Derechos Humanos

La España solidaria ya no lo es tanto

En la década de los ochenta, nuestro país se fue consolidando como un auriga en la política internacional gracias a su cooperación al desarrollo. ¿Qué queda de esa España solidaria?

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09
abril
2018

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En la entusiasta década de los ochenta, España se fue consolidando como un auriga en la política internacional gracias a su contribución oficial al desarrollo de otros países. Durante los años noventa, años en los que amenazaba en lontananza la tempestad que nadie quiso tomar en serio, la sociedad civil española salía a las calles para protestar a pulmón abierto contra la desigualdad, la exclusión social y la pobreza, con la que ningún gobierno parecía comprometerse en serio. Sufrida la crisis y advertidos esos primeros «brotes verdes» de los que nos hablan, ¿qué queda de la cooperación al desarrollo patria? Hablamos con Miguel Ángel Villena (Valencia, 1956), periodista experto en la materia, que acaba de publicar ‘España solidaria’ (Gestión 2000).

Como diría el Rey de Corazones en ‘Alicia en el País de las Maravillas’, empecemos por el principio. ¿Somos solidarios, los españoles? «España, entendida como la sociedad española, es muy solidaria, entre otras razones porque, hasta hace apenas un par de generaciones, ha sido un país emigrante. ¿Quién no tiene una referencia cercana de un familiar que tuvo que emigrar en busca de trabajo, de una vida mejor? Sobre todo a otras partes de Europa, del norte de África y de Latinoamérica. Por no hablar del exilio republicano. Esa emigración ha provocado en la sociedad española un sustrato solidario con los países pobres o en vías de desarrollo», explica Villena.

Una solidaridad impulsiva

Oficialmente, la cooperación española para el desarrollo comenzó en la Transición, si bien se había ejercido bajo distintas formas de relación (científica, cultural y académica), con especial arraigo en América Latina. Y fue en 1982 cuando España se consolidó como donante neto en materia de cooperación. Seis años después, se creó la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID).

En 1982, España se consolidó como donante neto en materia de cooperación

Pero, ¿somos solidarios ‘todo el tiempo’ o practicamos una solidaridad impulsiva, encendida por el arrebato? «Partiendo de que España tiene una sociedad muy solidaria, hay que matizar que ejerce una solidaridad estímulo-respuesta, un tanto compulsiva. Se mueve por un terremoto, por la ola de refugiados, por lo que sea, se vuelca, pero le cuesta mantener esa solidaridad, y ahí es donde hay que trabajar, en intentar convertir esa solidaridad en un maratón, no en un sprint. Ahí reside nuestro déficit, a diferencia de otras sociedades como las de los países nórdicos, Alemania o Francia, que son países también solidarios pero donde la gente se asocia mucho más en organizaciones no gubernamentales, fundaciones, sindicatos, etc. Eso, aquí, en España, sucede bastante menos, no solo en materia de cooperación, sino en general», continúa el experto.

En 2006, se constituyó el Fondo para el Logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (F-ODM), y la generosidad mostrada por España no tuvo precedentes: el Ejecutivo de Zapatero invirtió más de 900 millones de dólares en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Esta ayuda apoyó 130 programas en cincuenta países, beneficiando a millones de personas. Porque la solidaridad no es sólo lo que nos cuentan los medios de comunicación: desastres naturales, guerras o conflictos. La cooperación internacional abarca educación, sanidad, cultura, medio ambiente, igualdad de género, arquitectura…

«La mayor inversión ha ido a temas de sanidad, educación y medio ambiente-agua. Los dos primeros son dos campos capitales en cualquier cooperación al desarrollo, pero España, en materia de medio ambiente-agua se ha convertido en un país muy pionero y avanzado, para el que creó un Fondo del Agua hace alrededor de diez años, porque el agua es instrumento fundamental para el desarrollo, no sólo para la agricultura. También destaca nuestra aportación a la igualdad de género, que tiene que ver con los cambios que hubo en la primera década de este siglo: la Ley de igualdad y la Ley del matrimonio homosexual, que situó a España como un referente en este tipo de temas».

¿Cuáles son las preferencias solidarias de España? América latina y el norte de África, especialmente los países más pobres de esas regiones: Centroamérica (Ecuador, Perú, Colombia) y Marruecos, Mauritania, Argelia.

