ENTREVISTAS

Marina Garcés

«Hoy se tiende a alimentar burbujas de idénticos, más que grupos de amigos»

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Asís Ayerbe
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28
abril
2025

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Asís Ayerbe

¿Qué puede quebrar una amistad? ¿Es posible un reencuentro con el amigo que dejó de serlo? ¿Qué porción de secreto y de verdad admite una amistad? ¿Cómo es posible que aquel a quien hemos querido se convierta en enemigo? ¿Cómo y cuándo comienza una amistad? La filósofa Marina Garcés (Barcelona, 1973) distribuye en cuatro etapas el encuentro con el otro: la inconsciencia de los amigos (los que, digamos, nos vienen dados en la infancia), la ausencia de amigos (adolescencia), la abundancia de amigos (los que procura la etapa universitaria) y la alianza de amigos, que conforman la contrasociedad. De todo ello habla en su último ensayo, ‘La pasión de los extraños: Una filosofía de la amistad‘ (Galaxia Gutenberg).


La amistad se prende de un «encanto», explicaba Deleuze, algo parecido al punctum del que hablaba Barthes, y después consiste en mantener viva la atención hacia ese encanto percibido. Es decir, surge de un modo similar al amor, de la contingencia, y sin embargo parece más estable y duradera. 

La hemos atribuido esta estabilidad a la amistad, frente a la tragedia y el drama de lo que llamamos el amor vinculado a la cuestión sexoafectiva, y es una de las cosas que pongo en duda en el libro, el atributo de esa estabilidad, de permanencia, de lo no conflictivo. Quizá la amistad no es por defecto todas estas cosas sino lo que se gana, se practica, se construye o se inventa, aquello que puede tener otra narración, otra condición, pero no por ello nos pone menos en conflicto con quienes somos o lo que podemos ser que las relaciones de amor u otras. La cuestión es por qué no la abordamos así, por qué atribuimos a la amistad, a priori, todo lo que nos refugiaría de la intemperie y de las dificultades de otro tipo de vínculos afectivos.

La amistad, en su decir, tiene que ver con contar la vida, pero en ese contar también hay cosas que se escamotean, que no se comparten, que no se entienden del otro. ¿La intimidad no necesita de una transparencia? ¿Cuánto secreto admite una amistad?

Hay una idea de la amistad como espacio de sinceridad y transparencia, hay quien define a los amigos como aquellos a los que contaría todo, más que a su propia familia o a su entorno más cercano; esta es otra cosa que pongo en duda, no porque no pueda ser, sino por el hecho de que sea la condición indispensable para ser amigos. Pienso que la amistad tiene que ver con la percepción de un encanto, como decíamos antes, con algo que no encaja exactamente en las funciones sociales y las relaciones de pertenencia que nos inscriben en un determinado grupo social, pero eso no quiere decir que la verdadera amistad tenga como condición única el ser el repositorio o el lugar en el que se guardan nuestros secretos y verdades; la amistad también puede ser la aventura, inventarnos un yo distinto al que se guarda en lo más íntimo de lo doméstico, el descubrir otra cosa extraña de los demás y de nosotros mismos; también es una potencia de invención, la amistad no solo es revelación. Al darle en exclusiva la condición de revelación perdemos otras dimensiones, como la de inventar juntos un «nosotros», que es lo que ocurre, para mí, en las relaciones de amistad.

«La amistad tiene que ver con la percepción de un encanto»

¿Cuánta verdad podemos soportar en una relación de amistad?

Nietzsche diría que muy poca. Hay una expresión que hago mía, y que empleo en el libro, que es la que nos dice que nos pongamos las mejores galas para el amigo, esta idea de que puede haber desnudez, descubrimiento de una verdad, pero la amistad es una invitación a la invención, a la creación, a eso mismo, a «vestir» en el mejor sentido, no en el del código social sino en tanto que regalo que hacemos a los otros. Todos hemos sentido esa sensación de querer ser interesante para el amigo, no de manera instrumental, sino por entregarle algo de nosotros que no se da por supuesto en lo que normalmente somos. Hay una excepcionalidad de la amistad que no estaría solo en la distorsión o alteración de la conciencia del enamoramiento sino en otro tipo de distorsión, la de ver lo mejor posible el mundo para dar un lugar a la amistad. Eso no necesariamente es la sinceridad opuesta al engaño, sino la ilusión opuesta a la banalidad o a la normalidad.

