ENTREVISTAS

«Hace poco nadie hubiera creído que en el centro de Europa se iba a librar una guerra»

Fotografía

Doreen Kennedy
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12
enero
2023

Fotografía

Doreen Kennedy

Para Costa-Gavras (Atenas, 1933), cualquier película es política. Por eso el nombre de este cineasta griego, que pronto alcanzará los 90 años, resuena cada vez que se menciona el compromiso del cine con la sociedad. Presidente de la prestigiosa Cinemateca Francesa, que colecciona y restaura el patrimonio cinematográfico mundial, su última producción es ‘Adults in the Room’ (‘Comportarse como adultos’), inspirada en el libro del exministro de Finanzas heleno, Yanis Varoufakis, tras su efímero mandato en plena crisis financiera de Grecia. En ella captura la sucesión de reuniones del Eurogrupo en 2015 que llevó al país a adoptar aquellas polémicas medidas de austeridad. Una tragedia al más puro estilo de la antigua Grecia en la que los personajes son, simplemente, peones arrastrados por las consecuencias de lo que entienden por deber. Tres años después de este filme, de Costa-Gavras se sigue esperando que vuelva a coger la cámara. Pero tiene un motivo de peso para alargar la pausa: sigue buscando una historia de la que enamorarse.


Su forma de trabajar siempre ha estado marcada por las historias sociales que necesitan ser reconocidas. ¿El mundo sigue alimentando este tipo de cine?

El mundo hoy es un desastre. Nadie sabe hacia dónde se dirige la humanidad, ni lo que puede ocurrir en los próximos años. Pero, por supuesto, esta incertidumbre puede ser la base para una gran cantidad de películas. De todos modos, siempre me ha llamado la atención esa distinción que se hace del cine social frente a otros tipos de cine: para mí, toda película es política, porque le habla a millones de personas sobre su realidad y las lleva a reaccionar frente a ella. Lo político no es solo lo que pasa por los líderes o por el trabajo que hacen comparado con lo que otros construyeron previamente; la política está en lo que hacemos los ciudadanos todos los días.

En Z, que ganó el Óscar a Mejor Película Extranjera, realiza una visión satírica de la política griega alrededor del asesinato del demócrata Grigoris Lambrakis en 1963. Con Desaparecido muestra al mundo el caso del periodista estadounidense Charles Horman, desaparecido durante el sangriento golpe de Estado de Pinochet. Y en La caja de música relata la historia de un inmigrante húngaro acusado de ser un criminal nazi. ¿Elige el contenido político porque verdaderamente le interesa cubrirlo o porque es parte de lo que marca la industria del cine?

Mis películas son consideradas políticas porque no siguen los temas del cine actual, ni tampoco responden a la línea ideológica de la mayor parte de la audiencia. Funcionan con un espectro de la sociedad que va al cine a verlas y se siente bien con ellas. Pero el modo de leerlas depende de cada uno. Empezó en la década de los sesenta, un periodo histórico en el que los asuntos políticos copaban el cine: la Guerra Fría, el bloque occidental frente al oriental… Sin embargo, hoy, su filmografía es una de las pocas que aborda el asunto político. En aquella época había muchas más tensiones que ahora, por eso se podían crear excelentes historias a partir de la realidad. No obstante, aunque en la actualidad esos bloques hayan desaparecido, creo que muchos de los problemas vigentes por aquel entonces siguen vivos: ya no hay tantos bloques ideológicos, pero sí económicos. Hemos entrado en una etapa histórica en la que existe una nueva religión, la del dinero, que nos lleva a centrarnos en la riqueza mientras abandonamos a los que nos rodean. El dinero nos está empujando hacia el individualismo y para el progreso eso no es una buena noticia.

«Filmar es una historia de amor»

¿La sociedad de entonces estaba más concienciada con lo que ocurría a su alrededor?

Completamente. Los 60 y los 70 fueron un gran periodo porque la gente pensaba en los demás, en el ser humano y en cómo podría construirse una mejor sociedad. Lamentablemente, aquellas personas también tuvieron que adaptarse a los cambios que llegaron en las décadas posteriores, transformando su vida según lo que resultaba acorde en ese cambio. Y, ahora, vivimos en un mundo dominado por conservadores donde han regresado las viejas ideas sobre la sociedad, la religión y el sexo.

Es probable que no existan bloques políticos tan marcados como en la década de los 60, pero no puede obviarse el creciente enfrentamiento entre las fuerzas conservadoras y las progresistas que deriva en una preocupante consecuencia: la polarización. ¿Cómo concibe esta lucha ideológica moderna?

Cuando cayó la Unión Soviética en 1991, en mi generación pensamos que, a partir de entonces, el mundo se convertiría en no menos que un paraíso. Y no fue así. Todo está peor, y cada año empeora más: han pasado casi tres décadas y nada ha mejorado. Quizá sería mejor que existieran estas dos grandes fuerzas para marcar un equilibrio. Ahora vemos el ejemplo de todo lo que va mal con la guerra en Ucrania: Putin hace lo que le viene en gana, y por eso mismo todo está peor. No sé dónde nos llevará esta guerra.

¿Retratará la situación en Ucrania?

