Opinión

‘Knock out’ al machismo

«El papel que nuestra sociedad ha reservado a las mujeres modernas resulta entre quimérico y esquizoide», escribe Pablo Blázquez, editor de Ethic.

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12
febrero
2018

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«Este siglo es el de las mujeres». Cuántas veces habremos oído, o incluso formulado, esta afirmación, convertida ya en lugar común para cualquier biempensante que se precie. ¿Somos acaso tan ingenuos para pensar que la superioridad académica que las mujeres han demostrado desde que en los países occidentales se generalizase su acceso a las universidades servirá para quebrar ese techo –no de cristal, sino de acero blindado– con el que, antes o después, chocan tras incorporarse al mundo laboral, especialmente cuando llegan a la antesala de los puestos de máxima responsabilidad y cuando les toca cruzar ese río que pasa por conciliar la maternidad con su carrera profesional? Mientras los virtuosos de la corrección política se pierden por las vainas del lenguaje inclusivo, la realidad, que siempre es mucho más brutal y esclarecedora que cualquier artificio perpetrado para sonar bien en un mitin, nos arroja a la cara la contundencia de los datos: habrá que esperar hasta el año 2133 para eliminar la brecha económica entre hombre y mujer. Lo dice el World Economic Forum, a quien nadie en su sano juicio se atreverá a juzgar como una organización subversiva de inspiración feminazi.

«El papel que nuestra sociedad ha reservado a las mujeres modernas resulta entre quimérico y esquizoide»

El papel que nuestra sociedad ha reservado a las mujeres modernas resulta entre quimérico y esquizoide. Tienen que sobresalir profesionalmente, acariciar esa fantasiosa idea del éxito que entre todos nos hemos encargado de forjar, ser unas madres pluscuamperfectas y salir siempre estupendas en las fotos que rulan por Instagram. Este cuento de hadas poscapitalista genera lógicamente mucha frustración. Y, entretanto, las webs y revistas dedicadas a la mujer se encargan de alimentar al monstruo, publicando cuentecitos para no dormir sobre mujeres líderes: «Carlota es la CEO de SúperWowen Corporation, todos los días desayuna tofu con mandanga, hace 10 kilómetros de running y, tras una maratoniana jornada de reuniones y conferences call, recibe una sesión de coaching meditacional, hace una pirueta y cae de pie y bien peinada en la puerta del colegio para recoger a sus hijos». El relato se pierde en su inconsistencia y, en la página siguiente, una marca de lujo muestra a una modelo con aspecto enfermizo que parece que va a fallecer en cualquier momento por inanición.

«Yo me niego a que tengamos que esperar a 2133 (es decir, ¡115 años!) para conseguir la igualdad de género»

Cuando ponemos el foco en el ángulo más brutal del machismo, vemos que es una tragedia difícilmente digerible que monstruos como Weinstein o Bill Cosby hayan campado durante tanto tiempo a sus anchas, blindados por una coraza de intereses, poder, miedo y vergonzante silencio. Resulta, además, delirante que un machista tan burro y soez como Trump sea, no ya jaleado por las masas, sino elegido democráticamente para controlar la sala de mandos más potente del planeta. Y es perturbador y preocupante que la adolescente a la que esa piara de cerdos violaron en los San Fermines, y a la que dejaron tirada en un portal tras robarle el móvil, haya tenido además que soportar ciertas acusaciones. Por supuesto, más allá de esa brutalidad extrema, la lista de agravios e injusticias cotidianas resulta interminable. Yo me niego a que tengamos que esperar a 2133 (es decir, ¡115 años!) para conseguir la igualdad de la mujer. No nos bajemos del ring: hay que sacudir y noquear para siempre al machismo. Se trata de defender los derechos de nuestras hijas para homenajear así a nuestras madres. Y esa pelea tenemos que ganarla ya.

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