Opinión

Arranca el road show electoral

Antoni Gutiérrez-Rubi, autor de la obra ‘La política vigilada. La comunicación política en la era de Wikileaks’, reflexiona sobre las fórmulas de marketing político de los dos grandes partidos, PP y PSOE.

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14
mayo
2011

La campaña electoral de las Elecciones Generales del #20N ha subido un peldaño en intensidad con las recientes convenciones de los dos principales partidos. Primero fue la del PSOE, con su nueva apuesta por el azul telegénico, para reforzar al candidato -como principal activo- y resituar (reducir) la marca y los colores corporativos tradicionales de los socialistas en un momento de baja valoración. Y le siguió la del PP con su escenografía presidencialista y optimista. En el azul característico de los populares aparecieron unas nubes (como metáfora de nuevo horizonte) que recordaban la campaña de Sarkozy de 2007. Curiosamente, en ese cielo limpio del nuevo decorado, ya no aparecen las gaviotas que hace tiempo volaron del mundo icónico de los conservadores.

Las dos convenciones se han pensado como platós audiovisuales, con el objetivo de conseguir -durante un largo fin de semana- un conjunto de imágenes y fotografías totalmente guionizadas y pautadas. Cada detalle cuenta. Y el grado de proximidad física con el líder o el conveniente plano audiovisual de cada dirigente son mensajes cifrados que informan de los roles, equilibrios y protagonismos de poder político.

Las convenciones son, y se conciben también, como espacios de socialización de los líderes con el núcleo duro de sus partidos, con las bases y los barones territoriales.   Son, además, una buena ocasión para la proyección de candidatos in péctore o de aquellos que aún se parten el pecho por estar bien situados, apurando sus últimas oportunidades antes del dramático cierre de listas.

En este caso, hemos visto dos encuentros fuertemente marcados por el protagonismo de los candidatos: Rajoy y Rubalcaba. Y por sus mentores respectivos, Aznar y González. Aunque en la foto del candidato socialista hubo que hacer un hueco –inevitable, aunque con costes demoscópicos- al actual presidente del Gobierno.

Los dos discursos han sido un fiel reflejo de su situación en los sondeos. Rubalcaba, explicándose pedagógicamente e intentado centrar la campaña en los recortes y en los silencios de su adversario. Rajoy, transformándose en el presidente que nunca pareció, a base de lanzar mensajes retóricos que confirmen más que convenzan. Uno, intentando cuadrar el círculo de cómo ofrecer como candidato lo que no llevo a cabo cuando estaba en el Gobierno. Y el otro, tratando de no molestar, no alterar y no despertar a un electorado desanimado (el socialista) y anestesiado (el abstencionista).

A partir de ahora empieza el turno de las visitas de contacto (esas en las que es tan importante lo que se dice como la actitud), con el objetivo de garantizar el corte mediático (esa poderosa frase que en 10 segundos sintetice todo, abarque casi todo y convenza del todo). Y le seguirán los mítines maratonianos y los debates. Las campañas electorales tienen unos ritmos muy marcados. Y previsibles. Es ahora, antes de que todo esté medido, pautado y concertado por las autoridades electorales, cuando existe todavía la oportunidad de competir con mayor flexibilidad, aunque los medios de comunicación tiendan a programar en base a la fuerza política de cada cual, y no en base a la innovación, calidad o ambición de las propuestas programáticas.

Hasta la fecha, no parece que la innovación, en términos de comunicación política y electoral, asome con visos de protagonismo creciente en lo que llevamos de pre-campaña. El hecho de que los dos principales candidatos sean muy conocidos, aconseja, quizás, una gestión más conservadora de su diseño comunicativo para no despistar ni desorientar a sus votantes. Pero la creatividad electoral  y la imaginación comunicativa son, en cambio, una gran oportunidad para el resto de partidos que pueden encontrar sus espacios en base a la sorpresa, la provocación, y la ruptura de lo previsible.

Esta campaña electoral llega en un momento en el que los votantes están exhaustos y agotados. La percusión incesante de noticias negativas sobre la situación económica, así como la constatación de la debilidad de la política formal para ejercer su papel directivo, correctivo y regulatorio frente al desorden financiero, ofrece un escenario nuevo para la evaluación del liderazgo político. Los electores quieren que alguien mande. Y que se haga respetar. La falta de orden es casi peor que la falta de horizonte. Los ciudadanos se asirán, como clavo ardiendo, a quien ofrezca más seguridad. No se buscará, lamentablemente, al mejor candidato. Sino, angustiosamente, al Presidente posible.

El road show electoral se enfrentará a un reallity show descarnado y básico. Nunca, como hasta ahora, la confusión entre lo conveniente y lo necesario se había presentado como un dilema tan claro y tan agónico.

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