ENTREVISTAS
«El pasado hay que mirarlo de verdad, no haciéndonos trampas»
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COLABORA2022
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Javier Cercas (Cáceres, 1962) se ha reinventado como escritor varias veces. En sus comienzos era un narrador posmoderno: lúdico, metaliterario y ligero. Entre ‘Soldados de Salamina‘ (Tusquets), que fue su primer gran éxito, y ‘El monarca de las sombras‘ (Random House) escribió libros variados, pero con un aire de familia. Eran relatos sobre la historia española reciente que podrían describirse como intentos de descifrar los símbolos que articulan un país: la reconstrucción el 23-F y la Transición en ‘Anatomía de un instante‘ y la reflexión sobre la memoria y la falsificación de ‘El impostor‘ a partir de la historia del sindicalista Enric Marco. En los últimos años, con la trilogía protagonizada por Melchor Marín, Cercas ha dado un nuevo giro estético. En esta entrevista hablamos de ese cambio, de la novela y los géneros, del feminismo y de la utilidad de la literatura, de los efectos de la crisis catalana de 2017 y de los avatares de la memoria histórica.
¿Por qué cambias de registro con las novelas de la Terra Alta?
Por dos motivos. De entrada, por una voluntad de reinventarme como escritor. Cuando terminé de escribir El monarca de las sombras, sentí que terminaba algo que había empezado 20 años atrás. Era una especie de reverso de Soldados de Salamina. Entre ambas había una unidad, autoficción, mezcla de géneros, presencia de la historia, novela sin ficción. Si continuaba corría el peor riesgo que tiene un escritor al que le ha ido más o menos bien: repetirme. En el momento en que te pasa eso, estás muerto. El territorio que yo había explorado es ahora un territorio muy concurrido. Pero también estaba la voluntad de encontrar en mí otro escritor. Esas novelas permitieron que me convirtiera en un escritor leído, traducido, profesional. Pero un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano.
¿Y el segundo motivo?
En mi ayuda vino una de las peores cosas que me han pasado: el otoño de 2017. A pesar de que veníamos desde 2012 de una situación que parecía prepararse, nunca lo creí. Josep Fontana, patriarca de los historiadores catalanes, secesionista o al menos filosecesionista en su vejez, decía que llegamos a un clima prebélico. Fue un momento pésimo, pero como escritor me vino bien. Lo que es malo para la persona es bueno para los novelistas. En un mundo feliz no existiría la novela. Los novelistas nos alimentamos de la violencia, de las crisis. Somos carroñeros. Los mejores son alquimistas, que transforman lo peor en lo mejor. La crisis catalana no es el tema de estas novelas, pero es el carburante. La furia, el dolor, todo eso que hay en estas novelas surge de la crisis catalana.
«Un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano»
¿Por qué escoges la novela policiaca?
En el fondo todas las novelas que me importan son novelas policiacas. Lo decía Borges y, como casi siempre, estoy de acuerdo con Borges. Las mías lo son de manera flagrante. En todas hay un enigma. Pero aquí no me propuse escribir una novela policiaca. Lo que tenía en mente es un tipo que se llama Melchor Marín que estaba lleno de furia, de oscuridad, de dolor, de deseos de venganza. Sentí, bien avanzada la escritura, que este tipo solo podía ser policía. Seguramente porque el tema esencial de estas novelas es la relación entre la ley y la justicia. Todavía hay gente que cree que la novela policial es un género menor. Es una visión muy limitada de lo que es la literatura. La tragedia tiene cosas buenísimas, pero también una cantidad de basura monumental. Lo mismo ocurre con la novela policial. La diferencia es que es un género muy reciente. Hay dos tipos de literatura: la buena y la mala. Lo demás es verborrea, superstición. Vivimos entre supersticiones literarias creadas al principio de la modernidad.
¿Por ejemplo?
