Opinión

Desorden mundial

«Quizá, lucubra uno, sufriríamos una invasión parecida si mañana Goldman Sachs o Standard & Poor’s decidieran destaponar las cloacas de avaricia sobre las que se ha edificado un sistema en plena deriva antisocial».

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16
noviembre
2012

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No sé si sois aficionados a las series de poderosas productoras norteamericanas como la HBO o la AMC. Yo sí. Soy un consumidor compulsivo. Un adicto a este formato que dicen le resta audiencia a la novela de toda la vida y que ha trazado el camino por donde hoy transita una corriente de puro séptimo arte que evidencia la decadencia de la mayor parte de la producción made in Hollywood. En los momentos de tensión que vivimos durante los cierres de Ethic,  los capítulos de los Soprano, The Wire o Breaking Bad se han convertido en la guarida donde puedo desconectar y reunir fuerzas para rematar ese proceso  tan intenso que es la creación de una revista que tiene por bandera la calidad (Man, if you do it, do it well). Sin estos chutes de arte narrativo audiovisual y sin la comprensión de mis compañeros -que han de soportar mis mutaciones a lo Jekyll y Hyde durante estos días en los que por mis venas parece que en vez de sangre fluye energía nuclear- no sé qué sería, no, de este apasionante proyecto de emprendimiento social.

La guarida en la que me estoy refugiando estos días es The Walking Dead, una poderosa obra audiovisual inspirada en el cómic homónimo de Robert Kirkman y Tony Moore en la que se narra la lucha por la supervivencia de un grupo de personas en un mundo invadido por muertos vivientes. Quizá, lucubra uno, sufriríamos una invasión parecida si mañana Goldman Sachs o Standard & Poor’s decidieran destaponar las cloacas de avaricia sobre las que se ha edificado un sistema en plena deriva darwinista y antisocial. Frente al jet privado del consejo de administración veo una mujer africana recorriendo kilómetros y kilómetros para conseguir agua potable. Tiene heridas en los pies, pero sólo ese agua puede librar a su hijo de una muerte por diarrea o infección renal. Esto no es demagogia. Es una imagen. Y es real. Mira el cielo: el jet privado sobrevuela ahora los rascacielos de tu ciudad. Es un día importante para los consejeros: la aristocracia del dinero tiene que repartirse hoy el bonus de este año fiscal.

Pero hablábamos de The Walking Dead. La complejidad de las relaciones humanas -que se desarrollan en un pequeño grupo, un mínimo reducto social, desconectado por el caos reinante de los otros supervivientes y sumido en su particular diáspora en busca de esa tierra prometida donde poder vivir con dignidad–  es el leitmotiv de la serie. Pero el gran tema de fondo, el debate metafísico que nos plantea, no es otro que la lucha entre el bien y el mal. No es fácil tomar las decisiones correctas en situaciones extremas. Si vamos al trasfondo del asunto, el paralelismo de la serie con la realidad es brutal. Es cierto que la situación que plantea esta ficción es muchísimo más salvaje y desesperada, pero también lo es que ellos tienen un líder de verdad –el sheriff Rick Grimes–, cuya fuerza moral no se ve abnegada ante la espiral de adversidades que juntos han de superar. Su objetivo es proteger a los suyos. Es un tipo capaz de dejarse la piel, imposible de doblegar, capaz de morir en el intento por hacer lo correcto.

¿Podríamos decir lo mismo de nuestros dirigentes? Mucho me temo que no. Cuando estalló el Crash de 2007, en sólo unos meses los países más ricos destinaron 18 billones de dólares para salvar a los bancos, una cifra 120 veces mayor que la que debemos aportar para alcanzar los Objetivos del Milenio. La única agenda de nuestros gobernantes -a quienes les ha pasado lo mismo que al Eduardo de Tim Burton: en vez de manos, gastan tijeras- parece ser la austeridad y el desmantelamiento del sistema de protección social. Aunque es verdad que en los países mediterráneos durante lustros confundimos Estado del Despilfarro con Estado del Bienestar, no parece que ahora estemos sentando las bases para un mundo mejor cuando el dinero sólo brota para parar la hemorragia del omnívoro sistema financiero internacional o para seguir subvencionando a unos partidos políticos y unos sindicatos convertidos en castas y desconectados de la ciudadanía y la realidad social. Nos encontramos en la antesala de un nuevo (des)orden mundial. No me mal interpretéis. No cejo en mi optimismo. Pero ha llegado la hora de librar nuestro Walking Dead particular.

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