Opinión

La próxima frontera

Con los muros del individualismo aún por superar, Albert Figueras recorre los límites de las barreras que separan a los seres humanos en el libro ‘La próxima frontera: ¿Qué nos hace humanos?’

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23
marzo
2018

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En 1927, hace 90 años, el escritor Stefan Zweig publicó un libro titulado Momentos estelares de la humanidad. El texto recoge la noticia de algunos personajes y algunos episodios de ese gran viaje del ser humano. En estos 90 años el ser humano ha pasado por guerras (una de ellas, con el lanzamiento de bombas atómicas), se ha avanzado mucho en el tratamiento de algunas enfermedades, especialmente las infecciosas (aunque también han aparecido nuevas enfermedades, como el sida, y ha aumentado la incidencia de cáncer). Asimismo, se logró llegar a la Luna y hemos cambiado completamente la manera de comunicarnos.

Llegar a ser verdaderamente humanos significa adoptar un concepto ancestral expresado en idioma xhosa: ‘ubuntu’, soy porque tú eres

Esta reflexión toma una relevancia especial en 2017, un momento en el que las fronteras y los muros cobran una dimensión social extraordinaria de consecuencias humanas y económicas enormes: desde hace un par de años, refugiados procedentes especialmente de Siria se amontonan en Turquía, en algunas islas griegas como Lesbos o Cos y en las costas italianas; las tranquilas aguas mediterráneas se han convertido en una tumba de la vergüenza del siglo XXI. En el otro lado del planeta, el nuevo presidente electo de Estados Unidos de América asegura que construirá un muro para evitar la llegada de inmigrantes mexicanos a ese país.

Como especie, partimos de África en búsqueda del conocimiento, siguiendo caminos de libertad, y nos encontramos habitando un mundo cada vez más pequeño, movidos por invisibles leyes de mercado y bajo un control que, hace veinte años, pensábamos que solo estaba en la imaginación de algunos escritores amantes de distopías. Y llegados a este punto, quizás sería el momento de que cada uno haga un ejercicio para tratar de encontrar respuestas a algunas preguntas. Sugeriría pensar: «Como especie, ¿qué nos falta?» o bien: «¿Qué se puede mejorar para conseguir vivir mejor?». No es un planteamiento pesimista, ni mucho menos. El camino recorrido y los avances técnicos, sanitarios y de conocimiento logrados son enormes; únicamente se trata de estar alerta para poder dar a las generaciones futuras una respuesta reflexionada en momentos de pérdida de referentes y frente a una plausible deriva llamémosle totalitarista en un mundo anegado por información no siempre veraz y movido por un dios con nombre de divisa o aspecto de tarjeta de crédito.

Respuestas seguramente habrá tantas como millones de humanos poblemos la Tierra en este momento. Sin embargo, quizás se puedan agrupar en dos grandes ámbitos: el personal y el colectivo.

En el ámbito individual, la respuesta que me parece más saludable pasa por cuidar las islas de libertad, esos espacios donde la persona se encuentra consigo misma o con otros humanos para tener de nuevo referentes y pensamiento propios, relaciones auténticas, lugares donde no exista la prisa y se aparque la superficialidad. En las islas de libertad, lo revolucionario es sacar un mapa y darse el lujo de perderse en la ciudad, leer a Stendhal, a Faulkner o a Chéjov por puro placer, retomar el hábito de las sobremesas de verdad de vez en cuando, escuchar música en vivo, practicar activamente el hábito de la lentitud y, en definitiva, olvidar esta costumbre windows en la que hemos convertido la vida, ese tener diez ventanas con tareas distintas siempre abiertas, todas empezadas o pendientes y ninguna terminada. ¡Ah, y devolver esas islas de libertad a los niños!, olvidar la pluriocupación veinticuatro horas al día que pretendemos darles, para facilitar que recuperen esa capacidad tan intrínseca del ser humano que es la imaginación, la creatividad. Aburrirse y aprender a aburrirse es bueno y necesario. Las redes sociales y los gadgets tecnológicos están muy bien, siempre que nuestra vida física no se convierta en una vida virtual y, por tanto, en una vida que se desvanece en el momento en el que se nos acaba la batería del móvil.

En las islas de libertad, lo revolucionario es sacar un mapa y darse el lujo de perderse en la ciudad

Y, en el ámbito colectivo, quedan muchos puntos por los que preocuparnos, aunque quizás todos ellos podrían solucionarse si nos tomamos en serio esa asignatura que tenemos pendiente como grupo: llegar a ser verdaderamente humanos, como sugiere Eudald Carbonell, convertirnos definitivamente en el Homo sapiens humanus. Comentaba que este hito solucionaría muchas de las otras necesidades que tenemos como especie, porque siendo verdaderamente humanos, nos preocuparíamos de los que no tienen, de los que no están sanos, de quienes se ven obligados a emigrar debido a los problemas derivados del cambio climático… Y nos ocuparíamos de cuidar el entorno y la gestión de los recursos naturales, porque es la única salida razonable, aunque ello significase borrar del diccionario palabras como «crecimiento incesante» o «ganancias ad infinitum».

Sí, probablemente significa desterrar el «yo» a favor del «nosotros», pero es que lo dice un concepto ancestral africano que se expresa con una palabra en idioma xhosa: ubuntu, soy porque tú eres o, dicho de otro modo, solo cuando tú seas, yo seré.

Me doy cuenta de que, tras recorrer toda esta historia, quizás nos quede todavía una frontera por cruzar, una frontera que está muy cerca y es accesible, pero aún no hemos logrado atravesar porque los muros son altos, de roca lisa y resbaladiza. Todavía debemos cruzar la frontera del individualismo, la del «yo» que nos mantiene aferrados al ego, a la vanidad. Ese es el verdadero viaje, si queremos empezar a escribir un futuro con dignidad y para todos.

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