Cultura
Sin lenguaje, ¿existiría la realidad?
El lenguaje existe después de la realidad y no antes. Modificar la lengua nunca es modificar la realidad, y corremos el peligro de que los actos de activismo no sirvan para nada si se centran demasiado en la representación lingüística del mundo y poco en el mundo en sí.
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El lenguaje siempre ha contado con gran relevancia como herramienta para comprender la realidad y comunicarse en el seno de la misma. No obstante, en las últimas décadas ha cobrado una importancia muy particular, verdaderamente desmedida. Desde la irrupción del estructuralismo y, luego, del posestructuralismo en el seno de la filosofía llamada posmoderna, el lenguaje ha sido dotado, cada vez más, con cualidades casi sobrehumanas, casi mágicas.
En las últimas décadas, la representación mental (en la que está incluido el lenguaje) ha cobrado preeminencia sobre otros ámbitos de la realidad. Cierto es que el lenguaje es un instrumento que nos permite comprender el mundo, pero el mundo objetivo sin duda precede al mundo de la representación. Desde una perspectiva puramente biológica, la representación mental y el lenguaje solo son posibles gracias a desarrollos evolutivos que han equipado al cerebro con el potencial suficiente para generar ciertos lenguajes, herramientas simbólicas, palabras… El lenguaje, por supuesto, estructura nuestra visión del mundo, pero esta sin duda existiría sin él. Aunque muchos animales cuentan con formas de comunicación y lenguajes rudimentarios, podemos afirmar que la mayoría, por no decir todos, carecen de un lenguaje articulado, y no por eso dejan de existir, de vivir, sobrevivir, alimentarse y tantas otras cosas más. El ser humano, hasta llegar a ser lo que es, tuvo que existir durante larguísimos lapsos de tiempo sin contar con un lenguaje desarrollado, lo cual es prueba de que la realidad existe al margen de este.
Desde una perspectiva puramente biológica, la representación mental y el lenguaje solo son posibles gracias a desarrollos evolutivos
En este sentido, resulta curioso cómo la visión posmoderna gusta de prescindir de todo enfoque científico e historicista a la hora de evaluar la realidad, como si el mundo hubiese surgido de la nada y nuestros sistemas de comunicación determinasen la realidad desde el ahora, desde unas leyes y estructuras sincrónicas del lenguaje. A menudo vemos cómo la lengua es confundida con un ente todopoderoso, como si, modificando un mapa del mundo o de una determinada región, los objetos de dicha región fuesen realmente a verse alterados como consecuencia. Nos encontramos con neolenguajes, lenguajes inclusivos, lenguajes cool… todos los cuales pueden, sin duda, maquillar la realidad, pero no modificarla de facto, ni mucho menos. Uno puede hablar de coliving para referirse a compartir piso y hacer de este fenómeno algo más llevadero en la mente de una persona de mediana edad, pero esta va a seguir compartiendo piso y padeciendo los inconvenientes de dicho estilo de vida. Hay lenguajes más inclusivos que el castellano, por ejemplo, que forman parte de culturas y países con más problemas con el machismo que España. Uno puede dominar dos idiomas a la perfección, pero no por ello cuenta con dos cosmovisiones a la hora de interpretar la realidad (una en catalán y otra en castellano, por poner un ejemplo), sino que sus valores morales, estéticos, políticos y culturales serán unitarios, y no binarios. Alguien puede hablar de muffins a la hora de comer magdalenas, pero, en última instancia, estará consumiendo el mismo producto culinario. Podemos decir que el lenguaje no crea la realidad: si acaso, nos permite comprenderla y comunicarla mejor. Cierto es que pensamos la realidad casi siempre por vía del lenguaje (por ejemplo, siempre estamos conversando con nosotros mismos, por mucho que digan que «hablar solo» es de locos), pero, a su vez, existen técnicas como la meditación trascendental que se ocupan precisamente de prescindir del lenguaje a la hora de acometer y contemplar el mundo.
El lenguaje es estrictamente necesario para la convivencia social, pero decir que sin él el mundo deja de existir es una falacia. Y, por supuesto, como ya hemos visto, modificar el lenguaje no modifica la realidad.
La ideología, como útil del poder, a menudo otorga a la representación una relevancia desmedida
De hecho, la importancia desmedida otorgada a la lengua podría interpretarse como una herramienta del poder para neutralizar el activismo y las fuerzas opuestas a los diversos sistemas de dominación. Cuando la ideología o el discurso hegemónico dota de tanto poder al lenguaje, el activista o el potencial revolucionario tiende a creer que modifica los hechos con solo manipular sus representaciones y usos simbólicos. Naturalmente, de este modo los actos de rebelión acabarían por circunscribirse exclusivamente al ámbito de la representación (como, de hecho, ocurre a menudo), sin tocar la realidad material, cuya estructura seguiría favoreciendo los intereses de los poderosos. Podemos intentar ilustrar esta realidad por medio de una metáfora: los activistas y elementos contestatarios estarían dibujando mapas de diferentes colores con distintas formas y figuras, mientras que el poder mantendría su ámbito material de influencia totalmente intacto. Es por esta razón que la ideología, como útil del poder, a menudo otorga a la representación una relevancia desmedida. Mientras unos tratan de modificar el lenguaje y hacen garabatos sobre un folio, otros ejercen un poder real que afecta a la existencia en su dimensión más imperiosa. De todo esto cabe inferir que la realidad preexiste al lenguaje y que este, a su vez, existe muy al margen de los usos que hagamos de él.
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