Diversidad
Menores transexuales, cuando el género se opone a la expectativa
De las 4.459 personas atendidas en 2014 en España por las ‘unidades de género o atención a transexuales’, el 10% eran menores.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2017
Artículo
¿Y si quien consideras tu niña habla de sí mismo como él, a pesar de tener cuatro años? ¿Y si ‘tu niño’, que apenas tiene seis años, quiere vestir con falda? ¿Están las familias preparadas para acompañar a sus hijas e hijos en el proceso de tránsito social? ¿Es necesario operarse los genitales para vivir plenamente la identidad sexual? ¿Dónde acudir para recibir la información adecuada? ¿Está obligado el colegio a respetar la decisión de identidad de un menor?
«Desde que mi hija conquistó el lenguaje siempre hablaba de sí misma en femenino. Participaba de juegos típicos de niña, le encantaban los vestidos, las faldas… Para mí fue algo realmente extraño, pero, poco a poco, traté de acompañarla lo mejor posible en su proceso, haciéndome a la idea de que no tenía un hijo, sino una hija, una hija que ahora cumplirá ocho años», explica Rocío Sanz, una de las muchas madres españolas de menores transexuales.
Aunque no hay estudios al respecto, la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis baraja la cifra de que de cada mil niños uno es un niño con vulva, y de cada mil niñas, una lo es con pene. «Los niños no se dan cuenta de que son transexuales, no saben qué es ser transexual, ni sienten que estén en un cuerpo equivocado. No hay trastorno ni desorden. La transexualidad es parte de la diversidad humana y, del mismo modo que puede nacer no trans, naces trans», explica Saida García, vicepresidenta estatal y presidenta de Chrysallis Madrid, además de madre de una niña transexual.
«No hablamos de niños en cuerpos no adecuados. Hablamos de niños cuya identidad sexual no se corresponde con lo socialmente esperado. Estos niños presentan inconformidad con su sexo asignado y desean con ansia pertenecer al contrario, pero son niños como cualquier otro», comenta la psicóloga experta en género Janet Noseda.
La importancia de detectar las señales
En torno a los seis años un niño tiene claro cuál es su identidad sexual y de género. En algunos casos incluso antes. El conflicto surge cuando el menor no siente pertenecer al sexo al que se vincula socialmente su físico y se identifica con el opuesto. «Hay que estar atento a las señales, porque si las pasamos por alto podemos provocar un dolor inmenso en el menor», apunta Saida.
«Para mí todo esto de la transexualidad era nuevo, aunque ahora soy activista, era algo sobre lo que nunca me había parado a pensar. Con mi hija desde muy temprano hubo señales denominadas de género, pero pensaba que los colores están para pintar, igual que los juguetes, la ropa, etc., no le di mucha importancia al principio, porque tampoco tenía nada para comparar o identificar esas señales, hasta que fui consciente de lo que ocurría, y lo asumí con naturalidad», pespunta Saida.
El caso de Rocío fue distinto. Ella trató una y otra vez de reconducir el comportamiento de su hija. «Cada vez que quería comprarse un vestido, la regañaba, la decía que era cosa de niñas, y que él era un niño. Incluso alguna vez llegué a castigarla. En un primer momento me desconcertó la situación, luego me preocupé, teniendo la sensación de que mi hija estaba enferma y, con el tiempo, fui recibiendo toda la información necesaria para prestarle todo el apoyo que necesite».
Cambio de nombre, aceptación escolar
Por lo general, son las madres quienes mejor aceptan la realidad de un menor transexual, aunque cada caso es un microcosmos. «Aunque depende de cada familia, tal y como está organizada la sociedad, el reparto de tareas sigue siendo desigual, y es la madre habitualmente quien pasa mucho más tiempo con los hijos que el padre, por eso es normal que sean ellas quienes observen antes las señales, quienes ofrezcan más confianza a las y los menores y quienes acompañen más durante el proceso», apunta Saida García. Rocío coincide: «Cuando identifiqué las señales se las comenté al entonces mi marido, pero le costó mucho aceptarlo; de hecho, a día de hoy todavía no termina de hacerse a la idea, algo que causa una gran angustia a Irene».
