Opinión

El cuento griego

La Europa de las Luces quiso borrar las huellas de quienes la precedieron. Se fabricó un pasado griego para justificar su presente racionalista, aún a despecho de que ese pasado no era suyo, ni de los propios griegos.

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03
febrero
2025

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¡El paso del mito al logos! Relato fundacional de un Occidente que se pone galones de ilustrado desde la cuna. Se supone que nuestros ancestros hicieron tabla rasa de oráculos, pitias y coribantes y, de la noche a la mañana, reemplazaron la magia por el pensamiento lógico, como quien cambia una mula coja por un Lamborghini. Hemos de creer que floreció súbitamente todo un sistema de pensamiento, como una higuera en medio de la Acrópolis, merced a unos griegos que todavía llevaban en la túnica salpicaduras de las libaciones a los dioses.

Es, sobra decirlo, una mentira de las gordas. ¿Hasta cuándo seguirán contándola en los institutos? Roma usó a Virgilio como notario de su parentesco troyano y los ilustrados del XVIII hicieron de las estatuas griegas un espejo donde mirarse y presumir de abolengo. Ni las hecatombes ni las Musas tenían cabida en el bello cuento de hadas ideado por los europeos, que imaginaban a sus antepasados abandonando el templo de Delfos para ponerse a hacer ecuaciones diferenciales.

Después de siglos de autos de fe, romerías penitenciales y frailes doblando el espinazo sobre pergaminos, se hacía perentorio un ayer cartesiano, pulcro y bien peinado, en que hasta el viento soplaba en línea recta. Pero basta rascar un poco para descubrir que el logos griego tiene raíces más hondas que un olivo milenario. Y esas raíces vienen de la tierra fértil de Egipto.

Siglos antes de que los griegos levantaran sus templos de mármol, los sacerdotes del Nilo desentrañaban los secretos del cosmos, aunque algunos los pinten cantando aleluyas. Platón había visitado Egipto de joven, como atestiguaba su ética, tan deudora de la ética de Maat, y patentizaba el Timeo. Y no sólo. El alma alada, la teoría de las ideas, la caverna… En todas estas alegorías se proyecta la alargada sombra de los misterios teúrgicos de Osiris. El thaumazein, asombro primordial del que brota la sabiduría, no había surgido en las colinas del Peloponeso, sino al contemplar el resplandor de Atum-Ra emergiendo del abismo. Platón lo sabía, aunque lo ocultaran sus herederos.

La filosofía, desgajada del mito, es un árbol sin raíces: crece torcida y sus frutos son siempre amargos

Los filósofos griegos no eran enciclopedistas ni profesores de secundaria con jerséi de bolitas. Su cometido no era dar impartir clase de lógica ni cantar los setenta temas de la oposición, sino preparar a sus educandos para el enthusiasmos, el ekstasis y la anagogé; es decir, la posesión divina, la separación del alma y el ascenso a lo divino… Bien mirado, ¿eran filósofos o hierofantes? El emperador Flavio Claudio Juliano lo tenía claro: la filosofía enseña a imitar a los dioses. ¡Cuán pronto se la despojó de su vuelo, unciéndose al yugo de la razón seca! Esta, desgajada del mito, es un árbol sin raíces: crece torcida y sus frutos son siempre amargos…

La Europa de las Luces quiso borrar las huellas de quienes la precedieron. Se fabricó un pasado griego para justificar su presente racionalista, aún a despecho de que ese pasado no era suyo, ni de los propios griegos. Dejó escrito Guthrie en su monumental Historia de la filosofía griega que la llama de la filosofía no prendió entre los egipcios porque carecían de la chispa que sí poseían los griegos. ¡Y qué chispa la de Guthrie! Porque este, armándose de eurocentrismo, masajeaba la conciencia de quienes se consideraban legatarios del ágora, de los vistosos himatia y de ese club exclusivo que los atenienses llamaban democracia. Tan exclusivo que hasta Anaxágoras, Sócrates y Aristóteles –perseguidos y condenados– perdieron el carné.

Sea como fuere, el cuento convenía, pues se ahormaba a la narrativa de progreso; y de cuento pasó a verdad inconcusa, a principio rector, a mito inaugural.

No hay logos sin mito, como no hay pavesa que alumbre sin sombra que la realce. Y la Ilustración, sobra decirlo, es otro mito, pero de peor factura. En el culto a la luz por la luz, ¿dónde queda el claroscuro? La luz artificial es la enemiga pública de los ritmos circadianos. Tan necesaria es, en suma, la luz como la oscuridad. No truequen el candil por una lámpara de neón, que la noche se inventó para cerrar los ojos.

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