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¿La soledad acorta la vida? 

Diversos estudios han encontrado una correlación entre la soledad no deseada y mayores niveles de deterioro en la salud, física y mental y un acortamiento de la vida.

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12
mayo
2025
‘Dos mujeres en la orilla’ (1898), Edvard Munch

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Escribió Voltaire que «la más feliz de todas las vidas es una soledad atareada», una especie de estado del ser inevitable que solo merece ser vivido en su acepción de soledad productiva, capaz de propiciar niveles de reflexión e introspección inéditos y necesarios. Así lo trasladó el filósofo quien nunca imaginó que, en tiempos de conectividad exacerbada, de inmediatez en el relacionamiento, de proliferación de redes sociales, siempre disponibles, siempre comunicados, la soledad fuera a convertirse en un problema de salud pública mundial, como lo describe la Organización Mundial de la Salud. Porque la soledad, productiva o no, está asociada a una reducción de la esperanza de vida.

En España se establece la diferencia entre la soledad a secas y la soledad no deseada. Esta última es la que preocupa a las autoridades pues los hallazgos son cada vez más abrumadores y difíciles de rebatir. Además, el número de personas que la sufren va en aumento. De acuerdo con el último barómetro del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, presentado en junio de 2024 por la Fundación ONCE, el 20% de los adultos que vive en España se sienten solos (una soledad de larga duración) y el 13,5% sufre de soledad crónica.

Más allá de la experiencia subjetiva, con los correspondientes sentimientos de tristeza, angustia y/o sufrimiento, las investigaciones recientes establecen una correlación entre la soledad no deseada con mayores niveles de deterioro en la salud, física y mental y un acortamiento de la vida.

El 20% de los adultos en España se sienten solos

Uno de los ámbitos en los que más se ha profundizado tiene que ver con el desarrollo de ciertas enfermedades, como las cardiovasculares, y cómo la reducción de las relaciones de calidad y el contacto social inciden en un empeoramiento en las condiciones de vida de quienes las padecen.

Ya en 2012, un equipo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard concluyó que las personas con enfermedades cardiacas que viven solas tienden a morir antes que las personas que comparten hogar con otras. La principal razón que dieron es que «los pacientes que viven solos pueden tener más dificultades para renovar sus medicamentos y tomarlos regularmente. Tampoco se les facilita el llamar al consultorio o a urgencias si no se sienten bien y no tienen a nadie en casa».

El estudio fue publicado en la revista JAMA Internal Medicine y contó con la participación de 44.000 personas mayores de 45 años y se extendió durante cuatro años. Los científicos establecieron una mortandad del 7,7% de los participantes menores de 65 años que vivían solos, en comparación con el 5,7% de los que convivían con otras personas. Y aunque parece una diferencia de porcentajes ínfima, es bastante significativa.

Pero fue en 2023 cuando se realizó el metaánalisis más ambicioso jamás acometido sobre este tema. Publicado por la revista Nature Human Behaviour, este permitió sacar conclusiones de una muestra de 2,2 millones de personas. Así, se determinó que, de media, la soledad, entendida como los efectos de vivir solo, incrementa en un 14% el riesgo de mortalidad. Unos datos ya de por sí demoledores que alcanzan el 32% cuando se mide el impacto de la falta de relaciones sociales. El grupo poblacional que sufre las consecuencias de un aislamiento social objetivo tiene un 34 % más de probabilidades de morir por alguna enfermedad cardiovascular.

La soledad incrementa en un 14% el riesgo de mortalidad

Uno de los principales motivos a los que se apunta para explicar este descenso de la esperanza de vida es que las personas que se sienten solas o socialmente aisladas, incapaces de satisfacer sus necesidades de relacionamiento, tienden a tener hábitos menos saludables que las que, en cambio, perciben la calidad de sus vínculos y los fomentan. Hábitos como fumar, el consumo reiterado de alcohol, la falta de ejercicio o la mala alimentación.

Asimismo, la soledad se relaciona con una mayor incidencia de problemas de salud mental, como la depresión, y un incremento en la tasa de estrés crónico para quienes este sentimiento en su versión más negativa se vuelve recurrente.

Y, como si fuera poco, científicos de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, publicaron a principios de este año una investigación que va un paso más allá. Por primera vez, pudieron detectar en el torrente sanguíneo de las personas que sufren de soledad o aislamiento la presencia de 200 proteínas que, entre otras consecuencias, bajan las defensas del sistema inmunológico y elevan los índices de inflamación del organismo. Dos factores que inciden directamente en una peor salud y un mayor riesgo de sufrir un ictus, ataques al corazón, diabetes y otras patologías graves. El estudio encontró que, precisamente, esas proteínas no estaban presentes en la sangre de las personas que afirmaban estar conformes con sus vínculos y no se sentían solas.

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