Innovación

Changemakers: innovar para cambiar el mundo

Las empresas sociales se han multiplicado a raíz de la crisis. Situaciones extremas han propiciado modelos de negocio que buscan soluciones para la sociedad y el medio ambiente.

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17
febrero
2016

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El mero hecho de emprender un negocio, sean cuales sean su actividad y sus objetivos, ya tiene una vertiente social, en cuanto a que genera empleo y riqueza. Pero los emprendedores sociales van más allá: «No se limitan a fundar empresas; fundan cambios», define Luis Berruete, coordinador de Creas, una organización que apoya la inversión de proyectos que impactan en necesidades que tienen que ver con el medio ambiente y la sociedad. «No hay que hablar de ventajas económicas, sino de otras cosas menos tangibles: las motivaciones personales, porque aquí no inviertes tu energía y tu talento para ganar dinero, sino para mejorar una situación».

Alfred Vernis es profesor de Estrategia y Dirección General de Esade y director de Momentum Project, un ecosistema de apoyo al emprendimiento social impulsado por BBVA. Considera que la distinción fundamental respecto al emprendimiento tradicional está en el valor que propone: «Para un emprendedor, parte de servir a unos mercados que puedan comprar un producto o servicio determinado para obtener un beneficio para él y sus inversores. En cambio, el valor de un emprendedor social está relacionado con una transformación positiva en la sociedad. Los emprendedores buscan consumar un impacto social muy definido. En el acto de creación, comparten muchos aspectos con los emprendedores ordinarios, pero difieren en su misión fundamental. El motor de la creación de una empresa social es el impacto social, no la aventura empresarial».

El objetivo del emprendedor social es cambiar el mundo, mejorarlo, mitigar las injusticias y desigualdades, hacerlo más sostenible. No es una figura nueva. Si echamos la vista atrás encontramos iniciativas que datan del siglo XIX, como la de Florence Nightingale, que fundó la primera escuela de enfermería en Inglaterra para modernizar la profesión y mejorar el trato a los pacientes, y a quien muchos contemplan como una pionera en este tipo de empresas. Lo que sí es reciente es la consideración del emprendedor social como figura: el término se acuñó por primera vez en los años 80, y en estas tres décadas ha ido evolucionando y ganando entidad.

Según el último informe GEM, observatorio del emprendimiento en España, el porcentaje de empresas creadas con fines sociales y medioambientales es de los más bajos de Europa, solo el 0,53%, mientras que en Islandia supera el 4%. Sin embargo, son datos matizables: el último estudio data de 2009, justo cuando estalló la crisis. «Precisamente eso provocó que surgiera más innovación y más conciencia en valores, aparecieron muchos modelos disruptivos y el número de emprendedores sigue creciendo año tras año», afirma Maira Cambrini, portavoz de Ashoka en España, la mayor red internacional de emprendedores sociales. «Somos una organización que apoya esta figura. Durante tres años les damos un estipendio para que puedan dedicarse a su proyecto. Ya tenemos 26, cada año añadimos solo tres o cuatro porque nuestro proceso de selección es muy riguroso, pero te puedo asegurar que cada vez se presentan más emprendedores. Para que te hagas una idea del cambio de paradigma, no seleccionamos el proyecto, sino a la persona, siempre que su objetivo sea resolver una problemática medioambiental, de salud, de educación, etc. Le facilitamos diferentes consultorías, le ponemos en contacto con otras personas de su sector. Mi experiencia es que hay un perfil potentísimo, cada vez más. Y con una capacidad creativa y de reinvención asombrosa. Tenemos a un emprendedor que ha diseñado un videojuego de marcianitos que pronostica la malaria, por ejemplo. Es de Madrid, pero ya se está usando en países del tercer mundo, como Mozambique. La crisis ha agudizado el ingenio, el emprendimiento con conciencia y la capacidad para identificar las necesidades sociales y medioambientales».

Antonio Gallut dirige Lonxanet, una plataforma que gestiona una reserva marina en las costas de Galicia, y que fomenta el diálogo entre pescadores, científicos y Administraciones para su conservación. Advierte de que no hay que olvidar otro de los pilares del emprendimiento social, aparte del medio ambiente y los sectores en riesgo de exclusión: «La educación. Es un factor muy importante porque promueve el cambio social a partir de nuevos modelos de enseñanza. Estamos viendo muchos emprendedores que van en esta dirección». Es el caso de empresas como Valnalón Educa, que impulsa el espíritu emprendedor en la sociedad promoviendo un cambio de mentalidad y actitud en los jóvenes por medio de proyectos para alumnos de todas las edades.

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En definitiva, asistimos a una época de innovación y nacimiento de modelos disruptivos, enfocados a solucionar problemas y mejorar la situación, que logran ser sostenibles en el tiempo: según estudios de la propia Ashoka, el 83% de los 3.000 emprendedores sociales que componen su red internacional continúa trabajando en su idea inicial, el 71% ha influido en las políticas de sus países y el 85% ha logrado un cambio sistemático a gran escala.

