Opinión

El lobo en su madriguera

Emilio Ontiveros, catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de AFI, reflexiona sobre la última película de Martin Scorsese, ‘El lobo de Wall Street’.

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08
marzo
2014

Para cualquier aficionado al cine con cierta edad, la firma de Martin Scorsese es mucho más que una garantía de que no vamos a perder el tiempo: es una de las referencias esenciales en la moderna historia del cine. Su obra ha nutrido de respeto a toda la cinematografía estadounidense, enriqueciendo la pluralidad de enfoques que aquella industria nos ha deparado.

Ahí queda mi profesión de fe en el director. En cierta medida es una forma de legitimación de mi crítica a su último trabajo, El lobo de Wall Street.  No me convenció. Claro que me entretuve, pero me pareció demasiado simplificadora, poco descriptiva del verdadero comportamiento de esa especie animal. Y me sobró escenografía de los excesos de aquéllos bróker piratas liderados por Di Caprio.

Son solo unas pocas señales las que ayudan a caracterizar la fauna y la flora de Wall Street, la geografía de los excesos, necesaria para tener una completa visión de ese mundo. Pero la obra, larga por lo demás, habría quedado mucho más completa si el esfuerzo en describir las bacanales de sexo y droga no hubiera sacrificado algo de pedagogía del propio funcionamiento de esa industria, con matices mayores que los escasos que aparecen en la película. Las actuaciones del lobo son casi siempre fuera de la madriguera, sin apenas describir algunas de las prácticas que en mayor medida son parte de la crítica que desde planteamientos más elaborados se han hecho a la codicia y la ligereza, cuando no manifiestas ilegalidades, de algunos de los operadores en ese sector. Lo que haga el lobo fuera de la madriguera puede ser entretenido, despertar curiosidades y todas las variedades de morbo, pero quizás no había necesidad de sacrificar el conocimiento de lo que ocurre en la madriguera: sus prácticas y tradiciones.

De la habilidad y maestría de Scorsese, de su disposición a filmar horas de esa fauna, me hubiera gustado aprovechar más elementos de juicio que me permitieran incorporar esa película en el catálogo de crónicas de los excesos de Wall Street que recomiendo a mis alumnos. O a las que hemos comentado en Cine Crítico, el ciclo organizado por Ethic. Salvo algunos gestos, latiguillos y tics, la sustancia está en otros ámbitos. Ya lo siento.

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