Resulta muy complicado hacer una película sobre lo que está pasando allí. Llevo tiempo intentando encontrar una idea que me permita hacerlo, pero es imposible. El conflicto se escapa entre los dedos. Es de lo peor que nos ha pasado. Hace un tiempo, nadie hubiera creído que en el centro de Europa se iba a librar una guerra que lo destruyera todo y acabara con la vida de cien personas cada día. De todos modos, aunque no sepamos hacia dónde vamos, me obligo a ser un poco optimista.

Usted, de hecho, vivió la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué recuerdos guarda de aquellos tiempos?

Yo la pasé en un pequeño pueblo de Grecia mientras en la capital la gente moría de hambre cada día. Por ese motivo, mi padre nos mandó a vivir al pueblo. En realidad, fue una etapa agradable porque la guerra nos quedaba lejos y vivíamos como campesinos, lo que me enseñó mucho sobre la vida durante varios años: aprendí cuánta leña hace falta para pasar el invierno, la cantidad de harina que es necesaria para hacer pan… Enseñanzas de ese estilo. De todos modos, fueron tiempos muy duros y tuve que trabajar mucho para poder progresar. Cuando llegué a Francia, la situación fue aún peor, pero a la vez sentía que éramos libres. Por supuesto, luego aprendí lo que era de verdad la guerra y sus terroríficas consecuencias. En Grecia, concretamente la guerra civil, fue horrorosa.

«El dinero nos está empujando hacia el individualismo, y para el progreso eso no es una buena noticia»

¿Cree entonces que, en este contexto de creciente violencia en el que nos encontramos, el concepto tradicional de izquierda y derecha sigue vigente?

Los partidos que se identifican con la izquierda o con la derecha deberían plantearse cuál es su rol en la sociedad. Solo así podrán observar cuáles son sus creencias e ideologías y, a partir de ahí, decidir qué es lo que deben cambiar. Tienen que encontrar una manera diferente de administrar sus países porque es evidente que hace falta una profunda transformación acorde con un mundo en constante metamorfosis (y que lo seguirá estando debido a la revolución digital). De momento, nadie lo está haciendo y para muestra tenemos el resultado de las elecciones francesas el pasado mes de abril, donde los extremistas se han vuelto muy fuertes.

Tras sesenta años de carrera ha cosechado una importante cantidad de reconocimientos a su trabajo. ¿Qué es lo que le lleva a seguir como director?

No me importan mucho los reconocimientos. Yo estoy pensando siempre en lo que vendrá, porque el pasado es el pasado. Cuando aterricé en Francia y entré en el mundo del cine, me bastaba con ser asistente de director porque allí se trabajaba muy de cerca con los directores. No creía que un extranjero pudiera llegar a dirigir películas en Francia. Hacerlo fue extraordinario y todavía lo es. Filmar siempre ha sido un descubrimiento para mí.

Si es así, ¿por qué ha dirigido tan pocas películas a lo largo de su carrera?

Porque filmar es una historia de amor, así que no puedo hacer una película si no tengo pasión. Tengo que repetir cada escena una y otra vez hasta que quede perfecta. Es la única forma en la que puedo hacer películas. Por eso solo hay veinte.

«Los partidos que se identifican con la izquierda o con la derecha deberían plantearse cuál es su rol en la sociedad»

Sin embargo, con una relativamente escasa filmografía, ha cosechado grandes éxitos. ¿Le ha ofrecido Hollywood ser parte de su mundo?

Después de Los raíles de la muerte (1964), mi primera película, me invitaron a firmar un contrato con un estudio y me negué porque yo estaba bien en Francia. Siguieron insistiendo tras el estreno de Z (1969), pero yo no podía aceptar el guion de una película sin entender el mundo en el que transcurría. El que me mandaron para Desaparecido me gustó, aunque escribí una nueva versión bajo la condición de que tenían que aceptarlo, o si no me iba. Funcionó. Yo siempre tuve una gran admiración por Salvador Allende y, por eso, Desaparecido fue tan importante para mí, porque era un homenaje a los chilenos que estaban viviendo bajo una dictadura espantosa apoyada por el Gobierno estadounidense. Por aquel entonces, la buena disposición de Hollywood para apoyarme tuvo que ver con cómo la audiencia estadounidense recibía mis películas, porque las presentaban en universidades y siempre había preguntas de los asistentes. Y es que en las aulas, por entonces, se hablaba mucho de política. Sin embargo, Hollywood funciona ahora de una forma muy diferente: no creo que en la actualidad hubiese aceptado rodarla.

¿De qué manera cree entonces que ha cambiado el cine desde esos estrenos hasta ahora?

Con tantas series y películas, está perdiendo su misticismo. Pero es parte de la evolución de la sociedad. Antes, ir al cine un viernes por la tarde con tu familia era un motivo de celebración, pero, ahora, cualquier película está disponible en la palma de tu mano en el momento que haga falta gracias a los smartphones. Ya no es una relación mística, sino de consumo: ves una película y pasas a la siguiente. Por eso es tan importante promover que la gente vaya al cine. Hay que hacer lo que sea para salvar esa experiencia, porque el cine es un testimonio de nuestra historia.

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