Transparencia

Inversores responsables… ¿Conciencia o estrategia?

Una fábrica textil del tercer mundo se derrumba causando miles de muertos. Una plataforma petrolífera causa un desastre natural de dimensiones inaprensibles. Al mercado financiero le toca posicionarse.

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17
octubre
2014

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En el ensayo La doctrina del shock su autora, Naomi Klein, constataba con datos rotundos que de cualquier crisis, ya sea política, bélica o medioambiental, resulta el escenario idóneo para el enriquecimiento de grandes corporaciones y empresas. Cuando el huracán Katrina asoló Nueva Orleans, por ejemplo, propició una situación inmejorable para, a partir de los escombros, cambiar las reglas y privatizar masivamente todo lo que hasta entonces estuviera gestionado por lo público. El mismo caso se dio tras la guerra de Irak, la de Yugoslavia o el tsunami del Índico.

Aunque el libro es completo y bien documentado, a la periodista canadiense se le quedó una pregunta en el tintero que hubiera complementado muy bien su tesis: ¿qué pasa cuando son esas propias empresas las causantes del ‘schock’? Posiblemente en la época en la que se editó (2007) la respuesta hubiera sido clara: nada, o bastante poco. Hoy habría que matizarla, por una figura inversora que la autora no contempló porque hasta hace bien poco era irrelevante: la ISR, o inversión socialmente responsable, que por primera vez, además de los tradicionales criterios financieros, contempla otros englobados en las siglas ASG (medioambientales, sociales y de buen gobierno).

“Los últimos 7 años los inversores se han sofisticado y han desarrollado una suerte de sensibilidad a los ‘shocks’ de carácter social con las acciones de las empresas de las que son accionistas. Antes de 2008 se podía quemar una fábrica o provocar un vertido de petróleo y los mercados no reaccionaban. Eso está cambiando”, asegura  el director de Desarrollo Corporativo de Forética, Jaime Silos, durante unas jornadas organizadas por Spainsif. Esta asociación sin ánimo de lucro está constituida por entidades interesadas en promover la inversión socialmente responsable en España, y aporta datos concluyentes para apoyar su tesis de que “los inversores están cambiando de mentalidad”: las estrategias de ISR han tenido un crecimiento de sus porcentajes de dos dígitos entre 2011 y 2013, mayor que el del mercado general de inversiones europeo. Además -prosigue el informe de Spainsif-, el 40% de los activos están actualmente sujetos a procesos de inversión que incorporan criterios no financieros. Los mencionados ASG.

¿Qué puede colegirse de todo esto? Que los inversores, ya sea por estrategias de rentabilidad o por concienciación ante un panorama social especialmente complicado, “se están sofisticando, pasando a un siguiente nivel”, según dicen en la asociación. Hay hechos que lo demuestran: los propios accionistas cada vez son menos indiferentes a los desmanes de las empresas en las que participan. El caso de GAP es uno de los más significativos. Hace poco más de un año, el edificio Rana Plaza de Bangladés, que alojaba varios talleres textiles de las principales multinacionales de moda mundiales, se derrumbó como un castillo de naipes, dejando 1.130 muertos y 1.537 heridos. El ruinoso edificio apenas se mantenía en pie, y el desplome se produjo durante una inspección de su estructura en que los trabajadores fueron obligados por sus capataces a mantenerse en sus puestos para cumplir con la productividad diaria. Esto lo convierte en uno de los mayores desastres industriales de la historia.

RanaPlaza

Todas las firmas textiles que fabricaban allí sus prendas, entre las que se encuentran Mango, Inditex o El Corte Inglés, se apresuraron a firmar un fondo de compensación de 71 millones para indemnizar a los trabajadores heridos y a las familias de los fallecidos. “Muchos lo hicieron para salir en la foto, como demuestra el hecho de que un año después solo han pagado la mitad de esas empresas, y no han llegado ni a los 15 millones”, denuncia en el foro de Spainsif la secretaria federal del Sector de Grandes Almacenes de UGT, Cristina Estévez. Hubo empresas con presencia en el Rana Plaza que incluso se negaron a firmar el fondo de compensación. En una junta de accionistas posterior, los inversores de la multinacional norteamericana GAP exigieron a su órgano ejecutivo que asumiera su responsabilidad en la tragedia y la empresa accedió. Se da el caso de que ni siquiera tenía talleres en el edificio derrumbado, aunque sí en otros complejos del país asiático y en condiciones igual de precarias. “La ayuda, proporcionada con otras multinacionales tanto o más poderosas,  significa que cada familia afectada recibirá una compensación de 750 euros, una miseria; pero eso no quita que la reacción de los accionistas maque un hito sin precedentes”, afirma Estévez.

Se da cada vez más el caso, ante un ‘shock’ provocado por una empresa, de que son los propios inversores los que huyen para confiar sus fondos a otra. “La presión de las ONG los ahuyenta, es un hecho”, concluye en el foro de Spainsif Veronica Barron, la portavoz de la consultora financiera Hermes UK, que siguió de cerca el caso de British Petroleum tras el incendio en 2010 de su plataforma petrolífera en el litoral de Luisiana (Estados Unidos). Causó uno de los mayores desastres naturales de la historia reciente, que afectó a miles de habitantes de las poblaciones costeras. “En BP estaban adquiriendo muchas empresas pero no las alineaban con las formas de hacer las cosas de la empresa madre. Por eso los operarios no seguían las mismas normas. La sede está en Londres, pero es una firma muy descentralizada. Faltaba una unificación de cómo se implantaban las políticas en cada centro de negocio”, asegura Barron. Entre otras cosas, el resultado de todo esto fue una alarma de incendios que llevaba meses sin funcionar y que nadie se preocupó de arreglar.

Según la consultora, “muchos inversores, desde tragedias como aquella, salieron de empresas de combustibles fósiles, pero otros se quedan porque es la manera de cambiar las cosas.  Ahora no solo se ocupan de las estrategias de la empresa, también tienden a comprobar qué se hace sobre el terreno. La RSC ha hecho avanzar mucho a las empresas y mejorar la concienciación. Ahora son los inversores y la sociedad quienes deben hacerse preguntas sobre el contenido de esos informes, y plantearlas”.

La consultora ‘senior’ de Morgan Stanley Capital International, Dana Sasarean, pone un ejemplo en el foro de Spansif que ilustra muy bien el caso de un ‘shock’ continuado por parte de varias empresas: el ‘fracking’ o fracturación hidráulica. Consiste en la perforación vertical en zonas rurales con agua a alta presión mezclada con químicos y arena que crean fracturas y liberan el gas natural. El problema surge cuando esos compuestos químicos suben también a la superficie y provocan efectos devastadores en ríos, campos y en las propias poblaciones aledañas. Según  Sasarean, “el número de vertidos ha aumentado un 20% en los últimos años, y menos del 1% se multa. Normalmente son los propios propietarios de los terrenos o los inspectores los que detectan las fugas, no las empresas extractoras”. La tendencia de los inversores en un negocio como este, dice la consultora, debe ser “encontrar empresas que lo estén haciendo bien y exigir información: ¿cómo era la calidad antes de las operaciones y después? Y por supuesto reclamar estudios de impacto medioambiental”.

Tal vez el desiderátum de Sasarean no esté tan lejos de materializarse. El incremento de las ISR es una prueba de que las cosas están cambiando en las exigencias de los inversores. En Spainsif lo tienen claro: “La crisis financiera ha puesto de manifiesto la necesidad de asumir una  filosofía de inversión basada en una mayor transparencia, una mayor  presencia de valores éticos y una mejor y más amplia gestión del riesgo”.

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