Opinión

Diseccionando la desigualdad

En los ochenta, la renta media del 10% más rico en los países de la OCDE era casi siete veces mayor que la del 10% más pobre. Hoy, la proporción ha aumentado a diez veces.

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11
febrero
2017

La evidencia deja poco lugar a dudas. La desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza es un tópico de referencia: ha pasado a cubrir lugares importantes en las agendas académicas y políticas. No sería difícil convenir que fue la publicación del libro de Piketty (El capital en el siglo XXI, 2015) la que definió un antes y un después. Pero los trabajos académicos del profesor parisino y algunos otros ya habían sugerido las advertencias acerca de la trascendencia económica y política del desequilibrio desde años antes. Ahora, la economista y politóloga Uuriintuya Batsaikahn se ha molestado en identificar la frecuencia de las referencias en Google al término income inequality en libros en inglés para calibrar la atención despertada. Poco nuevo puede decirse. Por eso quizá sea útil recordar lo que la evidencia ha aportado hasta el momento.

En primer término, el estrechamiento en la desigualdad en la distribución de la renta entre países ha coexistido con la ampliación de la desigualdad en el seno de muchos otros. Desde luego, la mayoría de las economías avanzadas y no pocas de las consideradas emergentes. Con cifras recientes del economista Brian Keeley en un trabajo para la OCDE, en los ochenta la renta media disponible del 10% más rico en los países de esa organización era alrededor de siete veces mayor que la del 10% más pobre. Hoy, sin embargo, esa proporción es de casi diez veces. Cuando incluimos la riqueza, los resultados no son más favorables: en 2012, el 10% más rico de la población controlaba la mitad de toda la riqueza de los hogares y el 1% más rico mantenía el 18%, frente al 3% que mantenía el 40% de los más pobres. En su último libro, el economista Branco Milanovic analiza esa evolución en el contexto de la dinámica de la globalización.

Las causas de esa ampliación son diversas, pero es la desigual remuneración en el seno de las rentas del trabajo la que dispone de mayor poder explicativo. El desempleo es el principal determinante de la desigualdad. El descenso del poder sindical es otro de ellos, pero las brechas en cualificación son la causa más persistente. Y, en este sentido, la desigual formación cobra una importancia diferencial. No es algo que se limite a explicar el pasado. Los avances en la robotización permiten anticipar que ese factor propiciador de la desigualdad va a seguir siendo relevante.

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La tercera evidencia nos remite al impacto adverso de la desigualdad en el crecimiento económico. Es el propio FMI (Causes and Consequences of Income Inequality, 2015) el que más recientemente ha dejado constancia de ello. En esa investigación, se muestra que hacer más ricos a los ricos en un punto porcentual reduce el PIB de un país en 0,008 puntos porcentuales, mientras que hacer a los pobres y a la clase media un punto porcentual más ricos podría elevar el crecimiento del PIB en 0,38 puntos porcentuales. Es decir, que potenciar la renta de los de abajo sería bueno para todos.

Consecuencia de todo ello es el ascenso de la desconfianza, de la desafección respecto al propio sistema económico, y, no menos relevante, la emergencia de opciones políticas que amparan la involución en la dinámica de integración económica. Desde luego en Europa. Por eso, a las evidencias de las implicaciones estrictamente económicas del aumento de la desigualdad hay que añadir las encontradas en otras áreas de conocimiento de las ciencias sociales, desde la psicología a la política.

Del conjunto puede deducirse la prioridad de que las políticas económicas se centren en potenciar el crecimiento económico con el fin de reducir el desempleo, pero también la instrumentación de políticas activas que reduzcan la marginación de los que disponen de bajas cualificaciones. Esto no debería impedir la adecuación de las políticas fiscales a la reducción rápida de esas brechas: a la mejora de las condiciones de vida de los peor tratados, antes y después de la crisis de la que todavía se perciben sus consecuencias.

Emilio Ontiveros es profesor, economista, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI) y consejero editorial de Ethic

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