Educación

Todo lo que deberías saber sobre la desigualdad

El economista James K. Galbraith ofrece en su último libro una amplia introducción al concepto, desde sus orígenes filosóficos a las teorías más actuales.

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08
junio
2017
desigualdad economia galbraith

¿Qué significa la desigualdad económica? ¿Cómo se mide? ¿Por qué nos debe importar? ¿Es la creciente desigualdad una consecuencia inevitable del capitalismo? ¿Qué podemos hacer al respecto? El economista James K. Galbraith, profesor de la Lyndon B. Johnson School of Public Affairs de la Universidad de Texas (Austin) y autor de ‘Desigualdad. Lo que todo el mundo debería saber sobre la distribución de los ingresos y de la riqueza’ (Deusto), ofrece en este libro una amplia introducción al concepto, incluyendo sus orígenes filosóficos, así como las teorías más actuales y sus propias investigaciones.

La mayor proyección pública ha propiciado un discurso político sencillo con un poderoso atractivo. La atención de los economistas ha fomentado una gran cantidad de teorías, hipótesis y aserciones que en cierto modo compiten entre sí; lo que en su día fue un paisaje totalmente despejado está ahora plagado de matorrales espinosos, a través de los cuales es difícil ver y aún más difícil abrirse camino.

Los procesos de desarrollo económico casi siempre acaban reduciendo la desigualdad, y con ello llegan los beneficios que asociamos a la vida civilizada: pensiones, seguros sociales, educación gratuita, parques nacionales y servicios culturales. La cuestión en este caso es saber si es buena o mala idea intentar acelerar el movimiento hacia la igualdad. En los países ricos que ya han conseguido una desigualdad relativamente baja, la cuestión es determinar si el aumento de la riqueza trajo consigo la reducción de la desigualdad, o si fue la reducción de la desigualdad la que provocó el aumento de la riqueza.

Inmigración: ¿causa o consecuencia?

La desigualdad económica incentiva la migración. Si un habitante de un país pobre se traslada a otro rico y consigue un empleo —aunque sea uno muy duro y mal pagado— lo más probable es que, en términos monetarios, acabe ganando mucho más que en su país de origen. ¡Por eso lo intentan! Los países ricos deben enfrentarse por tanto a la cuestión de qué hacer con su inmigración, pues a medida que aumenta —especialmente en el caso de los inmigrantes ilegales, que no tienen derecho formal de residencia y trabajo—, también aumenta el conjunto de residentes de segunda categoría sin voz política y pocos derechos civiles. Es un dilema que ningún país ha logrado resolver de manera efectiva, por lo que la inmigración continúa siendo un tema político de primer orden, incluso en un “país de inmigrantes” como Estados Unidos.

A menor desigualdad, menor desempleo

No obstante, la migración no es la única fuente de desempleo, sino que cualquier gran desigualdad en la estructura de las remuneraciones tiene un efecto similar: la gente siempre dejará sus empleos mal pagados y buscará una mayor probabilidad de encontrar uno mejor, pues saben que en general los empleadores prefieren a los aspirantes que están disponibles, frente a aquellos a quienes no les motiva la búsqueda. Y en cambio, en las sociedades igualitarias hay menos incentivos para renunciar a empleos de baja productividad y salario, porque las posibles ganancias de ingresos fruto del cambio no son tan grandes; por tanto, como norma general, las sociedades igualitarias son más estables y deberían tener menos desempleo.

Políticas contra la desigualdad

Un sistema de verdadero libre comercio reduciría los beneficios o los niveles de renta económica de monopolio derivadas de ser un gigante farmacéutico o un neurocirujano en un país como Estados Unidos. Si se eliminara esta renta de monopolio, si se permitiese la libre competencia en una industria o profesión, la desigualdad de ingresos se reduciría. Del mismo modo, la eliminación de los derechos de autor o de las protecciones de patentes también reduciría el precio de los libros, las películas y las innovaciones, ya que el mundo siempre tiende a copiar y reproducir aquello que encuentra útil. La premisa de este argumento, por supuesto, es que las protecciones en cuestión no tienen una función social útil.

Otro de los aspectos importantes que los países con sindicatos fuertes y elevados salarios mínimos —en relación con la productividad media del país— tienen menos desigualdad que los que no los tienen. Los pocos países que han podido contar con negociación colectiva de salarios a nivel nacional han disfrutado de algunos de los niveles de desigualdad más bajos en relación con sus ingresos de todo el mundo capitalista.

Y por último, la realidad es que los años de educación se valoran más o menos en función de dónde se lleven a cabo: el país tiene una clara jerarquía de instituciones académicas en todos los niveles, y el valor de un título depende mucho del nombre y el prestigio de la institución que lo ofrezca. Por tanto, una mayor educación no solo no reduce la desigualdad, sino que más bien la refuerza. Supongamos, por el contrario, que se considera una forma de consumo. En tal caso, la educación pública a todos los niveles sí reduce la desigualdad, porque proporciona a los padres un bien de consumo a coste cero o casi cero que muchos valoran y que de otro modo no podrían permitirse.

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