Cultura

«Hubo un tiempo en España en que creímos que todo se podía vender»

El cine es un arma para hablar de valores. Al menos así lo cree Icíar Bollaín, que acaba de presentar su último trabajo, El Olivo, «un canto al inconformismo» que llega a nuestras pantallas el próximo 6 de mayo.

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27
abril
2016
Iciar Bollain pelicula El Olivo

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El cine es un arma para hablar de valores. Al menos así lo cree Icíar Bollaín, que acaba de presentar su último trabajo, El Olivo, «un canto al inconformismo», según describe en esta conversación con Ethic la cineasta, cuya versión completa podrás leer en el número 26 de la edición papel.

El Olivo, que llega a las pantallas el próximo 6 de mayo, penetra en «esa España que durante un tiempo pensó que todo estaba en venta». Sobre ello –el boom inmobiliario, la corrupción o la atribución injusta de responsabilidades− nos habla Bollaín durante un encuentro en el Jardín Botánico de Madrid.

Para la directora, una de cineastas españolas más pródigas, «hacer cine es siempre un poco quijotada  (…)  Seguimos aquí porque hay gente idealista. Sin ellos el mundo se habría acabado hace tiempo. Además, no hace falta hacer grandes gestas, los pequeños gestos sirven mucho».

En el film, ese idealismo lo encarna Alma, la protagonista, una joven que decide recuperar el árbol de su abuelo, un olivo vendido a pesar de su voluntad a una multinacional alemana. «La historia parte de una noticia real que le llamó la atención a Paul Laverty [el guionista]. La vio en la prensa: sacaban de sus tierras unos olivos milenarios para vendérselos a no se sabe quién, a kilómetros de distancia, para decorar jardines y colocar en rotondas. Hablamos de unos árboles que son paisaje, que son patrimonio de todos», cuenta Bollaín.

El abuelo de Alma −un actor no profesional con unas manos que parecen las raíces de sus árboles− lo resume en una frase: «Ese olivo ni siquiera es nuestro. Es de la historia y a nosotros nos tocó cuidarlo». Conmueve cuando dice: «El árbol no tiene precio». ¿Todos tenemos un precio?, preguntamos a Bollaín. «Sí», contesta rotundamente: «Durante unos años hubo un expolio de nuestro país. En un momento de la película, en un paseo en moto de dos de los protagonistas, se aprecia esa locura de estructuras de hormigón a medio hacer y abandonadas a lo largo de toda la costa. Sí. Creímos que todo se podía vender, y esa idea la estamos pagando hoy, unos más que otros», puntualiza. «La idea de un olivo anciano viajando al norte de Europa es un cuento con muchas connotaciones. Es la venta y comercialización del árbol típicamente mediterráneo, del aceite, del campo, de nuestra tierra…».

El Olivo es casi una fábula, que recuerda a La Caverna, de Saramago, y a aquella pareja de viejos que se resiste a la construcción de un centro comercial en sus tierras. Tiene también los trazos de ternura de La sonrisa etrusca, de Sampedro, por la relación de sangre y vida entre abuelo y nieta. De acuerdo con las palabras de la directora, «es una historia pequeña con muchas cosas detrás: tiene también humor y drama; hay un viaje pero no es un road movie. Además, El Olivo no es un sermón; es cuento muy actual».

[Podrás leer la versión completa de esta entrevista en el número 26 de la edición papel de Ethic]

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