajar en las encuestas de intención de voto del día siguiente. Así te limitas muchísimo políticamente. Y deberían tener más amplitud de miras, porque llega la hora de rearticular la Constitución de España, que parece que ha agotado el ciclo del 78.

El PNV, hoy, es el único partido que parece estar al margen de las crispaciones.

Creo que vio el abismo bajo sus pies con el procés de Cataluña. Les dio vértigo porque, para el PNV, una crisis de país de tal calado sería una catástrofe. Tienen la lección aprendida del periodo del lehendakari Ibarretxe, cuando propuso lo de la nación adherida al Estado, que acabó en un descalabro electoral. Y fue la única vez que no han gobernado en Euskadi, y el Parlamento Vasco pasó a manos del PSOE y el PP. Pero hay que verlo con cautela. Esto no quiere decir que el PNV no esté esperando a, en un momento determinado, plantear una reforma del Estatuto de Gernika para acercarlo más a la independencia. Lo que algunos del entorno llaman la nación foral.

Más allá del Plan Ibarretxe, al PNV siempre lo ha caracterizado su pragmatismo, que antepone a reacciones viscerales, por más que lleve la independencia en su ideario.

Sí, es un partido que siempre ha tocado tierra. Hay una cosa que lo define: junto con la de Ángela Merkel, es la única formación europea que no ha sido arrasada por la crisis.

Hablando de Europa: Euskadi es la región con más autonomía de la Unión Europea. Al menos, sobre el papel. ¿Es justificable que se reclamen más competencias?

El nacionalismo vasco coincide con la mayoría de los movimientos nacionalistas en una cosa: la honestidad. No ocultan su aspiración, que es llegar a un Estado independiente. Dicho esto, Euskadi tiene 64.000 millones de euros de PIB, que no es poco, pero no es una cifra suficiente ni razonable para, a partir de ahí, crear un Estado nuevo, con todas las dificultades que conlleva dentro de Europa. Y ese es el pragmatismo del PNV, que se puede resumir en una frase: «Dentro del Estado español, vamos a aspirar a lo máximo». Y ahí es donde debe entrar el debate político. Pero yo pienso, como vasco, en una vinculación federal antes que una confederal. El confederalismo es muy conservador, tenemos experiencias históricas terribles, como los sudistas de Estado Unidos, o los conservadores suizos.

«Con su PIB actual, Euskadi no puede plantearse la independencia»

¿Qué aportaría el federalismo a nuestro modelo actual?

Tiene una virtud. Sirve de pegamento, de cemento para unir. A mí me interesa España, y por eso me gustaría que fuera un país en el qué dejáramos de discutir en qué idioma enseñamos, y discutiéramos qué es lo que enseñamos, que es lo importante. Pero para eso tenemos que solucionar un problema constitucional, y en ese ámbito es donde se puede debatir. Y para debatir, hay que empezar a hacer propuestas.

En el Estatuto de Gernika aún quedan más de 30 competencias por transferir, como la gestión de aeropuertos, carreteras, etcétera. Y se firmaron hace más de tres décadas. Eso da alas al nacionalismo vasco.

El problema está en un artículo de la Constitución española: el 150.2, según el cual el Estado puede decidir la transferencia de competencias que le pertenecen a una Comunidad Autónoma, porque considera que así van a ser mejor desarrolladas. Por ejemplo, se ha aplicado en Euskadi para la transferencia de impuestos sobre hidrocarburos. Eso da cierto margen de maniobra sobre lo pactado y, por tanto, el problema es del diseño constitucional español. Aunque ha sido bueno para el avance del país, no creo que sea bueno que hoy el sistema político, constitucional, quede abierto. Es mejor que esté delimitado. Y eso es el federalismo, que cierra este tipo de debates. Establece claramente cuáles son las competencias de unos y de otros, y evita estar discutiendo cada semana sobre este asunto.

Estados Unidos es un ejemplo claro. Y Alemania.

Efectivamente. El Estado de Tennessee no discute cuál es su competencia respecto al Gobierno en determinado asunto. Sabe y asume perfectamente lo que le corresponde a cada uno.

Pero el diálogo siempre es positivo.

No es que esté en contra del debate. Pero sí de los debates permanentes que impiden hacer política. El que gira siempre en torno a si somos un Estado, una nación o muchas naciones, qué idiomas hablamos… Esa discusión debería estar cerrada hace tiempo. Y respetar las conclusiones para empezar a funcionar como país. Sea del modelo que sea.

En la época de la Transición había en España en torno a un 25% de desempleo, y en Euskadi era casi la mitad. Y ahí empezó el movimiento independentista, y se reclamaban los dictados de Sabino Arana con más fuerza que nunca. ¿Los nacionalismos son insolidarios por definición?

A veces, se desarrollan en regiones desfavorecidas pero con estructuras complejas, como el caso de Irlanda, pero no es lo habitual. Normalmente, se desarrollan en zonas ricas. Hay un caso curioso, como el de Noruega. No llegó a fructificar, pero hubo un amago de partido nacionalista en su zona oeste, que casualmente, es donde están los yacimientos de petróleo. En España los ejemplos son clarísimos: Cataluña y el País Vasco. Tienen riqueza y burguesías potentes, ilustradas, con algunos medios de comunicación a su favor. Esos sectores de la sociedad, aventajados, son los que promueven estos movimientos para separarse de las regiones pobres.

¿El federalismo equilibraría la balanza?

Es igualitario. Porque obliga a la solidaridad, que pasa a ser un asunto político, no de la caridad.

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