Inversiones de impacto

Los emprendedores sociales tienen varias vías para financiarse, ya que en España se está creando un ecosistema en los últimos años que engloba aceleradoras y asociaciones que apoyan la búsqueda de capital para este tipo de proyectos. Es el caso de la mencionada Creas. «Gestionamos inversiones de impacto: social, medioambiental y económico», cuenta su coordinador, «aportamos capital riesgo de la siguiente manera: entramos en las empresas, añadimos valor, vendemos las participaciones y con esa rentabilidad volvemos a invertir en otras empresas sociales». Para Berruete, la inversión en este tipo de emprendimientos «no tiene nada que ver con la inversión socialmente responsable. Es, directamente, inversión social. Cada vez hay más que piensan que está muy bien invertir para ganar dinero, pero mejor aún hacerlo para ganar dinero y generar impacto. También existe el impulso de ayudar a la sociedad entre muchos inversores».

Las incubadoras ofrecen todo tipo de apoyo humano a los emprendedores sociales en los primeros pasos. Un ejemplo es Socialnest. Su fundadora, Margarita Albors, cuenta que su proyecto es fruto de una experiencia personal. «Yo estaba estudiando un máster en la Universidad de Harvard en Estados Unidos, venía del mundo de la ingeniería en la empresa privada, y fui para formarme en gestión empresarial. Me sentía muy afortunada de tener esa experiencia y de estar allí, pero me encontraba con una realidad que no había vivido con esa intensidad en España: las desigualdades sociales. A las mismas puertas de la universidad veía todos los días grupos de personas sin hogar, que dormían allí mismo, o se refugiaban por las noches en la tienda donde yo compraba los libros. Era 2008, acababa de estallar la crisis financiera con la caída de Lehman Brothers. Me di cuenta de que tenía cierta responsabilidad en poner mi granito de arena, de alguna manera. Empecé a informarme y a formarme en esa dirección. Decidí emplear mi formación en la empresa privada en aportar mi capacidad en mejorar el mundo en el ámbito social. Vivíamos una crisis que afectaba a la economía, producida por una crisis de valores».

Desde su experiencia en estos últimos años Albors también considera que el número de emprendedores sociales en España no deja de incrementarse. «Es poco cuantificable, y además hay muchos emprendedores y empresas que ni siquiera son conscientes de que entran en ese grupo. Es muy heterogéneo, porque comprenden diferentes proyectos y formas jurídicas».

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Un sector por regular

Precisamente, una de las principales reclamaciones de los emprendedores sociales es acabar con esa indefinición. «Está muy poco desarrollada la legislación y el apoyo del Estado», denuncia Berruete, «incluso Portugal nos saca ventaja en este sentido, que acaba de crear un fondo de 150 millones para la ayuda a emprendedores sociales. Varias asociaciones estamos intentando, con 10 propuestas, que haya un Consejo Nacional que regule las inversiones de impacto y el emprendimiento social. Nos basamos en las recomendaciones del G8. Nuestra intención es que se recoja en el programa de las próximas elecciones, y que luego se implemente».

La diferencia entre una empresa social y una ONG es que la primera se financia con el producto de su actividad económica, mientras la segunda lo hace por donaciones, públicas o privadas. Con todo, falta un marco regulatorio que la defina y concrete, como reclama Antonio Espinosa, CEO de Auara, una firma de agua mineral que emplea los ingresos obtenidos con su venta en llevar el agua a las zonas con más carestía del tercer mundo. «No hemos encontrado ninguna certificadora en España, estamos en un proceso de certificación con una de Inglaterra. Hay sellos para las ONG o las fundaciones, pero para la empresa social no hay nada parecido en nuestro país. Entre los requisitos que nos ponen los británicos está el de destinar, como poco, el 51% de nuestros beneficios a proyectos sociales (nosotros dedicamos el 100%) y el compromiso de no repartir dividendos». El proyecto de Auara toca los dos palos principales a los que se dirige todo emprendimiento social: las personas y el medio ambiente: «La escasez de agua en el tercer mundo es la base de toda la pobreza. No es solo la que bebes, es con la que cultivas alimentos básicos, la que usas para una higiene mínima, etc. A través del agua podemos cambiar aspectos de una sociedad, esa es la base de nuestros proyectos: acceso al agua potable, saneamiento y agricultura básica».

Noelia López es una de las coordinadoras de Saraiva, una empresa que gestiona residencias y centros de día para personas mayores adoptando el housing, «un modelo que viene de los países nórdicos. Normalmente, el ambiente de estos centros se acerca al aspecto de un entorno clínico, pero nosotros buscamos que la persona se sienta como en su casa. Eso aporta muchas cosas al anciano, le ayuda a envejecer de una forma natural, sin sentir que ha roto con su entorno».

López también echa en falta más regulación y apoyo por parte del Estado. «Explicar que nuestra empresa es la manera de aportar un granito de arena para cambiar las cosas y no para ganar dinero es complicado, a la gente le cuesta asimilarlo. Es una cuestión de cultura. Cualquier tipo de empresa trata de aportar valor. En el caso de las empresas sociales, añadimos al económico –para que sea sostenible– el social o medioambiental. La tendencia es que cada vez hay más emprendimiento social, por eso es necesaria una normativa que nos defina».

Maira Albors, sin embargo, advierte de que una regulación específica para las empresas sociales puede tener sus riesgos: «Podría limitar sus vías de financiación debido a las restricciones de una forma jurídica específica. Ahora, el emprendedor social puede elegir si su proyecto es una fundación, una S.L. o la forma que mejor le convenga para sus objetivos. Hay que legislar, sí, pero con mucho tiento».

Puedes encontrar este y otros reportajes en el número especial sobre emprendimiento elaborado por Ethic y la Fundación EY.

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