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Juego de escaños

En el libro Juego de Escaños, la cronista parlamentaria María Rey indaga en qué momento los caminos de la calle y de los políticos empezaron a bifurcarse.

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09
octubre
2017

La democracia representativa, como toda la política, está siendo cuestionada por los errores cometidos durante años de conflictos sociales y económicos. Es mejorable, pero sigue siendo útil y aún imprescindible para organizar nuestra convivencia en libertad. En el libro ‘Juego de Escaños’ (Península), la cronista parlamentaria María Rey indaga en el origen de la herida abierta en la soberanía popular, en qué momento los caminos de la calle y de los políticos empezaron a bifurcarse y qué debe cambiar para acercarlos.

Quizá la lección política más importante que el parlamentarismo español ha aprendido de este tiempo convulso se resume en una frase que escuché a la diputada socialista Soraya Rodríguez: «La vida no es este Patio». Así reclamaba a sus compañeros de partido que traspasasen las vallas del Congreso y saliesen a la calle a escuchar a los votantes para ver en qué les habían fallado y qué debían cambiar.

Esa afirmación es aplicable a todos los partidos y a quienes en nombre de ellos hacen política a diario desde dentro del Congreso y el Senado. La vida no es el Patio de la calle Floridablanca, junto a la carrera de San Jerónimo, en el que periodistas y políticos intentamos arreglar el mundo con apasionadas discusiones. Nos damos y nos quitamos la razón unos a otros, pero no son esas razones las que rigen el día a día en la mayoría de los hogares. De este tiempo de cambio quizá muchos hayan entendido por fin que para que nadie pueda volver a gritar «No nos representan» a las puertas del Congreso, estas no pueden permanecer cerradas a la vida. Cerradas a los patios.

En Sol empezó…

La indignación contra la clase política se cocinó en la madrileña Puerta del Sol, a menos de diez minutos caminando en línea recta desde el Congreso de los Diputados. No hablamos de la primavera de 2011, sino de mucho antes, del inicio del verano de 2004. Las víctimas del atentado del 11 de marzo se presentaron ante la puerta del Congreso para exigir que se les permitiese estar presentes en la comisión. Recogieron firmas, 12.500, para apoyar su petición. Los papeles con sus nombres siguieron como tantas otras veces el cauce “reglamentario”, el del olvido.

Las normas de seguridad no permiten concentraciones en el perímetro más cercano al Congreso, así que las víctimas fueron desalojadas y se instalaron en la Puerta del Sol. El 15 de diciembre de 2004, Pilar Manjón, aquella mujer con aspecto frágil, con dificultades para mantener un tono de voz audible sin perder la compostura, leyó su discurso durante una hora y 36 minutos. Hubo palabras duras: «Ustedes han hablado de circunloquios y periferias. Han hablado de ustedes. De nosotros, no. Esta comisión debía ser de toda la ciudadanía y ustedes se han apropiado de ella para hacer política de patio de colegio». La rivalidad política, el ajuste de cuentas, condicionó la mayoría de las jornadas de trabajo, que sirvieron para alimentar la bronca política.

Y en Sol se consolidó

[Años después], los indignados del 15-M acamparon durante semanas hasta el mes de agosto, cuando fueron desalojados aprovechando el despiste veraniego. Pero el movimiento ya había fraguado; se estaba organizando. Se había abierto un debate sobre la gestión de lo público, sobre el modelo político que reclamaba una parte de la ciudadanía. Fuera de la plaza continuaron las asambleas, debates y movilizaciones. Para muchos parlamentarios aquello era un movimiento pasajero que tenía más que ver con la crisis económica que con la participación política. Muy pocos se asomaron a la Puerta del Sol y los que lo hicieron fueron recibidos con gritos y abucheos. El sociólogo Manuel Castells mantiene que la actitud durante décadas de los dos grandes partidos es la que ha permitido construir nuevos liderazgos extraparlamentarios. Algo inimaginable muy pocos años antes de eso que se llegó a llamar Spanish Revolution.

