Transparencia

Glass Steagall y los pirómanos de Wall Street

El lobby financiero usó toda su maquinaria desde los años 70 para eliminar la Ley Glass-Steagall, un «vestigio de los años 30» que frenaba, decían, la creación de riqueza.

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11
octubre
2013

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Seguro que muchos de vosotros habéis visto Inside Job, el magnífico documental en el que Charles Ferguson, a través de una mirada que se esfuerza por ser objetiva y distanciarse de ese empaquetado demagógico en el que directores-en-busca-del aplauso-fácil como Michael Moore envuelven sus trabajos, disecciona lo que ocurrió en Estados Unidos antes de la quiebra de Lehman Brothers y del estallido de esa crisis que todavía zarandea las estructuras sociales y económicas de muchos países, incluidos, ya se sabe, España.

[No penséis que me apunto a la versión oficial que hubo en España entre 2007 y 2011 y que culpaba a Estados Unidos de todos nuestros males. Nuestro capitalismo provinciano y castizo tenía suficientes vicios para que el bosque acabara ardiendo: pirómanos inmobiliarios y fiebre del ladrillo, cultura del tocomocho, del sobre y del mercado negro, transparencia cero, cajas de ahorro donde políticos y sindicalistas puestos a dedo y sin experiencia en el mundo financiero campaban a sus anchas…]

Pues fue Inside Job -un trabajo, decíamos, que nos ayuda a conocer mejor cómo se prendió la mecha del incendio financiero internacional- fue el documental que pudimos ver en la segunda sesión de Cine Crítico, el cinefórum creado por la revista Ethic y que en esta ocasión tuvo como invitados a dos buenos amigos de nuestra revista, Emilio Ontiveros y José María Fidalgo.

Cuando uno rasca en los entresijos de la orgía financiera con la que arrancó el siglo XXI, entiende que, aunque hoy exista mucho más riesgo de contagio sistémico, la esencia de esta crisis es la misma que desencadenó la burbuja de los tulipanes en el siglo XVII en Holanda o el pánico en Wall Street en en 1929: la codicia. No me interesa lanzar moralina, pero sí me gustaría, si lo permitís,  trazar una digresión histórica para conectar el pasado con el presente. En 1933, cuatro años después del Crash del 29, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Glass-Steagall, que separaba la banca comercial (la que usa cualquier ciudadano para guardar su dinero) de la banca para inversores (para movimientos en bolsa o mercado de capitales). El objetivo era impedir que se especulara con el dinero que la gente confiaba a los bancos. «Prefiero rescatar a los que producen alimentos que a los que producen miseria», afirmó entonces Franklin D. Roosevelt, quien, además de frases y discursos efectistas, llevó a cabo reformas de calado, algo que por desgracia no puede decirse del actual inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama.

El lobby financiero usó toda su maquinaria desde los años 70 para eliminar esta ley, un «vestigio de los años 30»  que frenaba, decían, la creación de riqueza. Finalmente, en 1999, durante el mandato de Bill Clinton y justo a tiempo para permitir la constitución de la mayor empresa de servicios financieros del mundo, Citigroup, consiguieron derribar esa muralla de contención. El entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, ferviente defensor de la desregulación, tuvo un papel decisivo. Esa misma fe en la mano invisible del mercado la aplicó a esos sofisticados productos derivados, cuyo elevado riesgo era perfectamente conocido y bajo los que se escondían las hipotecas basuras que dinamitaron el sistema.

En 2007, sólo ocho años después de tumbar la Ley Glass-Steagall, que durante más de cuatro décadas sirvió para delimitar las fronteras entre la banca comercial y la banca de inversión, la música dejaba de sonar. Pero no seamos ingenuos, algunos continuaron bailando con el botón en off y amasaron mucho dinero mientras repuntaba el desempleo, las bolsas de pobreza se agigantaban y los contribuyentes pagaban de nuevo la factura. ¿Y lo peor de todo? Que a pesar de la generosa lluvia de dinero público destinado a la banca hasta la fecha ni en Estados Unidos ni en Europa se han llevado a cabo las reformas que, en caso de que empiece a sonar de nuevo esa extraña música, podrían evitar otro festival de la especulación.

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