No obstante, según Noseda, «hay una respuesta positiva hacia el niño o la niña transexual, siendo común que lleguen a terapia buscando cómo ayudar a su hijo o hija en transición de género. Esto era algo insólito en otras generaciones, donde había castigo y casi nunca apoyo».
Una vez que el núcleo familiar detecta la situación y la incorpora, hay que lidiar con los colegios. «Hablar con los profesores y explicarles que mi hija vestiría como lo que es, una niña, y que usaría el cuarto de baños de las niñas no fue sencillo. De hecho, aunque la disposición parecía buena, tuvimos que cambiar de colegio. Algunos profesores incluso hacían bromas, sin mala intención, como nos decían cuando íbamos a hablar con ellos, y algunos padres pensaban que mi hija era un monstruo».
«Más que transfobia o prejuicios, o el mayor obstáculo con el que nos encontramos es la ignorancia, la ignorancia sobre la que están fundamentadas las leyes, el sistema educativo, el sanitario… la ignorancia en general. Es cierto que las repercusiones no son las mismas según dónde se produzcan. Por ejemplo, si un pariente lejano al que ves dos veces al año no te trata por tu género y tienes que disociar esas dos veces que la ves no es lo mismo que si en el colegio no te reconocen la identidad, que es mucho más grave, aunque ambas son, al fin y al cabo, agresiones», apunta Saida.
No todas las comunidades cuentan con un protocolo de actuación en estos casos y, al final, se trata de personarse en el centro y explicarles la situación. «Normalmente, con la información que ofrecemos, rigurosa y seria, la cosa suele ir bien, pero depende de la persona que tengas al otro lado de la mesa», concluye Saida.
A pesar de los estereotipos, no hay ideologías ni creencias que ofrezcan posiciones privilegiadas ante esta realidad. Según Chrysallis, hay gente muy de izquierdas a la que le cuesta entender y aceptar la transexualidad, y gente “ultracatólica” que entiende que la transexualidad viene, en última instancia, de Dios, y la acepta con una entregada disposición de ánimo.
El cambio de genitales, lo de menos
Rocío ya ha solicitado en el Registro Civil el cambio de nombre. Aguarda la confirmación. Volvemos a las lagunas legislativas, ya que en España no hay normativa que ampare a los menores transexuales que quieran modificar su nombre. Sí estarán facultados para hacerlo cuando cumplan 18 años, gracias a la Ley de Identidad de Género, aprobada en 2007 por el gobierno de Zapatero. Sin embargo, parece que, poco a poco, se hacen prevalecer sus derechos. Baste un dato: desde Chrysallis se han tramitado alrededor de setenta casos y la gran mayoría han resultado favorables.
Además, para modificar el sexo en el Registro Civil se exigen dos requisitos: un informe médico que acredite que existe “disforia de género” (disonancia entre el sexo morfológico inicialmente inscrito y la identidad de género sentida por el solicitante o el sexo psicosocial), y que quien lo solicita lleve al menos dos años de tratamiento «para acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado». «Tal vez una solución fuera la no obligación de inscribir el sexo de los recién nacidos al nacer, o bien que agilicen este tipo de trámites», comenta Rocío.
En España hay nueve comunidades que tienen unidades de género o atención a transexuales en la cartera pública de servicios: Asturias, País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana, Madrid, Andalucía y Canarias. Según los últimos datos públicos, de 2014, de las 4.459 personas transexuales atendidas por estos servicios, el 10 por ciento eran menores. En algunas comunidades autónomas (Andalucía o Aragón) se financia la cirugía genital, una intervención cuyo coste oscila entre los 15.000 y los 30.000 euros.
«Lo de menos son las cirugías. De hecho, por cuestiones económicas, culturales, personales, solo el 7 por ciento de los adultos optan por esta intervención. El sexo te lo da la identidad, no la cirugía. Mi hija es una niña y es feliz. Si el día de mañana opta por modificar sus genitales, será su decisión, pero no está condicionada a cambiar su cuerpo para sentirse una mujer plena, ese paradigma, por fortuna, está cambiando. La salud es algo mucho más amplio que la ausencia de enfermedad», apostilla Saida.
COMENTARIOS