Llega el cambio

Lo peor, tras las fallidas elecciones de diciembre de 2015, era la evidencia de que unas nuevos comicios traerían más de lo mismo: la necesidad de un pacto. Por eso políticos y periodistas nos aferrábamos a cualquier fórmula matemática que permitiese, con apoyos o ausencias, investir a un presidente de Gobierno. «¿Tú hoy que ves?» Así arrancaba cada jornada de trabajo. Buscando complicidades y nuevas teorías en los pasillos, el comedor o frente al espejo del cuarto de baño. Alguien llamó “pedalear” a esa actividad incesante de construir y destruir sucesivas teorías políticas alimentadas por nuestro estado de ánimo: «Hoy veo Gobierno», «hoy veo elecciones».

política

Dentro del Congreso el tiempo siempre ha avanzado más despacio que en la calle. En pleno reinado del fax, en los años noventa, el Parlamento se seguía comunicando mediante telegramas.

Con la llegada de los nuevos diputados el cambio de costumbres obligó a comprar nuevo mobiliario en la cafetería del Congreso. Los recién llegados venían dispuestos a cumplir el horario de Pleno. Cinco minutos antes de su inicio, la cafetería y el comedor se vaciaban. La consecuencia de esas prisas era que al tener menos tiempo para comer todos buscaban una solución rápida en el bar. Hubo que poner más mesas y taburetes y reforzar el equipo de camareros que vivían cada jornada al borde del infarto. De repente aquel lugar era uno de los rincones más interesantes del país. Todos pasaban por ahí: Pablo Iglesias, Pedro Sánchez, Albert Rivera… y, por supuesto, Diego, el bebé de Carolina Bescansa, siempre con los ojos bien abiertos.

Aquellos meses fueron un cursillo acelerado sobre usos internos del parlamentarismo para los recién llegados. Discutían ante los micrófonos a cara de perro y a continuación negociaban amigablemente la agenda de la siguiente semana. No entendían cómo, minutos después de ver cómo se hacían maniobras para dejarles fuera en alguna cuestión importante, podían recibir llamadas de sus adversarios en un tono de lo más cordial. Hubo mucho de “postureo”, ese horrible palabro que se instaló en el lenguaje político, pero al margen de apariencias estaba claro que apenas nadie se entendía con nadie.

Manuel Marín, designado presidente del Congreso por Zapatero en 2004, considera que «los vicios de la política se retroalimentan con los de la información. Ya no es necesario un discurso, si no rellenar los espacios de los medios. Desde la mañana hasta la noche se reparten los mensajes en función de las citas mediáticas: desayunos informativos, tertulias, espacios de noticias… El discurso se ha sustituido por el canutazo». El canutazo es el término con el que los periodistas de televisión nos referimos a una declaración breve. Para Marín, en esa búsqueda de notoriedad en los medios, muchos se han dado cuenta de que «el alarido es más eficaz que la cortesía».

Algunas sugerencias, señorías

El Parlamento español necesita cambios, modificar sus leyes internas y afrontar sin complejos las necesidades que les plantean los ciudadanos. No solo tienen derecho a saber cuánto ganan los diputados o cuánto gastan en viajes. Si hay que concretar quién asiste a cada Pleno, dónde están los ausentes, quién es recibido en los despachos, qué piden las asociaciones de vecinos y también los lobbys, pues se cuenta. Solo con la transparencia se recuperará la confianza y solo desde el conocimiento de lo que hace el Parlamento volverá el respeto.

No necesitamos que pasen cinco horas sentados en su escaño si en ese tiempo pueden dedicar un rato a atender las necesidades de una asociación de ciudadanos. Pero es importante que podamos saber siempre qué hacen y con quién se entrevistan. Llegó el momento de no seguir aparcando esa ley que debe regular el papel de los lobbys en la vida pública.

Descubre qué se fraguaba en los pasillos del Congreso en el texto completo.

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