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Samanta Schweblin

«Lo extraño, lo monstruoso, funciona como alarma y como espejo»

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Fotografía

Penguin Random House
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19
mayo
2025

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Penguin Random House

El enrarecimiento, la marca personal de Samanta Schweblin, regresa en su nuevo libro de cuentos, ‘El buen mal’. Cada relato fue fruto de una experiencia personal o de una visión que tuvo en algún momento de su vida (los caballos de su infancia, el recuerdo de su fallecida amiga Martina, un accidente que sufrió su sobrino o los juegos en jardines ajenos con sus hermanas mientras estaban de vacaciones). Sin embargo, estos son solo puntos de partida, porque los caballos son la reencarnación de un niño muerto, la amiga fallecida es una mujer que necesita lastimar a quienes ama para seguir con vida, su sobrino pierde la corporalidad hasta ser una nada omnisciente y los juegos en jardines ajenos se transforman en torturas a una poeta venida a menos. El resultado no podría ser más estremecedor: ‘El buen mal’ es, probablemente, el mejor libro a la fecha de la ganadora de premios como el Casa de las Américas o el Iberoamericano de Letras José Donoso. Cuentos en los que las imágenes perturbadoras, los personajes delirantes y las historias esquizofrénicas se escriben con la delicada belleza de un milagro o una pesadilla. Y como lectores no sabemos si despertar o quedarnos a vivir allí, en cada página, para siempre.


Al leer El buen mal recordaba a autoras como Agota Kristof, Cynthia Ozick o Alejandra Pizarnik, en las que la realidad tiene algo de fábula siniestra. ¿Qué autores hacen parte de su constelación de afectos de lecturas?

Uy, son tantos los autores a los que admiro. A veces también tiene que ver con etapas que voy atravesando. Estos meses, por ejemplo, estuve leyendo mucho autoras como Sigrid Nunez, Dubravka Ugresic, Tove Ditlevsen, Aysegül Savas, que en sí no tienen mucho que ver ni con sus lenguas ni tradiciones, pero todas escriben desde ellas como personajes o algo bastante cercano a eso. Me pregunto si es una línea que estoy leyendo porque es lo que mis amigos y lectores de confianza están leyendo ahora, y entonces yo sigo un poco ese camino también, o si es que algo de lo que yo quiero escribir a continuación bordea ese camino. No es para nada el tipo de literatura que yo suelo escribir.

En su escritura lo tierno y lo cruel se entremezclan de formas grotescamente hermosas, ¿qué la atrae de esta disonancia narrativa?

Una vez mi hermana me dijo que, cuando un amigo olvidaba en su casa un abrigo, ella se consternaba porque la sola visión de ese abrigo sin su dueño, ahí colgado de la silla como desarmado, la llenaba de tanta ternura que se angustiaba. Recuerdo sus palabras con precisión porque atraparon por primera vez algo que para mí todavía no tenía palabras. Es un tipo de angustia bastante particular a la que tendríamos que inventarle un nombre, y me atrae porque la tengo yo también muchas veces, y sé que está en los demás, es solo que es un sentimiento que todavía no tenemos del todo definido. Pero tan poderoso y tan tremendamente contemporáneo.

Uno de los cuentos de El buen mal explora la inspiración. ¿Para usted qué es la inspiración?

Estar inspirado lo toca todo, todos conocemos este estado, no hace falta dedicarse a la escritura para circular por la vida en estado de inspiración. Tiene un poco que ver con la felicidad, aunque no siempre la necesita. Y muchas de las cosas que atentan contra este estado se han convertido en lo más cotidiano de nuestras vidas, como las redes sociales, la angustia de la desinformación, la desconexión con lo comunitario, la falta de atención hacia esas otras personas que quizá no sean nuestro núcleo más cercano, pero son con quienes nos toca trabajar o convivir. Cuando estoy en estado de inspiración soy más amable, más sincera, más abierta, y desde ese estado es mucho más fácil encontrar lo que verdaderamente siento y pienso sobre las cosas, sin que me dominen tanto otros humores. Y por tanto la escritura se vuelve más fácil. Pero ojo, no pienso en la inspiración como esos rayos de iluminación con los que de pronto podrían llegar algunas ideas. Eso podría ocurrir o no, no depende enteramente de mí, y no tiene nada que ver con el trabajo. Prefiero pensar en la inspiración como un estado abierto de atención sobre las cosas. Y esto sí es algo que depende de mí, y que puedo intentar llevar a mi escritorio cada día.

