Derechos Humanos

Una estafa de película

HBO acaba de estrenar un filme sobre el caso Madoff, producido y protagonizado por Robert de Niro. Repasamos el fraude piramidal mas sonado de la historia.

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15
junio
2017
Bernie Madoff

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Las biografías de villanos, cinematográficas o literarias, suelen buscar una suerte de redención en el personaje o, al menos, que su lado más humano empatice con el espectador. En el caso de The wizard of lies, la película sobre Bernard Madoff protagonizada y producida por Robert de Niro para HBO, no hay ni media concesión: el estafador que se hacía pasar por reputado asesor de inversiones, y arruinó a sus clientes con pérdidas de más 65.000 millones de dólares, se presenta como un ser oscuro y soberbio. Esto se refleja claramente en una frase del personaje que, incluso después de haber destrozado a miles de familias -incluida la suya-, y ya entre rejas, sigue empeñado en liberarse de parte de culpa: «El problema es la avaricia: todos querían más y más».

La suya es la típica historia de alguien que se hace tan grande que pierde el contacto con la realidad. Nacido en Nueva York en 1938, desde los años ochenta se convirtió en un gurú de Wall Street, fue miembro activo de la National Association of Securities Dealers, organización autorregulada en la industria de activos financieros norteamericanos, y principal impulsor del desarrollo del NASDAQ, el prestigioso mercado de valores de empresas tecnológicas que él mismo llegó a presidir.

Enseguida se ganó la fama de multimillonario hombre de familia, de educación exquisita y filántropo, y se convirtió en el gestor favorito de los ricos inversores de Florida y Manhattan. Fundó la empresa Bernard Madoxx Investment Securities LLC, que tenía por un lado las funciones de corredor de bolsa, donde trabajaban la mayoría de sus empleados, y otra área, la de asesor de inversiones, donde focalizó su fraude: una estafa piramidal. Básicamente, consistía en pagar la rentabilidad de unos clientes con el dinero colocado en el fondo por otros, y así sucesivamente. Cuando se rompía este delicado equilibrio, aconsejaba invertir más a algunos de ellos, a los que hacía creer que debían sentirse afortunados porque les estaba dando información privilegiada. No había una base de liquidez que lo sustentara, todo se basaba en una mentira.

Esta actividad la realizaba un empleado de confianza (el único realmente consciente del fraude) desde una pequeña oficina destartalada, que quedaba eclipsada en las inspecciones de la agencia federal de supervisión de los mercados financieros (SEC) frente a las fastuosas instalaciones donde operaban los brokers. Y fue posible gracias a la existencia de los ‘hedge founds’: una modalidad de inversión privada en bolsa gestionada por sociedades profesionales como la de Madoff, que cobran comisiones sobre los resultados. Están al margen del público mayoritario, puesto que requieren cantidades mínimas de inversión muy altas, solo al alcance de las cuentas más hinchadas. Madoff captaba a sus clientes en los entornos más exclusivos imaginables, clubes y eventos a los que siempre era invitado por la inmensa fama que lo precedía.

En 2008, sucedió la tormenta perfecta: varios clientes coincidieron en reclamarle reembolsos por valor de más de 7.000 millones de dólares. Madoff intentó, a la desesperada, que otros incrementaran sus inversiones para poder cubrirlo, pero fue en vano. A esas alturas, agobiado por la que se avecinaba, había perdido su estoica serenidad a la hora de mentir, y muchos sospecharon ante su manifiesto nerviosismo. El castillo de naipes se vino abajo y, finalmente, el estafador decidió entregarse al FBI. Se lo comunicó a su familia, y les pidió una semana para dejar resueltas las economías de su mujer y sus dos hijos. Estos últimos trabajaban en el área de corredores de bolsa que Madoff usaba como tapadera y, anonadados por el cambio radical de los acontecimientos y, sobre todo, de su vida, se adelantaron y acusaron a su padre a las autoridades, para evitar que los declarasen cómplices (nunca se demostró que tuvieran conocimiento de su práctica ilegal).

Hay un dato que conviene matizar: aunque el fraude fue de más de 65.000 millones de dólares, el dinero robado a sus clientes fue de 20.000. La primera cifra se corresponde a rentabilidad total que Madoff prometía. La segunda, con el dinero perdido por sus víctimas. Con todo, Madoff dejó en la calle a miles de familias, y devastó la suya: su mujer y sus hijos se convirtieron en foco de las sospechas iracundas tanto de los afectados como de los medios y, por ende, de la sociedad en general. Tanto es así que su primogénito no pudo evitar la presión y decidió acabar con su vida, ahorcándose.

Bernard Madoff fue condenado a 150 años de cárcel. Su mujer (interpretada en la película magistralmente por Michelle Pfeiffer) dejó de visitarlo tras el suicidio de su hijo. Hace poco, Madoff declaró a la CNN que, a sus 75 años, en prisión no se vive tan mal como esperaba. «Gano 40 dólares al mes limpiando teléfonos y ordenadores, leo mucho, y creo que mis compañeros me respetan». Admite que nunca es capaz de despertarse más tarde de las 4 de la mañana. «No porque me obliguen, sino por la imagen de la muerte de mi hijo», declaró al medio.

The wizard of lies retrata todo esto desde la crudeza que da la cotidianidad, en el día a día de la familia de Madoff, tanto de aquella semana crítica, como los dorados tiempos pretéritos en que vivían una mentira. El hilo conductor es la entrevista que la periodista del New York Times, Diana B. Henriques, le realizó en la cárcel. Lejos de mantener distancias con el entrevistado, la reportera (que se interpreta a sí misma en el filme) lo llevó una y otra vez a la esquina del cuadrilátero de su propia moral. En vano. Cuando le preguntó si se sentía responsable de la muerte de su hijo, todo lo que acertó Madoff a responder fue: «La prensa ha sido más condescendiente con asesinos múltiples que conmigo. Sinceramente: ¿Le parezco un psicópata?».

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