La inutilidad de la literatura, una provocación lanzada por algunos de nuestros héroes literarios al inicio de la modernidad, una forma de epatar a la burguesía de su época, a la que consideraban con toda la razón de un pragmatismo repulsivo. Pero ¿qué idiotez es esa? ¿Flaubert dedicaba su vida a algo que le parecía inútil? La literatura es antes que nada un placer. Pero también es una forma de conocimiento. Si hay algo más útil que el placer y el conocimiento, yo no lo conozco. Era una forma de provocar y nos hemos quedado con esta idea. Hay escritores por ahí que dicen que su literatura no sirve para nada. ¡Será la suya! Porque Shakespeare o Cervantes sirven para mucho. Sobrevive otro prejuicio que nace a la vez: en el mundillo literario, se considera que la buena literatura es solo la literatura de catacumbas. Delata una ignorancia enorme. La mejor novela es Don Quijote de la Mancha, que fue un best seller. Algunos creen que es un libro para catedráticos de Oxford, no para la gente. Dicen: ¿era un libro de entretenimiento? Nos ha jodido: pues claro. Como Shakespeare. Y los grandes novelistas del XIX fueron éxitos fenomenales. No digo que solo la literatura popular sea buena, sino que no es necesariamente mala. Lo mejor que le podría pasar a la literatura es que vuelva a ser popular, relevante, capaz de decir cosas importantes a la gente. Estoy a favor de la popularidad de la literatura, no de la literatura popular. Con el género se pueden hacer cosas buenas, malas, regulares; depende de quién y cómo lo haga.
Es curioso porque es una inversión: las otras son sobre un enigma y en estas, en cambio, el personaje es más importante que el enigma. Unas trataban de explicar el pasado y estas transcurren en el futuro. Unas tienen una relación directa con la realidad y otras construyen una trama de ficción.
El personaje es lo esencial. También decía un crítico que en las novelas anteriores el protagonista era el escritor y en estas es el lector. El punto ciego, ese espacio de ambigüedad en el centro de la novela, existe; pero es el lector el que se lo queda, no el escritor. En Soldados [de Salamina] o Anatomía [de un instante] no se sabía por qué el soldado salvó a Sánchez Mazas o por qué Suárez se quedaba en su sitio. Aquí la ambigüedad se la queda el lector; tiene que ver con la ley y con la justicia. No se resuelve la pregunta central, que es si es legítimo tomarse la justicia por su mano. Que se ajusten más o menos al patrón no es algo deliberado. Ni siquiera soy un lector de novela policial. Soy más espectador de cine negro: soy lector de buena literatura y por ejemplo Don Winslow me parece uno de los mejores escritores de nuestro tiempo.
«Lo mejor que le podría pasar a la literatura es que vuelva a ser popular, relevante, capaz de decir cosas importantes a la gente»
Están contadas en presente.
Los cambios fundamentales son formales. El esencial es el uso de la tercera persona. Las novelas anteriores estaban narradas por un narrador en primera persona, a menudo muy próximo a mí. Los cambios formales producen cambios temáticos. Aquí hay un narrador muy distanciado, flaubertiano, que a veces utiliza el presente. Es lo que da el tono. Estas novelas me han servido para sacar toda la furia que llevaba dentro. Si no las hubiese escrito estaría encerrado en una cárcel de alta seguridad acusado de crímenes contra la humanidad. Han sido una bendición personal. Afrontaba la creación de un mundo ajeno a mí, no tenía ni idea de los métodos de la policía, los personajes estaban lejos de mí. Eso paradójicamente me ha permitido decir cosas mucho más íntimas, más personales.
La violencia contra las mujeres es uno de los temas de la trilogía.
Tampoco fue algo buscado. Me encontré con el personaje. Está lleno de furia, entre otras razones porque todas sus mujeres han sido víctimas de la violencia y eso es algo que lo determina. Por otra parte, lo que define nuestro tiempo, el gran cambio, es la revolución de las mujeres. Desde que el mundo es mundo la mitad de la humanidad ha tenido el pie en el cuello de la otra mitad; la ha tenido sometida, postergada. La violencia contra las mujeres es una consecuencia de esa postergación. En los últimos años hemos empezado a decir «basta», o al menos a reconocer que hay un problema. Como toda revolución, esta puede entrañar abusos. No somos maquiavélicos, sino camusianos: no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin. Hay por tanto que corregir esos abusos. No es una revolución que vayan a llevar a cabo las mujeres, tenemos que hacerlo todos.