Es decir, como asegura el psicoanálisis, al otro, sea pareja o amigo, nos lo inventamos…

Sí, pero la invención no es sinónimo de engaño, el engaño es otra cosa que se da en todo tipo de relaciones, para mal, el engaño tiene un propósito que busca un beneficio. La ilusión es otra cosa, es una potencia de desplazamiento de aquello que normalmente hay, de aquello que normalmente ya está reconocido, sabido y pautado. La amistad, en tanto que no está institucionalizada, que no parte de un código ni legislativo ni institucional, sino que se relaciona con las pautas y las normas sociales sin estar del todo fijada en ninguna de ellas, tiene este margen de aventura, no en el sentido romantizado, sino en el más literal, el de salir de los límites de lo establecido para crear su propio espacio, que quiere decir también desplazar los horizontes del mundo conocido.

La amistad, además de sus códigos, su humor, sus rituales, la asunción de la normatividad social, crea su propio lenguaje. Sin embargo, es irónico que no haya palabras para los distintos grados de amistad, que tengamos que emplear la misma palabra, «amigo», para el que lo es de verdad, el «amigo» de las redes, el que no lo es tanto…

Esto es muy interesante. Durante la preparación del libro me parecía muy paradójica esta riqueza, por un lado, de las historias de amistad, que no tienen que encajar en instituciones concretas (matrimonio, activismo, Estado) que carecen de un recorrido establecido, por contar con una multiplicidad de formas inabarcable y, al mismo tiempo, resulta semánticamente pobre, de una pobreza semántica y narrativa, no tanto filosófica, porque hay una tradición de textos filosóficos diversos sobre la amistad, pero narrativamente la amistad ha dado poco de sí; hay imágenes de la amistad heroica, como la de Aquiles y Patroclo, pero la pobreza imaginativa es muy interesante. Por un lado, nos hemos ocupado poco de ella, nos han interesado más las historias de amor, política y guerra, por resumir. Por otro, quizás es una generosidad del lenguaje, que deja a cada cual adjetivar la amistad como desee.

«En la amistad, paradójicamente, buscamos los dos extremos de nuestra época»

El hecho de que estos tiempos inciertos, líquidos, que vivimos, atenazados por crisis de distinta naturaleza, ¿es una oportunidad para estrechar el afecto?

Tenemos la percepción de que vivimos tiempos muy inciertos, incluso de excepcionalidad permanente, de cambios constantes… No sé si es tan así o es una percepción históricamente relativa, pero es verdad que la sensación es que los contornos de la estabilidad imaginable están en movimiento. En la amistad, paradójicamente, buscamos los dos extremos de nuestra época, por un lado, tener nuevos amigos, todos los contactos y encuentros posibles cada día, a cada minuto, en esta hiperactividad de lo que es el capitalismo emocional y relacional, no solo aplicado al espacio sexoafectivo, sino también al resto; al tiempo, la amistad es el reservorio donde se supone que queda todo aquello que estamos perdiendo en este mundo hiperactivo cambiante, incierto, incluso en estado de riesgo y peligro constante. Y atribuimos a la amistad esta condición de salvavidas, de espacio de refugio, de zona de seguridad, que tiene que ver precisamente con la antítesis de ello. Es bastante esquizofrénico, y caracteriza también las historias y las maneras de cómo hoy se está dando una atención creciente a la amistad como concepto y prácticas posibles de vida que se mueven entre estos dos extremos: el consumo constante de vidas y posibilidades, y el refugio que nos salvaría de todo ello.

«La amistad siempre es una historia inacabada». ¿Incluso cuando se termina?

