El cirujano que plantea que la supraconciencia existe
El médico Manuel Sans Segarra plantea que existe una conciencia local (neuronal) y una conciencia no local, que llama supraconciencia y que perdura eternamente.
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Muchas veces, cuando sale de su casa, el médico Manuel Sans Segarra opta por ponerse gafas oscuras y caminar con la mirada clavada al piso. Trata de pasar desapercibido, de que no lo reconozcan ni lo persigan para pedirle una selfie. «Nunca les digo que no, pero honestamente no me gusta», dice el doctor que, a sus 81 años, se ha convertido en una suerte de celebridad. Sus redes sociales suman millones de seguidores, las entradas a sus conferencias se agotan tan pronto se anuncian y su libro —publicado a finales del año pasado, y el causante de todo este fenómeno— es un verdadero bestseller, con quince ediciones en cuatro meses, cerca de trescientos mil ejemplares vendidos (solo en España, sin contar todavía América Latina) y traducciones en camino a una decena de idiomas.
La supraconciencia existe. Vida después de la vida es el título de su libro. «Yo no esperaba que tuviera semejante difusión», dice Sans Segarra, con su tono de voz serio, discreto, una leve sonrisa. Dueño de una larga y prestigiosa carrera, especializado en cirugía digestiva oncológica y miembro de diversas sociedades de medicina, Sans Segarra fue durante muchos años jefe del servicio de cirugía del Hospital Universitario de Bellvitge en Barcelona. Un médico entregado al método científico hasta el momento en que ese modelo —«cartesiano y newtoniano», como él dice— le resultó insuficiente. Sucedió precisamente durante sus años de cirujano, cuando presenció un hecho al que no pudo darle explicación: atendió a un paciente que había tenido un grave accidente de tránsito, cuyas consecuencias lo llevaron a la muerte clínica. Sans Segarra lo operó y logró recuperarlo mediante maniobras de reanimación cardiorrespiratoria. Poco después el paciente le contó que en ese lapso había vivido una de las llamadas experiencias cercanas a la muerte (ECM). Le describió detalles puntuales que lo dejaron sorprendido.
A ese caso se sumaron otros durante varios años. Sans Segarra los guardaba en sus archivos, con sigilo pero cada vez con mayor interés. «Como responsable de un servicio de cirugía, no podía comentar fenómenos trascendentes que no tuvieran una base científica. Pero sí comencé a investigarlos por mi cuenta», dice. Esperó a que llegara el momento de jubilarse —de pasar a ser senior: no le gusta la palabra jubilación— para dar a conocer sus teorías. Y se sentó a escribir el libro. Sans Segarra plantea, en esencia, que existe una conciencia local (neuronal) y una conciencia no local, que llama supraconciencia y que perdura eternamente. «Existe no solo en la vida, sino también después de la muerte y antes del nacimiento». Apoyado en sus investigaciones de más de una década sobre las experiencias cercanas a la muerte, el médico afirma: «Nuestra realidad existencial es eterna y va más allá de nuestro cuerpo y nuestra mente. La muerte no es el final de la conciencia, sino simplemente un cambio en su forma de manifestarse».
—Si hubiera planteado este tema años atrás, cuando era jefe de cirugía, ¿qué habría pasado? —le pregunto a Sans Segarra.
—Posiblemente me hubieran ingresado en psiquiatría y habría perjudicado mucho mi carrera profesional. Por eso no me atreví. Pero puedo asegurarle que esto ha cambiado. El concepto que hoy se tiene sobre las ECM es muy distinto. Hoy existen pruebas con base científica que demuestran que estos fenómenos trascendentes son ciertos.
Sans Segarra sustenta esas pruebas científicas en lo que dice haber encontrado en la mecánica cuántica. Según su teoría, hay «un claro paralelismo» entre principios cuánticos y algunos de los fenómenos descritos por las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte. «Por ejemplo —explica el médico—, los pacientes narran que durante las ECM pueden desplazarse donde quieran y describen en detalle lo que ocurre a distancia. Esto se llama transferencia de información independiente del espacio y del tiempo, y tiene un paralelismo con un principio que se llama entrelazamiento cuántico». Y agrega otro argumento: «Los pacientes comentan la capacidad de atravesar estructuras sólidas. Esto tiene justificación en un principio cuántico más, que es el efecto túnel. Las partículas subatómicas pueden atravesar con facilidad estructuras de gradiente energético distinto, muy superior a ellas».