¿Cómo ves ahora lo que sucedió en 2017? Algunos parecen empeñados en restarle importancia.
Nunca pensé que llegaríamos a eso. Nunca pensé que tendríamos un presidente de la Generalitat como Torra, que escribe que las personas que no hablan en catalán en Cataluña son bestias con forma humana. No es una cosa que dices: es algo que escribes, parte de una cosmovisión. En el subsuelo de todas las sociedades está la parte oscura, esa bestia que según Bataille está dentro de todos, encerrada. La literatura es el lugar de esa bestia. Igual que en toda persona habita esa forma maldita, también habita en las sociedades. En todas hay xenofobia. El problema es cuando la basura de las alcantarillas lo inunda todo. Nunca creí que en uno de los lugares más privilegiados del mundo fuera a ocurrir eso. Eso transforma a las personas. Cuando se genera un clima de ese tipo cambian, son otras. He oído en lugares muy notorios de nuestro país que no pasó nada: sí pasó, es raro que no pasara más, pero pasó y estamos pagando.
«En el subsuelo de todas las sociedades está esa bestia que según Bataille está dentro de todos, encerrada. La literatura es el lugar de esa bestia»
¿Y ahora?
Aquella tensión no se podía mantener. En 2019, cuando hubo protestas violentas por la sentencia del juicio a los líderes, ya no era lo mismo: eran los fuegos artificiales del final del procés. Acaba el día en que se aplica el 155, cuando lo que habían organizado desde el poder choca contra el Estado de derecho español sostenido por la Unión Europea. Dividir una sociedad es fácil, unirla de nuevo muy difícil. No aspiro a verlo en mi vida. Hay una anestesia: ha habido un agotamiento y una situación de conformismo. Es la visión de todas partes. Los sucesivos Gobiernos españoles no han tenido un plan para Cataluña. Han permitido que pasen cosas que nunca debieron ocurrir. No hay un plan. Solo: «Vamos a seguir». En el caso del secesionismo, es: «Estamos a la espera. Tenemos el poder, los mismos mecanismos y el Gobierno, no podemos hacer ahora lo que intentamos en aquel momento», pero el lema es «lo volveremos a hacer» y tienen todos los instrumentos en la mano. ¿Qué pasaría si llega un Gobierno del PP y de Vox? Tendríamos de nuevo la excusa perfecta. Y el «España nos roba» en dos semanas se vuelve a activar, con el control del poder político y los medios de comunicación. La situación ahora es mejor que en 2017, pero no estamos en vías de solución.
Hay un intento de presentar como monolingüe una sociedad bilingüe. Esa contaminación política es llamativa porque la convivencia entre las dos lenguas es muy natural en la sociedad y también en la literatura. Un ejemplo es tu traducción de los cuentos de Quim Monzó.
