Educación

Espero que este ‘email’ le encuentre bien

Las máquinas, el lenguaje y la realidad entera son significativas en tanto que hay seres humanos que comprenden su significado. El lenguaje no consiste solo en generar frases de forma coherente sino en comprender su significado. No hay significado sin personas, sin contexto y sin lenguaje.

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20
enero
2025

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En los últimos meses, he recibido un número creciente de correos electrónicos de mis alumnos que comienzan con la frase: «Espero que este email le encuentre bien». Al principio, me sorprendí de lo bien que escribían de repente, así como de sus buenos deseos. Sin embargo, faltó poco tiempo para caer en la cuenta de que esa expresión, tan común en inglés, pero extraña en castellano, había sido proporcionada por ChatGPT.

No cabe duda de que ChatGPT escribe bien. Muy bien, de hecho. Redacta de manera clara, estructurada y gramaticalmente impecable. Tanto es así, que el alumno medio se ve incapaz de corregirle nada al experto lingüista. No es que me preocupe que los alumnos utilicen dicha herramienta, sino que no sean capaces de detectar que esa expresión no es nuestra, ni que tengan capacidad para buscar su correlato en nuestra lengua. Esto pone de manifiesto una forma de ignorancia más preocupante: no se trata de no saber, sino de no saber que no se sabe. O, peor aún, de demostrar que no se sabe al creerse capaces de fingir lo contrario.

En el tercer capítulo de la 23 temporada de Los Simpsons, Homer se compra unas cintas de pedagogía subliminal que, escuchadas por las noches, prometen adelgazar sin esfuerzos. Sin embargo, los trabajadores encargados de hacer el envío, ante la falta de esas cintas, deciden enviarle un ejemplar para enriquecer vocabulario. Homer comienza a utilizar un lenguaje de lo más exquisito que deja a su superdotada hija Lisa boquiabierta. Puesto que no adelgaza ni un gramo, Homer decide dejar el mecanismo hipnopédico, por lo que al final del capítulo lo vemos preguntándole a Marge cómo se llama eso con lo que haces «taca y a comer», a lo que su paciente mujer responde «cuchara». Homer sigue con el mismo peso y la misma ignorancia.

Este episodio de la familia amarilla refleja bien que hacer uso de ciertas herramientas de forma no consciente no lleva consigo la interiorización de dicha práctica. Es decir, que mis alumnos ahora escriban emails o trabajos de forma correcta no significa que estén aprendiendo a escribir de verdad. Por el contrario, todo el ejercicio reflexivo que implica buscar las palabras adecuadas para nombrar la realidad, ayuda a entenderla. Evitar el esfuerzo cognitivo que lleva consigo esta tarea nos vuelve, inevitablemente, más cercanos al intelecto de Homer que a cualquier otro.

¿Quién se atreve a hablar?

El reciente libro de Felipe Muller, Nadie habla. Inteligencia Artificial y muerte del hombre (Eunsa, 2024), aborda esta problemática. Muller analiza desde una perspectiva filosófica cómo los modelos extensivos de lenguaje, como ChatGPT, hablan sin la intervención de un sujeto consciente. Inspirado en teorías de Foucault, que conoce bien, sostiene que estos modelos producen lenguaje de manera autónoma, sin una referencia directa a la realidad o a una intención comunicativa humana. Su conclusión es que para que haya lenguaje no se necesita que haya un sujeto. El ensayo es breve, pero incisivo. Plantea cuestiones sobre cómo los seres humanos nos relacionamos con el lenguaje y qué implica para nosotros su existencia. ¿Es el lenguaje una máscara, una ficción de lo que somos, o una ventana que nos abre a la realidad?

¿Es el lenguaje una máscara, una ficción de lo que somos, o una ventana que nos abre a la realidad?

Es inevitable seguir haciéndose preguntas tras cerrar las páginas de Nadie habla. Si bien el autor acaba más interesado en el lenguaje humano que en el artificial, al lector le quedan muchas dudas sobre los efectos que tendrán los modelos extensivos sobre nosotros mismos. Para imaginar qué efectos puede tener, puede valer la pena pensar en la repercusión que tuvo la invención del fonógrafo en 1877 a manos de Edison. Desde entonces, se pasó de una música vinculada exclusivamente a la interpretación en vivo a una experiencia que podía repetirse, almacenarse y transportarse. La música se independizó del músico, y con ello cambió tanto su valor simbólico como su relación con el tiempo y el espacio. Además, el fonógrafo también dio lugar a debates sobre autenticidad. La pregunta sobre qué es «auténtico» y qué es «artificial» fue, y sigue siendo, central en el caso de la música. ¿Se pierde algo esencial cuando la máquina media en el proceso creativo?