Una ayuda esquilmada

Antes de la crisis, España capitaneaba la solidaridad internacional. Pero, ¿qué ha ocurrido tras la crisis? «Baste un dato: en 2010, todavía con Zapatero como presidente de Gobierno, la ayuda española al desarrollo llegaba al 0,47 por ciento del PIB, y se aspiraba a alcanzar aquel famoso 0,7%. El año pasado, esta ayuda se situó en el 0,14%. De acuerdo, está la crisis de por medio, pero tampoco en los gobiernos de Aznar, ejemplo de bonanza, creció la cooperación al desarrollo, todo lo contrario, se estabilizó».

La crisis ha obligado a muchas ONG a desaparecer

Y si se esgrime el argumento de que ante la crisis hay que recortar, ahora que parece –nos cuentan con cifras- que remontamos, habrá que retomar el asunto y revertir esa situación en la que ha quedado la cooperación al desarrollo. «Aparte de que se trata de un imperativo moral, la cooperación al desarrollo supone reforzar la política exterior de un país y crea puestos de trabajo. Hay mucho de economía intangible en ella. La cooperación contribuye al prestigio de un país, supone un refuerzo de su política exterior, de sus relaciones comerciales, culturales, etc. Hasta hace veinte o treinta años se decía que la política exterior de un país se basada en dos ‘D’, diplomacia y defensa, pero en los últimos años se añadió una tercera ‘D’, la del desarrollo. No es casual que España, en los años de gobierno de Zapatero, tuviera una presencia y un peso internacional mucho mayores que antes y que después; y eso tiene un efecto multiplicador sobre la economía y sobre la sociedad».

No hay que olvidar que la crisis ha obligado a muchas ONG a desaparecer, reducir sus plantillas o fusionarse con otras para poder subsistir. Así que este experto aboga por que sean los diferentes gobiernos los que retomen su compromiso con la cooperación, a pesar de las líneas trazadas por algunos países. Como Estados Unidos, claro. «En los últimos años, en EEUU y algunos países europeos se está dando un proceso de aislacionismo o de poco multilateralismo, de poca apertura al exterior, y eso afecta a una potencia media como España. Las diferencia entre Obama y Trump son indudables, y ambas tienen un efecto dominó sobre el resto de potencias».

El perfil del cooperante

Hay que distinguir. Cooperantes profesionales. Voluntarios. El cooperante es aquella persona encuadrada en una administración pública u ONG y que vive de ese trabajo, que no depende en exclusiva del gobierno central, ya que la cooperación es una materia descentralizada, así que puede depender de ejecutivos autonómicos, de ayuntamientos o de universidades.

«La sociedad española ejerce una solidaridad estímulo-respuesta, un tanto compulsiva»

El número de cooperantes españoles aumentó entre 2014 y 2016 en 278 personas, alcanzando la cifra de 2.842. El número de voluntarios, en cambio, ha descendido el último año en unos 300.000, según datos del Observatorio de la Plataforma del Voluntariado. Actualmente se calcula que tres millones y medio de personas ejercen la solidaridad en nuestro país. Los centros educativos son el principal agente de transmisión del voluntariado: 8 de cada 10 personas voluntarias de entre 14 y 24 años recibieron información en las propias aulas; después, las familias, seguida de los medios de comunicación y de las amistades. Pero más del 60% de la población española no colabora con ninguna causa social.

«El cooperante en España se ha profesionalizado mucho, por fortuna; ahora hay másteres de cooperación al desarrollo en bastantes universidades. El perfil suele ser persona de una formación media, con una carrera universitaria técnica, con un gran componente solidario (porque no te dedicas a esto por encontrar un trabajo, hablamos de una ocupación muy vocacional), personas muy preparadas y con una visión amplia del mundo, internacionalista».

«El voluntario, en cambio, tiene un perfil mucho más amplio, supone un conjunto casi infinito porque, o bien colabora económicamente con alguna ONG, o bien destina parte de su tiempo libre o de sus vacaciones en participar en campañas de ayuda al desarrollo. Su aportación en amplísima», remata Villana al tiempo que espolea a cada uno para no permanecer indiferente. «Hay muchas personas que necesitan de nuestra ayuda». Y recordamos a Homero cuando dijo, hace tanto, aquello de «llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga».

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