Conspiracionismo y adolescentes
La alfabetización mediática y la educación en pensamiento crítico resultan urgentes para ayudar a las generaciones más jóvenes a cuestionar de forma reflexiva los bulos e ideas conspiranoicas.
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Hace unos días impartía una sesión formativa sobre infecciones de transmisión sexual (ITS) y anticoncepción en un grupo de Formación Profesional. Era nuestra séptima semana juntos y la confianza era ya patente. Todo parecía ir bien, un día más en mi particular y frenética oficina. El contenido de la clase había despertado la curiosidad del alumnado, el cual no siempre está receptivo porque duerme poco y mal, cree saberlo ya todo, está desmotivado, en general, con la vida, o experimenta las consecuencias de la sobreexposición a las pantallas.
Ser adolescente es una montaña rusa, a ratos fascinante y otras absolutamente incómoda y desesperante. No les culpo: comprendo su etapa vital y me compadezco de su dificultad para mantener la atención sostenida. Además, el viaje resulta más incierto y aterrador cuando muchas de las necesidades afectivas que deberían proporcionarse en la familia no están cubiertas. La soledad no deseada y la negligencia relacional es una constante entre mis grupos. Así que, en ese contexto, conectar con ellos resulta casi un milagro. Pero no nos desviemos, en esta ocasión no he venido a hablar sobre lo que está viviendo la adolescencia o qué vamos a hacer después con ello.
Como ya van casi diez años llevando la educación sexual a las aulas, sé que exponer la incidencia actual de las ITS, sus tipos y los riesgos en el sexo provoca, a menudo, una actitud de sorpresa y alerta en mi joven público. Por tanto, el contenido era favorable contra la distracción y la indiferencia. Cuando llegó el momento de explicar que algunas ITS no tenían cura, pero sí tratamiento una joven me interrumpió: «Hay cura para el cáncer que crea el VPH, pero silencian y matan a quien puede curarlo».
Aunque el impacto de la desinformación en la juventud no era algo nuevo para mí, era la primera vez que el conspiracionismo entraba en mi clase, al menos, en voz alta. Como no podía ser de otra forma, contesté a mi alumna con mucho respeto. Haciendo memoria, mis palabras fueron algo así como: «Eso no es verdad y yo no puedo asentir a esa información porque los contenidos que comparto con vosotros se basan en el conocimiento y la evidencia científica sobre salud y, en concreto, salud sexual. Por responsabilidad no puedo compartir lo que dices, pero me gustaría saber dónde lo has leído o escuchado». Intenté ser todo lo asertiva posible, aun cuando su comentario había despertado mi ira: ¡los charlatanes habían contaminado a mi alumna!
Su respuesta fue bastante previsible: «En TikTok». Pero no acabó ahí y sin el menor escepticismo continuó: «Las empresas farmacéuticas más importantes conocen la cura del cáncer, pero guardan el secreto para sacar dinero a la gente. Les interesa que la gente no se cure». Las caras del resto de la clase eran un abanico de reacciones: sorpresa, rechazo, aprobación, apatía… Aunque la sospecha no era sistemática, me correspondía dar cierre a la cuestión y no ser abiertamente hostil.
Facilitar el conocimiento científico y establecer consensos en lugar de confrontación puede ayudar a desafiar las creencias conspirativas
El discurso estaba bien forjado. El sesgo de confirmación, que le hacía interpretar de forma selectiva la información, acorde a sus creencias; y el sesgo de disponibilidad, que permitía que sobrevalorara la información fácilmente accesible habían operado correctamente. ¿Tuve oportunidad para discutir la información con esa alumna, ya fuera en clave epistémica o divulgativa? Por supuesto. Podría incluso haber señalado una información básica como que el hecho de que existan tantos tipos celulares hace que sea muy difícil erradicarlos todos con un único tratamiento. Sin embargo, la posibilidad de que esta acción se interpretara como algo humillante hizo que me contuviera y tomara perspectiva. No hay nada como ir camino de una década lidiando con adolescentes para perfeccionar las habilidades de regulación emocional (y aprender a respetar y apreciar el reguetón).
Resulta francamente complicado que el conspiracionista cambie de opinión. Su posicionamiento no solo es el resultado de la búsqueda de «la verdad» y el descubrimiento de «nuevos chivos expiatorios», constituye también una ruptura consciente con el discurso dominante, con la versión oficial. Opté entonces por no convencerla y desviar la reflexión hacia cómo se está estructurando la sociedad: ¿no resulta curioso que las explicaciones conspiranoicas sobre la gestión de la salud aparezcan, de modo paralelo a otra realidad, como es la masificación de los centros públicos, la falta de profesionales o las largas listas de espera? Mi alumna asintió con la cabeza y yo sentí aquel gesto como un pequeño triunfo.
La alfabetización mediática y la educación en pensamiento crítico resultan urgentes para ayudar a las generaciones más jóvenes a diferenciar entre información confiable y engañosa, a cuestionar de forma reflexiva los bulos e ideas conspiranoicas. Prestar atención a sus preocupaciones y dudas de forma empática, facilitar el conocimiento científico y establecer consensos en lugar de confrontación puede ayudar a desafiar las creencias conspirativas y fomentar el debate constructivo, un debate que no puede dar la espalda a la evidencia, la pregunta incómoda y el respeto mutuo.
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