Sin duda, durante mucho tiempo lo que implicó es que los autores y directores no buscaran hacer nuevas versiones, sino tratar de copiar la perfección de lo que escuchaban en las grabaciones. En el caso del lenguaje, estas cuestiones se vuelven más apremiantes, ya que el lenguaje no es solo una herramienta, sino el medio a través del cual nos entendemos a nosotros mismos y a los demás.

Estas preguntas me llevan a un texto mucho más antiguo, el de Mecanópolis, de Miguel de Unamuno. En esas páginas, el filósofo se imagina una ciudad en la que solo había máquinas y nada más que máquinas. Cuando por fin un viajero acaba entre sus calles se ve abrumado por la singular tecnología automatizada. Todo funcionaba a la perfección, pero funcionaban para nadie. La soledad comenzó a torturar al nuevo habitante de tal manera que tuvo que abandonar el lugar. Aunque él consiguiera desaparecer de allí, suponemos que las máquinas continuaron su incesante trabajo, pero ¿para qué sirve un tren eléctrico que llega puntualmente, si no hay nadie que vaya a cogerlo?

Es posible, como dice Muller, que sea posible un lenguaje sin sujeto, tal y como muestra ChatGPT. Pero, ¿de qué sirve el lenguaje entonces? Las máquinas, el lenguaje y la realidad entera son significativas en tanto que hay seres humanos que comprenden su significado. El lenguaje no consiste solo en generar frases de forma coherente sino en comprender su significado. No hay significado sin personas, sin contexto y sin lenguaje. Los modelos extensivos de lenguaje actuales nos fascinan tanto a alumnos como a profesores con su manera de hablar y escribir, de tal manera que no nos paramos a pensar en lo que realmente se está diciendo.

El desafío para la educación: educar el alma

Más allá del lenguaje, abogo por el significado. Más allá de las palabras, defiendo la importancia del diálogo. Más allá de la producción incesante que exigimos en las universidades, reclamo la necesidad de reflexión, de atención plena y de asunción de responsabilidad. Estas exigencias pertenecen al ámbito de las escuelas y universidades como a ningún otro, porque educar no es solo transmitir conocimiento, sino formar personas capaces de habitar el mundo con profundidad y sentido.

La educación auténtica debe estar orientada hacia el cultivo del alma

Josep María Esquirol, en su obra La escuela del alma (Acantilado, 2024), subraya que la educación no puede reducirse a una acumulación de saberes prácticos ni a una mera funcionalidad. La educación auténtica debe estar orientada hacia el cultivo del alma: una formación que promueva la atención como virtud esencial, la contemplación como espacio para la interiorización, y la creación como expresión genuina de nuestra humanidad. Frente a una cultura que privilegia la velocidad y la eficiencia, Esquirol nos invita a valorar la lentitud, la cercanía y el cuidado como pilares de una vida verdaderamente humana.

Frente a un modelo educativo que a menudo se centra en la producción y la competencia, Esquirol reivindica la necesidad de una enseñanza que permita detenerse, contemplar y habitar el mundo de manera plena. Educar no es solo transmitir conocimientos, sino también enseñar a discernir, a escuchar, a contemplar. Se trata de formar personas capaces de mirar con atención, de dialogar consigo mismas y con los demás.

En este sentido, educar es una tarea espiritual, porque implica ayudar a los estudiantes a descubrir aquello que realmente les importa, aquello que da sentido a su existencia. Como profesores, nuestro reto no es solo transmitir información, sino abrir espacios donde los alumnos puedan descubrirse a sí mismos y al mundo. Esto implica cultivar el silencio, la reflexión y la capacidad de maravillarse. Educar el alma es, en última instancia, formar seres humanos completos, capaces de habitar el mundo con sentido y de comprometerse con su propia existencia.


Raquel Cascales es profesora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra

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