El cirujano también se apoya en resonancias cerebrales realizadas a pacientes que han pasado por una ECM y a quienes les pidió comentar su experiencia mientras se le practicaba el examen. «Cuando hablaban de un objeto que habían visto durante el evento, se les activaba el lóbulo occipital. Eso quiere decir que realmente lo vieron y que ese hecho condicionó su memoria. Los neurólogos me lo dijeron: el paciente no miente. No se trata de ningún engaño. La ECM es cierta».
—¿En qué lugar realizó esos estudios con resonancia?
—La mayoría de ellos en el Hospital Universitario de Bellvitge. Y he hablado con psiquiatras, con psicólogos, y también con físicos teóricos de la Universidad Central de Barcelona.
—¿Por qué esos profesionales no salen citados en su libro?
—No los cito porque cuando hablé sobre las ECM, ¿sabe qué me dijeron? Que eran alucinaciones, que eran trastornos neuronales a consecuencia de la falta de oxigenación por paro cardiorrespiratorio. Les comenté esta serie de aspectos objetivos y al final retractaron su concepto.
¿Ciencia o fe?
Entrar en un túnel. Ver una luz. Flotar sobre su propio cuerpo. Cruzar paredes. Encontrarse con familiares fallecidos o con seres espirituales. Tener luego una sensación de placidez. Estos son algunos de los aspectos recurrentes narrados por quienes han pasado por una ECM. El tema ha sido objeto de estudio desde hace muchos años. Siglos, incluso. Existe consenso en que la investigación contemporánea la inició el psiquiatra estadounidense Raymond Moody, que fue quien acuñó el término Near-death experience y publicó su famoso libro Life After Life en 1975. En lo que sí no hay unanimidad es en la naturaleza de estas experiencias: un investigador que se base en el método científico tradicional difícilmente va a aceptar que tengan origen trascendente.
El neurofisiólogo estadounidense Kevin Nelson ha dedicado varios años a investigar este tema y es autor del libro The Spiritual Doorway in the Brain. Para Nelson, las experiencias cercanas a la muerte «encajan dentro del marco de la neurociencia convencional». Según sus estudios, las ECM pueden derivarse de una reacción del cerebro en momentos en que el flujo sanguíneo está amenazado, lo que llevaría a cambios en el estado de conciencia de la persona. Esto puede presentarse en muchas situaciones sin que sea necesario —dice Nelson— estar cerca de la muerte. De hecho, plantea el desmayo como un terreno fértil para que muchas de las sensaciones descritas se presenten. «Nada sobre las ECM ofrece evidencia objetiva de que la conciencia pueda existir sin un cerebro vivo. La creencia en la conciencia más allá del cerebro se encuentra en el reino de la fe más allá de la ciencia», escribió el neurólogo Nelson.
Sans Segarra hace un recuento de algunas de las explicaciones que los científicos han dado a estas experiencias cercanas a la muerte
El propio Sans Segarra hace en su libro un recuento de algunas de las explicaciones que los científicos han dado a estas experiencias cercanas a la muerte: que el responsable es el tronco cerebral, que son intrusiones en la fase REM del sueño, que se deben a las endorfinas, que se producen por la reducción de determinados neurotransmisores.
—¿Ninguna de las explicaciones que da la ciencia lo satisface?
Sans Segarra responde:
—No, porque ellos mismos lo dicen: son hipótesis, y ninguna está demostrada. No hay ninguna teoría que desde el método científico pueda justificar lo que es una ECM. Ni una sola.
—¿La explicación que usted da, basada en la existencia de una supraconciencia, también es una hipótesis?
—No. Lo mostrado en la resonancia magnética, por ejemplo, no es una hipótesis. Y están también todos los fenómenos que se dan en las ECM y que tienen un paralelismo con los principios de la mecánica cuántica.
La posible relación de la cuántica con la conciencia ha sido objeto de estudio por parte de científicos destacados. En los años noventa, el físico y premio nobel británico Roger Penrose se unió al anestesista Stuart Hameroff para intentar responder si la mecánica cuántica podía explicar la conciencia. Otros investigadores han seguido sus pasos. Si bien no hay resultados definitivos, estos estudios no hablan de supraconciencias ni de conciencias no locales.
