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Esto no existe

El periodista Juan Soto Ivars analiza con mirada crítica la ley contra la Violencia de Género en su último ensayo ‘Esto no existe’ (Debate).

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29
diciembre
2025
Portada ‘Esto no existe’ (Debate, 2025)

La conozco bien, desde hace muchos años, porque es la madre de un amigo y he estado en su casa muchas veces. Se llama, diremos, María. A diferencia de otras mujeres casadas con un maltratador, María no se ha convertido en un nombre, una edad y un crespón negro en los telediarios. Quienes más la conocen han tenido miedo de que terminara así. Hasta donde sé, su marido nunca la ha golpeado, pero sí ha sido controlador, un dominante que la ha sometido durante décadas de matrimonio al brazo arbitrario y tenaz de sus órdenes: darle hijos, tener la casa siempre arreglada, la nevera provista de sus caprichos, la comida preparada a su hora, disponibilidad absoluta y silencio en casa.

María y su marido son bastante mayores. Pregunto a mi amigo, el hijo, por su biografía. Se casaron jóvenes, tuvieron un montón de hijos e hijas y luego, cuando el último se hubo independizado, se quedaron solos. Todos van de visita aunque rara vez coinciden. No se juntan en Navidades ni en otras celebraciones. No funcionan como una familia. Ninguno sabe cuándo es el cumpleaños del padre, al que llaman por su nombre de pila en caso de que él se dirija a ellos para exigirles que lo acompañen a algún sitio. A él no lo aguantan y la madre les despierta una suerte de compasión paralizante. María es una mujer acostumbrada a una vida que ninguno de sus hijos soporta.

Cuando van de visita, a él lo saludan, y punto. Tratan de pasar el resto del tiempo sin dirigirle la palabra. Al hombre, ya viejo, parece importarle muy poco si lo están escuchando o no: se pone a hablar de política o del campo o de lo mal que lo hacen todo, mientras ellos esperan a que termine sin dar jamás una réplica. Pero hay alguien en la casa que levanta las orejas cuando este hombre da una orden: su mujer, María.

Una vez vi su angustia cuando su móvil se quedó sin batería a la hora en que su marido la llama siempre que ella sale de casa para dar una vuelta con sus hijos o sus amigas. Estábamos en una terraza, y al constatar que el teléfono estaba apagado, se levantó y corrió a su casa horriblemente agobiada. No creo que tuviera miedo de un golpe, pero sin duda sí de poner en su contra a ese hombre, de provocar una situación en la que su vida fuera más difícil durante no se sabe cuántos días.

Mi amigo me cuenta que hace años, cuando sus padres ya estaban solos, pasó algo que hizo tomar a María la determinación de irse de casa y mudarse donde sus padres, ya muy ancianos, con la excusa de cuidarlos. Estuvieron separados unos dos meses, en los que el hombre juró que iba a cambiar, y la acosó por teléfono, la persiguió por la calle y le compró flores, hasta que logró que María diera su brazo a torcer y volvieron a cohabitar. Mi amigo y sus hermanos y hermanas no llegaron a saber lo que había pasado porque la madre no quiso contarles nada, pero al conocer la noticia de que ella había vuelto temieron lo peor. Sabían que hombres como su padre cometen los peores actos cuando la mujer empieza a liberarse del dominio y cobra cierto grado de autonomía. Los que podían le ofrecieron acogerla, pero la madre tenía la determinación de un hipnotizado y nadie pudo evitarlo.

En honor a la verdad, dice mi amigo, no pasó nada. Ella volvió a tener la comida preparada a su hora, a dar parte de todos sus movimientos, a cumplir su papel, y tal vez él cumplió la promesa de portarse mejor con ella. ¿Qué sabe nadie?

El marido, lo llamaré Juan, es machista, claro. Pero esta no es ni de lejos la pieza que lo convierte en una persona insoportable y maltratadora. Paranoico, narcisista y arrogante, es el típico que pide la hoja de reclamaciones en cualquier ventanilla y monta un escándalo si no le sirven a la temperatura adecuada, en tiempo y forma, el café con leche. Odia a los fumadores, a los perros, a los gatos, el desorden y el ruido, y está convencido de que los aviones fumigan a la población. Cuando trabajaba, en el sector de los seguros, se llevaba a matar con todos los compañeros. Nadie quería estar cerca de él, a diferencia de lo que pasa, según dicen, con ciertos psicópatas que logran poner a su favor a todo el mundo y aislar a su mujer.

Bien: ninguna de las ayudas disponibles para mujeres en situaciones como la de María le ha servido a ella. Ninguno de los asideros puede sacarla de una casa en la que ha estado toda su vida, de una historia laboral de cero horas cotizadas, una pensión mínima y una dependencia emocional labrada durante toda la vida adulta. Tampoco la información de la que disponen sus hijos e hijas ha logrado provocar una reacción familiar definitiva que la saque de casa. Sencillamente, todos viven su vida y se acostumbran a ella, tratando de esquivar la malicia del padre. La impotencia de unos hijos ante el nudo de una relación antigua y denigrante para la madre es una de las claves que nos explican el exceso legislativo en la protección de la mujer, cuyos efectos secundarios vamos a examinar aquí.


Este texto es un extracto de ‘Esto no existe’ (Debate, 2025), de Juan Soto Ivars

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