El nuevo sabor del vino
La industria vitivinícola conjuga tradición y vanguardia para asegurar que el buen vino se pueda seguir descorchando durante muchas generaciones. Y lo hace mezclando el compromiso y la calidad con el propósito.
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El primer sorbo de vino no se olvida. Es una bebida que mezcla memoria, cultura y tierra. Cada copa es una celebración que merece ser descorchada y cada botella, una declaración de intenciones.
La industria vitivinícola está llevando a cabo una transformación para responder a los paladares más exigentes y al compromiso de garantizar que el buen vino exista durante muchas generaciones. Algo fundamental teniendo en cuenta que en España el sector vitivinícola representa el 1,9% del PIB, generando más de 20.330 millones de euros en valor añadido bruto, según la Federación Española del Vino (FEV).
Este gran mercado se enfrenta a dos retos clave: las exigencias de un nuevo consumidor que busca productos sostenibles y la necesidad de preservar una industria especialmente sensible a la variabilidad climática y a la explotación de recursos.
Pero allí donde hay un desafío, hay una oportunidad. Los datos de la FEV señalan que el sector ha invertido en el último lustro entre 170 y 180 millones de euros de media al año en proyectos de I+D+i. Y el cambio de paradigma lo están protagonizando proyectos que conjugan tradición y vanguardia que conservan lo mejor del conocimiento acumulado y a la vez apuestan por la innovación para asegurar el futuro.
«El viñedo es un ser vivo y hay que entenderlo en su complejidad ecológica», explican desde la bodega Alma Carraovejas, con origen en la Ribera del Duero. Precisamente por esa complejidad, su estrategia de desarrollo sostenible no solo tiene en cuenta las vertientes tradicionales (económica, medioambiental y social), sino que han añadido la dimensión de las personas y de gobierno ético. Su actividad se articula en torno a prácticas que incluyen a toda la cadena de valor y han logrado que el 23% de la energía consumida en los diferentes proyectos vitícolas provenga de fuentes renovables propias.
El sector ha invertido entre 170 y 180 millones de euros de media al año en proyectos de I+D+i en el último lustro
Además, Alma Carraovejas subraya la importancia de los proyectos de I+D+i para hacerle frente al «mantenimiento y la biodiversidad de suelos, el control biológico de plagas y enfermedades, el aprovechamiento de subproductos, la trazabilidad, el cambio climático en viña y bodega y la viticultura de precisión».
En un contexto donde la innovación del sector vitivinícola pasa, necesariamente, por una gestión responsable del agua, Vallformosa avanza con compromiso y resultados. Con más de 150 años de historia y una red de más de 400 familias viticultoras locales con las que colabora estrechamente, la bodega ha logrado reducir en un 40% su consumo de agua respecto a la media del sector. Gracias a la investigación constante y a la implementación de procesos pioneros de economía circular, Vallformosa convierte el reto en una oportunidad para seguir elaborando vinos y cavas de forma sostenible.
Ambas bodegas forman parte del ecosistema B Corp, una comunidad global de empresas que cumplen con los más altos estándares de desempeño social, ambiental y de transparencia.
Tanto Alma Carraovejas como Vallformosa demuestran que el sector vinícola puede hacer que llegue a la mesa no solo una botella excelente, sino la garantía de que lo que existía antes de ella y todo lo que vendrá después están a salvo. Porque, como decía el viticultor J. Kressmann: «Existe más historia que geografía en una botella de vino». Y merece la pena preservarla.
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