«Pero está Michio Kaku, profesor de Física Teórica de la Universidad de Nueva York, que hace unos años sacó un trabajo extraordinario en el que dijo: podemos demostrar a través de la cuántica la existencia de Dios, de una conciencia primera que ha establecido las leyes del universo —señala Sans Segarra—. Este Dios es el que yo digo que se manifiesta en cada uno de nosotros en el espíritu o supraconciencia». En una entrevista de años atrás, Kaku explicó: «La ciencia se basa en lo que es comprobable, reproducible y refutable. Sin embargo, hay ciertas cosas que no son comprobables, reproducibles y refutables. Mi punto es que no se puede probar ni refutar la existencia de Dios».
Conectar con la supraconciencia
Más allá de lo que digan unos y otros, lo que refleja la gran aceptación que han tenido las teorías expuestas por Manuel Sans Segarra es el interés de las personas por un tema que siempre ha estado rodeado de misterio. El anhelo de que, en el fondo, haya algo después de la muerte. «Yo llego, científicamente, a lo mismo que dice la Iglesia católica: que existe una inteligencia primera, un principio de todas las religiones al que llamamos Dios y que es el creador del universo. Prueba de que estamos de acuerdo es que altas autoridades de la Iglesia me han pedido que dé clases en la Facultad de Teología en Barcelona. Y obispos importantes me han invitado a dictar conferencias sobre lo que es la muerte y las ECM».
—Dice que hay otras maneras de conectar con esta supraconciencia. ¿Cuáles son?
—Una es la forma inconsciente, los pacientes que son diagnosticados de muerte clínica. Pero hay otras vías conscientes y entre esas el mejor método es la meditación avanzada y profunda, que tiene un equivalente: la oración cristiana con la máxima devoción. Le puedo asegurar, de primera mano, que cuando uno contacta con ella experimenta lo mismo que narran los pacientes con ECM. Yo medito cada día y, en ocasiones, he llegado a conectar con mi supraconciencia.
Sans Segarra tiene claro que acoger las teorías que propone implica un cambio de paradigma muy significativo. «A los poderes fácticos que dominan la sociedad, la política y los medios de información, no les interesa que la gente tenga la suficiente cultura para poder eliminar la ignorancia que existe —dice—. Porque cuando uno contacta con su supraconciencia adquiere dos cosas fundamentales: felicidad y libertad. Y si usted es libre y feliz no se dejará engañar por los políticos ni por los medios de información, por ningún poder fáctico».
Casado con una barranquillera desde hace 55 años —Magaly Acuña Sánchez, que viajó a Barcelona a estudiar y lo conoció en la Facultad de Medicina—, Sans Segarra cuenta que su vida cambió desde que empezó a investigar sobre este tema. «Cada mañana, cuando me despierto, hago dos cosas. Una, doy gracias por todo lo que tengo. Mi familia, mis amigos, lo suficiente para vivir. Lo segundo, me digo: cuidado con el ego. Cuando uno se hace público es muy fácil hipertrofiar su ego. Con frecuencia le pregunto a mi familia: ¿he cambiado en algo? Porque mi intención es que eso no pase». Tienen dos hijos, un abogado y un odontólogo. El primero no cree del todo en lo que su padre ha descrito respecto a la supraconciencia. En las charlas de sobremesa, cuando tocan el tema, Sans Segarra le pide que le dé pruebas de lo contrario. Su hijo guarda silencio.
—¿Qué pasaría si estas pruebas llegan por parte de la ciencia? ¿Usted reconocería que está equivocado?
—Tengo evidencias objetivas que demuestran lo que digo. Posiblemente, con el tiempo y con nuevos descubrimientos, tendré que cambiar algunos de mis conceptos. Pero no voy a esconderme. Yo ofrezco conclusiones de mis estudios y lo que no acepto es que me digan: no le creo porque no le creo. Si me demuestran lo contrario, admitiré que tienen razón y pediré que me disculpen porque estaba equivocado. No me cuesta nada retractarme, pero solo si confirman que estoy en un error.
Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.
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