Cultura de la cancelación
Karla Sofía Gascón: idolatría y decepción
La actriz española está en el centro del debate por una serie de polémicas publicaciones en una red social. La que hace unas semanas era ídolo hoy es decepción, y algunos internautas incluso han pedido que se le retire su nominación al premio Óscar.
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La actriz española Karla Sofía Gascón ha sido venerada a cielo abierto tras su impecable interpretación en la película Emilia Pérez, de Jacques Audiard. Aunque su incursión en el cine no es reciente, dicho filme la ha dado a conocer internacionalmente. Pero no solo su talento ha despertado pasiones, también su actitud reivindicativa es objeto de admiración y aplauso.
En la pasada edición de Cannes, cuando recibió el premio a la mejor interpretación femenina, junto a sus compañeras Selena Gómez y Zoe Saldaña, y se convirtió en la primera mujer trans en recibir este galardón, aprovechó el discurso de agradecimiento para condenar los discursos de odio a las personas trans: «A todas las personas trans que estamos sufriendo todos los putos días el odio. Denigrar como nos denigran. Esto es para vosotros. ¡Muchísimas gracias!». Su ascenso y reconocimiento mediático la ha situado, en un corto periodo de tiempo, como toda una opinion leader. Sin embargo, su vigencia como ídolo parece tener ya fecha de caducidad.
El descubrimiento de una serie de polémicos tuits en la red social X (antes Twitter) ha hecho que Gascón pida públicamente disculpas. Sus comentarios racistas y xenófobos, así como sus opiniones sobre algunas celebridades, han causado gran indignación. Ante ello, multitud de usuarios, periodistas e incluso asociaciones civiles han pedido a la Academia que le retire su nominación al Óscar. En un momento donde la actitud políticamente correcta te convierte mágicamente en alguien fiable y la cultura de la cancelación opera como una guillotina social, parece difícil que Gascón pueda salir indemne. Por grande que sea el deseo de controlar la narración de nuestro yo y por sinceras que pudieran ser sus disculpas, no elegimos cómo ser recordados. Es duro y azaroso, pero así de irónica resulta a veces la libertad de expresión.
En un momento donde la cultura de la cancelación opera como una guillotina social, parece difícil que Gascón pueda salir indemne
Los ídolos no son como parecen. Lo que creemos saber de ellos se basa en meras suposiciones, poses y artificios. Su humanidad les hace imprevisibles y, en consecuencia, transitorios y descartables. El ídolo, a quien atribuimos un estado de perfección y superioridad, nos predispone a absorber determinados discursos, valores y conductas. Su exposición no es un hecho inocente.
En el mundo contemporáneo cabe resaltar que el poder y la popularidad de los ídolos no se rigen exclusivamente por las leyes de la oferta y la demanda, sino que se asocian a características singulares y diferenciadoras. De modo que, cuando idolatramos, lo hacemos para sostener nuestras aspiraciones morales, sociales y culturales, para sentirnos menos vacíos y al margen del coste económico que genera determinada figura.
Cuando idolatramos, lo hacemos para sostener nuestras aspiraciones morales, sociales y culturales
De un tiempo a esta parte, la caída del ídolo contemporáneo se sigue de un ambiente tóxico. Se pontifica a quien es falible y cuando decepciona se desata una fuerte oleada de violencia digital. Cuando el ídolo se agota en la sociedad de consumo, cuando sus conductas o ideales aparecen no asociados a ciertos valores que representa, el proceso de identificación se quiebra y la decepción parece justificar cualquier comportamiento abusivo.
No puede negarse que la censura crea peligros y que la materialización de estos constituye un ataque directo a cualquier sociedad democrática. Cancelar es un fracaso colectivo. Nos priva, asimismo, de ampliar la perspectiva, pues se puede tener un talento arrollador y muy malas ideas. La condena al ostracismo, la persecución o la etiqueta despectiva no solucionan aquello que se debería prevenir con educación, tolerancia y convivencia. El anhelo de «mano dura» que expresan los seguidores de la ultraderecha no es tan diferente a las reacciones que, con respecto a los tuits ofensivos de Gascón, encontramos entre algunas de las personas que forman parte de las minorías raciales y sexuales.
Por otro lado, ser parte de una minoría no es un comodín cuando te equivocas ni te exime de ser racista o mala persona. Asumir la responsabilidad de aquello que se dijo y que hoy provoca vergüenza y arrepentimiento es tomar el camino correcto. No solo en Twitter se esconde nuestro pasado más incómodo, también en aquellos momentos que nunca quedan expuestos. Si bien es importante no caer en la manipulación y hacer esfuerzos por esconder el bulto, pues denunciar el islamismo radical es bien diferente a expresar, despectivamente y de forma generalizada, «putos moros».
Prefiero que las personas no tengan miedo a meterse en el barro a que mastiquen determinados discursos ideológicos por presión y no por reflexión
No obstante, la exigencia de ser políticamente correctos no siempre está alineada con los derechos humanos. Prefiero que las personas no tengan miedo a meterse en el barro a que mastiquen determinados discursos ideológicos por presión y no por reflexión. Ahora bien, esto no debería cegarnos con respecto al impacto que determinadas formas de expresión pueden tener sobre el estatus social de las minorías. No deberíamos contentarnos con cualquier expresión solo porque el hecho de no tener ninguna es aún peor. Ojalá, como expresaba Gascón arrepentida, todos tuviéramos el propósito de mejorar, de escuchar, de quitarnos prejuicios, de abrazar otras formas de pensar y relacionarnos más justas. Tenemos derecho a pedir perdón por quienes éramos y a esforzarnos por ser mejores.
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