La gran pregunta es qué significa que se acabe una amistad, porque igual que tenemos los comienzos y finales de las historias de amor muy bien definidos, en lo que es el recorrido oficial, dónde empieza y acaba una amistad no está claro. Para empezar, normalmente no se declara una amistad, no se propone un matrimonio para amistad, los comienzos ocurren y los finales están muy pocos narrados. Hay pocas palabras para referirnos a las rupturas de la amistad, sean por malentendidos, por oscuridades, por opacidades, por todo aquello que enturbia las relaciones de amistad, salvo la traición o la muerte, que son los dos grandes motivos que acaban con ella. Muchos tratados filosóficos comienzan como un canto a la muerte del amigo. El poema de Gilgamesh es una historia de amistad, en la que el príncipe descubre su propia finitud a través de la muerte del amigo, pero en la vida cotidiana, los finales de la amistad acostumbran a ser mucho menos interesantes aparentemente, provocados por distanciamientos, cambios de vida, cambios propios en la manera de ser, encuentros que desvían nuestras vidas, expectativas defraudadas… Por eso pienso que los imaginarios que tenemos nos resultan demasiado pobres, y poco nobles en comparación con las grandes palabras y virtudes que le hemos atribuido a la amistad. Quizás es hora de comenzar a nombrarlo, su final, también desde estos lugares, porque condicionan muchos momentos de nuestras vidas.

«No está claro dónde empieza y dónde acaba una amistad»

La amistad, ese afecto que brota en mitad de la necesidad y del milagro, por usar sus palabras, cuando se rompe, ¿se puede recuperar?

Una de las propuestas del libro es entender la amistad como un concepto dinámico y no estático. Muchas veces presentamos la amistad como un concepto abstracto o como una foto fija de los amigos, cuando en realidad, precisamente porque no tiene enclave fijo, ni en lo institucional ni en el lenguaje, está en ella todo lo que hagamos y no hagamos con nuestros amigos. Más que de recuperación, hablaría de reencuentro, porque recuperar parece que indica que podemos volver a quienes fuimos; las amistades se deshacen, se pierden y se pueden retomar. Va ligado a nuestras propias transformaciones, la amistad se transforma con nosotros, como individuos y al tiempo que el contexto social; eso que vamos deviniendo también se va transformando a partir de la multiplicidad de encuentros que es una vida. Una vida son aquellos encuentros que nos han desplazado y a la vez nos han acogido. Hablaría de cómo acoger de nuevo al amigo que un día se fue, que dejamos, al que ya no podíamos soportar o al que impedía que fuéramos aquello que podíamos ser en un momento dado.

¿Cómo se es amigo de un muerto?

Gran tema, la ausencia… Si no se rompe una amistad, esta dura hasta que uno de los amigos desaparece. Se pierde al amigo, pero no la amistad, de ahí esa idea de la amistad como una comunidad de los recuerdos. Nuestros amigos son aquellos que recuerdan quiénes hemos sido en distintas etapas de la vida, mientras todavía nos lo podemos contar, pero también los amigos son aquellos de los que guardamos el recuerdo cuando no están, guardamos su recuerdo y el recuerdo de quienes hemos sido con ellos. Es una potencia de invención, no en el sentido de inventarse cosas que no han sido, sino de poder ir rememorando y cambiando nuestra memoria en plural por el hecho de haber tenido y perdido amigos a lo largo de nuestras vidas.

«Nuestros amigos son aquellos que recuerdan quiénes hemos sido en distintas etapas de la vida»

¿Ha de haber un equilibro para con el amigo entre la semejanza con nosotros y lo distinto del otro?

En esto, los griegos, seres obsesionados con la medida, dicen que quienes están demasiado lejos no pueden ser amigos, pero quienes quedan demasiado cerca, tampoco, porque la amistad requiere distancia, que se pierde en las relaciones de fusión, que no tienen que ver con la amistad. Hoy en día, lo pensamos en términos no tanto de medida como de identidades, podríamos hablar de cuán idénticos son los amigos, sabiendo que se tiende a alimentar burbujas de idénticos, más que grupos de amigos, por el efecto refugio que tiene este reconocimiento rápido en la misma identidad en un mundo que aparece como inquietante, peligroso, amenazante. Lo que no sabemos de los demás nos da miedo, más que provocar nuestra curiosidad o el sentido de la aventura o de la búsqueda o del descubrimiento. Pienso que ahí se confunde la igualdad, que forma parte de la amistad, que no deja de ser un amor entre iguales, con lo idéntico, y no es lo mismo. Desde la pura identidad, lo que se puede dar son relaciones de suma, de reconocimiento, pero difícilmente de mutua implicación en esa singularidad que es, en el fondo, cualquier amigo.

¿Se guarda la misma lealtad para con el amigo que para con el enemigo?

