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Elogio de la lealtad

Entendida como fidelidad libre a una causa que trasciende al individuo, la lealtad es un fundamento de la vida moral.

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19
diciembre
2025

Decía Henry Miller que «las imperfecciones de un hombre, sus debilidades, sus defectos, son tan importantes como sus virtudes… No se pueden separar. Están unidas». La existencia humana está compuesta por esa tensión. Queremos ser íntegros, pero nos pueden las urgencias de cada instante. Aspiramos a encarnar un ideal de nobleza, pero nuestras fragilidades nos ponen la zancadilla. En ese abismo que se abre entre el yo vulnerable y el yo ideal, el ser humano puede tender un puente a través de la lealtad, que no deja de ser la promesa que se hace a uno mismo de entregarse a lo que se considera valioso. Aun cuando la debilidad invite a rendirse.

Podría decirse que la virtud de la lealtad –entendiendo la virtud como lo hacía Aristóteles y presuponiendo la lealtad como ese punto medio entre la servidumbre y la infidelidad– es el fundamento de la acción moral del hombre, puesto que orienta su voluntad hacia un bien que lo trasciende. Así lo afirma Josiah Royce en su Filosofía de la fidelidad en la que afirma que «en la lealtad, cuando se define correctamente, se da el cumplimiento de toda la ley moral». Para Royce, la lealtad es la virtud de las virtudes, el deber principal que da sentido a todas las demás responsabilidades.

El hombre leal es, por definición, el hombre moral, puesto que ha vertebrado su vida en torno a la fidelidad a una causa que no se ejerce solo de forma teórica o intelectual, sino que dispone a la acción.

Todo ser humano tiene capacidad de reconocer en la lealtad un noble ideal, pero no siempre logra encarnarla. ¿Y acaso debería ser exigible? ¿Quién puede reprocharle a Pedro que negara a Cristo para evitar compartir su destino en la Cruz? La fidelidad muchas veces requiere coartar la propia autonomía, renunciar a deseos más personales por un bien más universal, hacer violencia a los primeros impulsos para poner la voluntad al servicio de la causa, ignorar el miedo para cumplir con la palabra dada.

«La devoción del hombre leal implica una especie de moderación o sumisión de sus deseos naturales a su causa. La lealtad sin autocontrol es imposible. El hombre leal sirve. Es decir, no se limita a seguir sus propios impulsos. Busca orientación en su causa. Esta causa le dice qué hacer, y él lo hace», describe Royce.

La persona leal sirve; es decir, no se limita a seguir sus propios impulsos

A pesar de que parece atentar contra la libertad, hay algo que se respeta en la Penélope que deshace lo tejido esperando pacientemente a Ulises, en Sam que sigue a Frodo hasta el final del camino, a pesar de que el propio amigo le ha rechazado.

Y es que, como dice Royce, la virtud no deja al hombre sin recompensa porque la lealtad es consecuencia de la libertad. El hombre hace su elección y gracias a ella logra la unificación entre su mundo exterior e interior, puesto que encuentra fuera de sí mismo la causa que debe ser servida y dentro de sí mismo la voluntad que se deleita en hacer ese servicio. Esta síntesis se logra porque la lealtad proporciona un plan de vida que es a la vez social e individual, superando las limitaciones tanto del caos interno como de la coerción externa.

Sin embargo, es innegable que la sumisión ciega a una causa es el origen de diversos males a lo largo de la historia. Un hombre leal puede serlo a una cruzada injusta o a un líder perverso. Puede serlo por motivos utilitaristas o por miedo, en cuyo caso no podría considerarse lealtad; pero también puede serlo por un auténtico convencimiento de estar siguiendo los dictados de la propia conciencia.

En Barioná, hijo del trueno –obra de teatro casi desconocida de Jean Paul Sartre, que escribió para una representación navideña en los barracones en los que se encontraba preso durante la Segunda Guerra Mundial–, el protagonista jura que ni él ni su pueblo tendrán más hijos. Su mujer Sara, que está embarazada en ese momento sin él saberlo, se siente maldecida por esta promesa.

Sin embargo, para Joyce, la misma lealtad resuelve el problema de la lealtad. No niega que se puedan prestar fidelidades ciegas a causas injustas, pero asegura que hay una lealtad que trasciende a todas y que ejerce como criterio rector: la lealtad a la humanidad. Así, el principio rector para la elección de una causa digna sería: «En la medida en que esté en tu poder, elige tu causa y sírvela de tal modo que, por razón de tu elección y de tu servicio, haya más lealtad en el mundo, y no menos».

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