¿Por qué estalló la Segunda Guerra Mundial?
La Segunda Guerra Mundial se inició formalmente en 1939, tras la invasión de Polonia por parte de las tropas hitlerianas. Pero el más dramático conflicto global de la historia venía urdiéndose desde años atrás, amparado en una política europea pacifista que no tuvo buenos resultados.
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En un fragmento de la película Misterioso asesinato en Manhattan (1993) vemos salir de la ópera al personaje interpretado por Woody Allen, molesto por la música de Richard Wagner (1813-1883) interpretada en el interior del recinto, y exclamando que cada vez que escuchaba sus composiciones le entraban «ganas de invadir Polonia».
El compositor alemán fue figura clave en el desarrollo personal y político de Adolf Hitler (1889-1945). En 1923, la persona que estaba llamada a desencadenar el mayor conflicto bélico global de la historia conoció a la nuera de Wagner frente a la tumba de este, hasta donde se había desplazado para depositar allí un ramo de flores. Ella, Winifred Wagner, recompensaría aquella devota admiración llevando a Hitler a la cárcel de Landsberg, años después, el papel en que este escribiría Mein Kampf.
Richard Wagner pasó a la historia logrando, con sus composiciones, hacer creer «que la música no ha sido creada para nada más que para servir al mito», en palabras de Thomas Mann. Aquel mito lo convirtió Hitler en credo personal que logró inocular a la mayor parte de la población alemana. Y cuando sus tropas invadieron Polonia, el 1 de septiembre de 1939, la música de Wagner sonaba, sin duda, en sus megalómanos oídos. Aquel día comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Pero aquel inicio, marcado por una invasión, venía alimentándose desde tiempo atrás. Y no estuvo sola la Alemania nazi en sus desmedidas ansias de dominio geográfico. Años antes, en 1936, Alemania y Japón habían firmado el Pacto Antikomintern con el único objetivo de oponerse al comunismo instaurado en la Unión Soviética. Un pacto al que se uniría, poco después, la Italia de Mussolini (1883-1945), Hungría y España, bajo el férreo mando del dictador Francisco Franco (1892-1975). En 1937, Japón ya había dado inicio a su invasión de China provocando el arranque de la conflagración en el continente asiático. Tanto Alemania como Japón ya estaban desarrollando una política de ansia conquistadora que pasó deliberadamente inadvertida para el resto del mundo que, después, se vería imbricado en el conflicto.
El pertrecho militar de Hitler crecía con condenas públicas que no incluían ninguna medida orientada a evitarlo
Cuando Hitler alcanzó el poder, en 1933, tardó poco en incumplir el Tratado de Versalles, el acuerdo de paz que puso fin, de manera oficial, a la Primera Guerra Mundial, procediendo a un rearme de su país que excedía los límites marcados en dicho acuerdo. Eran tiempos de crisis económica en Europa, y tanto Francia como el Reino Unido, las cabezas políticas del continente, lograron, bajo una ética pacifista que escondía el evitar gastos innecesarios, que el resto de países firmantes permitieran aquel indudable ánimo bélico alemán. El pertrecho militar de Hitler continuó creciendo y únicamente obtuvo, por parte de los países citados, condenas públicas que no incluían ninguna medida orientada a evitarlo.
Las ansias expansionistas de Hitler continuaron creciendo en los años siguientes, mientras el resto de Europa se limitaba a contemplarlas con desagrado. En 1936, la región de Renania, desmilitarizada tras la Primera Guerra Mundial, fue de nuevo militarizada por la Alemania nazi mientras Francia, con un ejército que podría haber sofocado el intento, prefirió mirar hacia otro lado. Igualmente hizo el Reino Unido, mostrando su nulo interés en una intervención. De idéntico modo actuarían ambos países cuando, el mismo año, Mussolini se unió a Hitler en su apoyo a Franco durante la Guerra Civil Española. Nuestro país fue para ambos, durante tres años, el campo de pruebas perfecto para sus tácticas de batalla y para el empleo de nuevas armas.
En 1938, Hitler se anexiona Austria y la región checoslovaca de los Sudetes
Las ansias expansionistas de Hitler no se detuvieron mientras el resto del mundo parecía seguir mirando hacia otro lado. La confianza de aquel laissez faire exaltó, sin duda, los aires de grandeza del régimen nazi. En 1938, Hitler se anexiona Austria y la región checoslovaca de los Sudetes, alegando que contaba con un elevado porcentaje de población alemana. Ante aquella invasión, Francia y Reino Unido, en su desesperado intento por evitar un nuevo conflicto, pactan con Alemania e Italia la cesión del territorio. Hitler se compromete a evitar nuevas demandas territoriales. Checoslovaquia queda fuera de las negociaciones y el acuerdo queda violado cuando, en 1939, el régimen nazi ocupa todo el país.
Los intentos europeos de evitar una nueva guerra fueron alimentando, durante años, la confianza de Hitler en su capacidad bélica y política. Igualmente, la música de Wagner había alimentado en él, durante años, toda una ideología supremacista que le empujaba a erigirse como faro y guía de la nación alemana en la necesaria ocupación de su espacio vital («lebensraum») que le permitiese la prosperidad que, como raza superior, merecía. Wagner, a pesar de su antisemitismo declarado, nunca alcanzó el ánimo belicoso y exterminador que su admirador. Francia y Reino Unido intentaron, durante años, evitar un nuevo conflicto mientras contemplaban con cierta condescendencia cada una de las tropelías que Hitler iba cometiendo. El 1 de septiembre de 1939, tras la invasión de Polonia por parte de este, se vieron obligados a declarar la guerra a Alemania. Las consecuencias ya las conocemos.
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