Ay, qué interesante. Volviendo a Nietzsche, te diría que quien es capaz de tener los mejores amigos es capaz de tener los mejores enemigos, porque hay buenos y malos amigos y buenos y malos enemigos. A veces nos buscamos problemas con quien no merece que le dediquemos tanto conflicto. Hay mucha vida social empleada en vínculos banalmente conflictivos, esa industria del problema de dedicar horas y horas de nuestras vidas, psicología y atención a banalidades sin que haya enemistad, sino entretenimiento del conflicto. ¿Qué son los buenos enemigos? Tal vez amigos a quienes hemos querido mucho. Desde ahí puede haber relaciones de lealtad, en el sentido de no descuidar que ese conflicto está ahí.

Cuesta pensar en un amigo que se convierta en enemigo…

Ahora nos cuesta imaginar situaciones concretas, porque la enemistad es una condición muy específica, tiene que ver con algo que no nos gusta, que nos puede causar problemas, la enemistad es aquello que niega toda amistad posible, incluso niega nuestra condición misma de existir, «tú no existes para mí». Forma parte de la condición de cierta radicalidad de todo amor, que implica la posibilidad de odiar.

«Quien es capaz de tener los mejores amigos es capaz de tener los mejores enemigos»

¿Por qué nos cuesta tanto entender que el otro es otro, manejarnos con el conflicto, con la divergencia del amigo?

Estamos en un momento caracterizado por el rechazo a todo lo extraño, por eso reivindico lo extraño en este libro, porque nos parece peligroso, amenazante, inquietante pero, por otro lado, en esa vida, calculada en términos de gestión emocional, de beneficio personal, de rentabilidad de los tiempos que dedicamos a las cosas y las personas. Una de las máximas es evitar conflictos que nos desgasten; desgastarse es perder energía, tiempo y resultados en una subjetividad de tipo resultadista, donde lo que hay que estar calculando todo el tiempo son las lógicas de la compensación, el «no me compensa»…

… el «no me renta», que se usa ahora…

«No me renta» es una expresión terrible. El conflicto hoy se mueve entre dos polos: me da miedo y no me renta. ¿Qué nos estamos perdiendo del otro y de nosotros mismos? Porque los seres que no entran nunca a rozarse con nada ni con nadie, salvo con aquello que les produce bienestar y recompensa hormonal, se pierden todo lo que nos vincula a una sociedad compleja, a una vida abierta y al aprendizaje más o menos consistente de ser una vida con, junto a, entre otras.

Este vínculo que no se escritura, ¿cómo lo privatiza y canibaliza el capitalismo?

Que la amistad esté libre de institución no quiere decir que esté libre de otras captaciones, en este caso del capital social, que antiguamente podía ser un capital social más basado en condiciones estamentales, contactos, accesos más determinados a círculos o cúpulas de poder… Hoy en día, es un capitalismo relacional, un capital social basado en una red infinita de posibilidades que nunca se tienen que perder. Lo que se valoriza en el capitalismo pasa no solo por poder traspasar ciertas barreras sino por mantener abiertas todas las puertas. Esto agota al sujeto, nos agota, pero sin eso no somos nadie, ahí está la depredación y colonización de los afectos que sucede en todos los ámbitos de la vida y que hace que, a la vez que podemos estar muy relacionados, estemos en peligro siempre. Siempre estamos donde sea, pero podríamos dejar de estar (con ese contacto, en ese grupo…)

«Cultivar la amistad es recibir, acoger»

Un amigo, ¿siempre marca un antes y después vital?

Sí, entendiendo que una vida son muchos antes y muchos después. A medida que vamos cumpliendo años, podríamos señalar puntos de inflexión en nuestras vidas asociados, junto a otros elementos, a la llegada o partida de alguno de nuestros amigos.

¿Cuánto de azar y de voluntad tiene una amistad?

Seguramente tanto de una como de otra, aunque es un tópico que cuestiono en el libro: que las amistades se eligen. Se eligen mucho menos de lo que pensamos, son encuentros, recepción y vinculación, y no sé si escoger es más esa posibilidad de acoger o no determinadas presencias, esas irrupciones que nos llegan. Cultivar la amistad es recibir, acoger, como enseñaban los viejos códigos de hospitalidad. La capacidad de hospitalidad que no pasa solo por ofrecer techo y mesa sino tiempo para compartir; eso es básicamente la amistad: tiempo que consideramos que no es solo nuestro.

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