«No hace falta dedicarse a la escritura para circular por la vida en estado de inspiración»

El libro abre con un epígrafe de Silvina Ocampo: «Lo raro siempre es más cierto». ¿Qué importancia tiene lo raro en el actual clima político que vivimos en el mundo (y, por ejemplo, en el caso argentino con Javier Milei en la presidencia)?

Bueno, interesante tu acotación porque ya hay más de un lector que asocia el cuento ‘El superior’ hace una visita con la era mileísta. Me impresiona porque esta conexión no estaba en mi cabeza cuando lo escribí. Pero claro, es abiertamente un cuento sobre un «otro» que, sin cruzar tan rápido la línea de lo ilegal, se mete a tu casa como si viniera a ayudarte, y una vez dentro se transforma en una amenaza invasiva y violenta en formas en las que antes no habíamos pensado. Evidentemente, al menos para estos lectores, la asociación con su propio estado en estos primeros años del nuevo gobierno argentino fue inmediata. En estos casos, lo extraño, lo amenazante, lo monstruoso, funciona como alarma y como espejo, y en los reflejos vemos nuestra propia realidad. Lo bueno de la ficción es que es un espacio donde podemos ensayar esas confrontaciones. Reflexionar qué tan peligrosos son estos monstruos, cuánto daño causan, cuánto podría dolernos y cómo podríamos sobrevivir.

Los animales, de una u otra forma, están presentes en la mayoría de los relatos del libro. ¿Qué le interesa de la animalidad?

Hay algo muy especial en nuestras miradas sobre otras especies que nos devuelve a nosotros mismos. Los animales nos confrontan con otros modos de percibir la realidad. No hablan, pero comunican. No razonan como nosotros, pero toman decisiones. Hay algo en ellos que resuena con nosotros y a la vez es claramente un ser de otra especie, y me fascina esa doble distancia y cercanía. Me parecen casi metáforas de esas tantas otras cosas y personas que no entendemos del todo. Como los símbolos, como las señales, sus presencias alteran muchas veces mi estado y me ponen a dialogar conmigo misma como a través de un espejo.

«Los animales nos confrontan con otros modos de percibir la realidad»

La conversación está presente a lo largo de los cuentos. ¿Qué rol juega la conversación en su escritura? ¿Escribir es una forma de conversar? ¿Qué tanto conversa en su proceso de escritura con otros escritores?

Todas estas historias funcionan como un diálogo, a veces de forma literal, como en la historia de ‘Un animal fabuloso’, que es una llamada telefónica de punta a punta del cuento. A veces se trata de diálogos a lo largo de una tarde, o de toda una vida. Pero en todos hay una intersección entre dos fuerzas que intentan comunicarse o conectar, y que lleva tiempo, que se resiste. Una tensión que no explota en un único punto, sino que se va creciendo de una manera más gradual. Respecto a mi conversación con otros escritores, creo que hay un diálogo fuerte, y me ilusiona que así sea. Por un lado está ese diálogo quizá más inconsciente, de leernos bastante y saber que siempre hay algo de nuestra escritura que conversa con esas lecturas. Pero luego hay un diálogo más directo, durante la propia escritura, cuando leo manuscritos de otros y doy los míos a leer, o conversamos sobre problemas particulares con los que estamos lidiando en la escritura en un determinado momento. La escritura puede ser muy solitaria, así que valoro mucho esos momentos de intercambio con otros que están en procesos similares.

¿En qué se diferencia, para usted, escribir una novela y escribir un cuento? ¿Dónde se siente más cómoda?

No presto tanta atención a la extensión que tendrá un texto, sino a la manera en la que cada historia exige ser contada. No parto de la decisión de escribir un cuento o una novela, sino que parto de una idea, de un tono, de un ritmo, de una voz, y el género que termine adoptando es una consecuencia natural de todo eso. El cuento es como un túnel vertical que se hunde hacia el centro de la tierra, su profundidad puede ser kilométrica, pero, desde la superficie, pareciera no tener más de un par de metros. Me gusta esa intensidad y la intriga que supone semejante misterio. Pero la novela también tiene sus ventajas y disfruto leyendo y escribiendo ambos géneros. Distancia de rescate, por ejemplo, comenzó como un cuento que se me fue de las manos. Fracasé en mi intento de contar esa historia en treinta páginas y terminé necesitando cien más. Otras veces es al revés: una idea parece destinada a la novela, pero al escribirla me doy cuenta de que no necesita más de diez páginas para alcanzar su impacto total. Por eso, no me preocupa tanto en qué género me estoy moviendo, eso es algo que la propia escritura irá develando.


Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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