Cultura

Combatir la desigualdad: un debate a tres voces

¿Qué sucede cuando unes a un economista de la escuela socialdemócrata, a un liberal y a otro de la izquierda ortodoxa para hablar sobre economía?

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29
septiembre
2015

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Hablando se entiende la gente (ediciones Deusto) es un título oportuno para un libro presentado durante la resaca de un 27-S que, si algo ha puesto en evidencia, es la alergia de algunos dirigentes políticos al diálogo. Pero además de una lectura recomendada para Mariano Rajoy y Artur Mas, Hablando se entiende la gente constituye un ejercicio que bien podrían imitar todos los partidos políticos de cara a las elecciones generales de diciembre.

La economía española puesta a debate entre los economistas Emilio Ontiveros (catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de Analistas Financieros Internacionales), Juan Torres (catedrático de la Universidad de Sevilla) y Daniel Lacalle (analista y asesor político) ha dado a luz a este libro, que se presentó recientemente en un encuentro organizado por la Fundación Rafael del Pino. En él se pretenden remarcar las cuestiones que, más allá de las ideologías, nos son comunes.

Bajo la premisa de Ontiveros de «diferenciar lo urgente de lo importante», atajar la desigualdad que desencadenó la crisis en España es una cuestión prioritaria: entre 2007 y 2011, los ingresos del 10% de la población más pobre bajaron un 12,9% al año frente a la caída del 1,4% para los más ricos, según datos de la OCDE. España, con más de tres millones de personas que viven en una situación de privación material severa –como denuncia Intermón Oxfam en un reciente informe– ocupa el cuarto lugar entre los países más desiguales de la Unión Europea, lo que deja al desnudo la ineficacia del sistema fiscal.

La economía española no es precisamente la que dispone de mayores cargas fiscales de Europa, aunque los tres expertos coinciden en la necesidad de mejorar su eficiencia y su capacidad recaudatoria. En este sentido, Torres apela a desterrar ese «mito neoliberal» que sostiene la idea de mantener los impuestos bajos para crear ingresos.

«La evidencia nos dice que la posición competitiva de las economías no guarda una estrecha e inequívoca correlación con la presión fiscal que soportan sus ciudadanos y empresas», añade Ontiveros, y señala que «entre las economías más competitivas del mundo se encuentran, por ejemplo, las nórdicas, en las que la presión fiscal es relativamente elevada, aunque también existen otras en las que ocurre todo lo contrario, como Estados Unidos».

Lacalle asegura que «los recortes fiscales expansivos son importantes, y los que digan que nunca se han aumentado los ingresos bajando los impuestos, además de despreciar el esfuerzo de los trabajadores y analizar desde una perspectiva recaudatoria cortoplacista, mienten». El analista ve positiva la medida anunciada por el Gobierno para 2015 y 2016 ya que «revierte la subida del IRPF de 2011, apoya a las familias numerosas y mejora la fiscalidad de las empresas para facilitar la contratación».

El debate sobre la desigualdad y la política fiscal injusta conducen al siguiente escalón: combatir el fraude. Mientras Lacalle cree que fiar la obtención de pingües recursos a la lucha contra la economía sumergida es «el cuento de la lechera» y considera un error el «haber llamado austeridad a lo que no ha sido más que moderación del gasto», para Ontiveros la lucha contra el fraude es una condición necesaria para disponer de un sistema fiscal homologable al de las economías más avanzadas, y para que satisfaga las funciones básicas que tiene asignadas: invertir en bienes públicos, en educación y el I+D.

Torres pone el foco en que la mayor parte del fraude fiscal corresponde a grandes empresas y patrimonios, y se lamenta de la escasa capacidad de maniobra con la que España cuenta por estar dentro del euro. «Confiar en la política monetaria en un momento de recesión es una quimera. Las autoridades se han comportado como magos de feria, inyectando dinero que solo iba para los bancos», sostiene. Según el experto, «es como tratar el alcoholismo con unos cuantos whiskies más», ya que «los bancos se han deshumanizado; ahora no son un medio para el cambio sino que se han convertido en un fin en sí mismos».

Además, la desigualdad no es rentable. Lo reconoce la propia OCDE en su estudio Trends in Income Inequality and its Impact on Economic Growth, que muestra cómo la reducción de la composición de las clases medias frena el crecimiento de las economías. «La desigualdad también socava la estabilidad política y contribuye al conflicto, repercutiendo sobre el crecimiento y la pobreza», opina Torres. «Hay que crear proyectos productivos que permitan redistribuir la riqueza».

«Tenemos que tatuarnos en la frente que no queremos volver al año 2007», concluyen. Con este trabajo, los autores no pretenden resolver de un plumazo los problemas de un país maltrecho, porque «no existen recetas mágicas», aseguran. Pero cuando la causa común y el respeto se sitúan en el centro del tablero, se ensancha el camino hacia la reconstrucción.

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