El procés ha distorsionado todo. Nada es como era antes. Soy una de las bestias negras del secesionismo, pero he sido un entusiasta de la cultura catalana. Yo soy de Gerona, donde se habla mucho catalán. Aprendí la lengua porque quise. Joan Ferrater, mi maestro, me dijo: «Voy a escribir que eres el primer escritor catalán en castellano». Le dije: «Te lo agradezco, pero te estás pasando. Hay muchos: Mendoza, Azúa…». Me dijo: «No, lo que quiero decir es que eres el primer escritor que surge del humus de la cultura en catalán y escribe en castellano». Y sí es cierto que Mendoza o Marsé provenían del ámbito de la cultura en castellano. Conocían la cultura catalana, claro, pero yo surjo del humus de la cultura catalana. Mis amigos eran poetas catalanes, como Joan Ferrater, Salvador Oliva, Jordi Cornudella, estudié literatura catalana en la universidad, empiezo a publicar en catalán en el Diari de Barcelona, los primeros libros que publiqué salieron en la editorial Sirmio, de Jaume Vallcorba. Monzó y Pàmies formaban parte de ese ámbito, los traduje. Abracé la cultura catalana, que ha sido una gran riqueza para mí, y creí que era posible –fíjate que hablo en pasado– la convivencia. Creí que no me iban a obligar a elegir. ¿Qué soy? Ni lo sé ni me importa: soy extremeño, catalán, español, europeo. La identidad es una cosa privada, como la religión. Igual que nos matamos durante siglos en las guerras de religión, espero que haya un día en que dejemos de matarnos por la identidad colectiva. Por eso me parece que la Unión Europea es la mejor idea que hemos tenido los europeos: una unidad política con diversidad lingüística y cultural. Estoy seguro de que el catalán y el castellano pueden (y deben) convivir maravillosamente. Tenemos la suerte de que haya varias lenguas en España y los catalanes tienen la suerte de tener una lengua universal. Yo soy catalanoparlante, con mi mujer hablo en catalán, con mi hijo en castellano. No debería ser un problema. Tendría que haber lo que defiende Mercè Vilarrubias: una ley de lenguas. Pero parece que en España solo las comunidades con «lengua propia» se han ocupado de tener una política lingüística. Y eso es lo primero que habría que hacer. Si es un problema es porque hay gente interesada en crear un problema. Tengo la convicción de que la lengua se la sopla. Los nacionalistas usan la lengua para lo que les interesa de verdad: el poder, el dinero. El ejemplo más claro es el irlandés: el gaélico era una reivindicación esencial, pero en cuanto alcanzaron el poder se olvidaron de la lengua. Que ocurriera algo así en una Cataluña independiente es absolutamente verosímil.
«La identidad es una cosa privada, como la religión»
Soldados de Salamina salió un poco antes del comienzo del movimiento de la memoria histórica. Ahora parece que tenemos una visión más maniquea: una prueba es la recepción de El monarca de las sombras. Anatomía de un instante es una reivindicación de la transición, un periodo que también se ha revisado o cuestionado en los últimos años.
Richard Rorty dice que el éxito inesperado de un libro se debe a una conjunción azarosa entre las obsesiones privadas de un escritor y las necesidades públicas de una sociedad. Cuando leyó Soldados de Salamina, la editora Beatriz de Moura me dijo que le había gustado mucho: «Eso sí, vamos a vender 5.000 ejemplares y solo lo leerán personas de más de 70 años». En 2001 el tema estaba acabado. ¿Por qué ese libro tiene éxito? No había empezado el movimiento de la memoria histórica. La llamada Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica se había fundado tres meses antes. Enlazó con esa necesidad. Nace ese movimiento. Y nace después toda una narrativa. Ha habido un cambio, como dices, en la visión.
Dices que Anatomía de un instante es una reivindicación de la Transición, pero fue recibido como un ataque frontal, como un libro antisistema. Sorprendía que dijera que Juan Carlos I había cometido errores, que no debería haber hablado mal de Suárez. Ahora en cambio dices que paró el golpe y es un escándalo. Con el rey emérito hemos pasado de hacerle la pelota de manera escandalosa a que falte poco para que le atribuyamos la caída de las Torres Gemelas.
Intenté reflejar ese cambio en El impostor. El pasado hay que mirarlo pero de verdad. No haciéndonos trampas. No inventando, como hizo Enric Marco, un pasado halagador, en el cual resulta que todos éramos resistentes antifranquistas excepto mi familia. Dicho de otra manera: Soldados de Salamina contribuye a desencadenar lo que se llamó el movimiento para la recuperación de la memoria histórica y El impostor y El monarca de las sombras dicen: «Lo estamos haciendo como el culo». Hay una utilización política flagrante del pasado a favor de intereses particulares, lo que llamo la industria de la memoria. Son libros más impopulares, pero los escritores estamos para decir lo que la gente no quiere oír. Si no lo decimos nosotros, ¿quién lo va a hacer?
Hace años me dijiste que eras un pos pos-moderno. ¿Lo sigues siendo?
Si la posmodernidad consiste en superar algunas supersticiones de la modernidad, soy posmoderno. Si es, como se entendió una cierta época, interpretar la literatura solo como juego, no me considero posmoderno. La literatura es un juego, pero en el que nos lo jugamos todo, personal y colectivamente.
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