Cánones estéticos
El yugo de la belleza
Si la religión es el opio del pueblo, los cánones estéticos y la belleza son el de la mujer. Pensadoras como Flora Tristan o Naomi Wolf desarrollaron en sus obras esta idea de una opresión adicional sobre la mujer proletaria.
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Corre el año 1843 cuando Karl Marx decide empuñar su pluma para escribir su obra Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, donde expone, entre otras cosas, el concepto de la religión como el opio de los pueblos. Según Marx, la religión adormece al pueblo, lo mantiene callado y evita que se levante contra el yugo de la opresión burguesa. Aunque no publicó el libro hasta un año después, el «opio de los pueblos» permanece como concepto clave en la filosofía marxista. Quien sí que publicó su obra en marzo de 1843 fue Flora Tristan, escritora franco-peruana autora de La unión obrera. En esa obra es donde explora la lucha de la clase obrera, concretamente de la subyugación de la mujer tanto en la esfera doméstica como en la social. Tristan argumenta que las mujeres marchan con una carga adicional a la de los hombres proletarios: la explotación dentro del núcleo familiar. «El hombre más oprimido», afirma, «encuentra un ser a quien oprimir, su mujer: ella es la proletaria del proletario». Así, en su opinión la mujer obrera no es solamente oprimida por su condición como proletaria, sino también como la «proletaria familiar», ya que debe encargarse de toda la labor doméstica sin que esta sea reconocida, de la misma manera que el obrero debe construir la riqueza del burgués sin que este sea perturbado. A la opresión doméstica de la que ya nos hablaba Tristan a mediados del siglo XIX podemos añadir la opresión estética, a la cual la mujer es sometida desde hace siglos, aunque más notablemente desde la Revolución Industrial.
Cuando Marx acuñó el término «el opio del pueblo», analizó la dinámica abusiva existente entre el proletariado y la burguesía y dio con una conclusión: la burguesía necesita al proletario débil y adormilado, necesita que no se levante frente a su explotación inmoral. Si se analiza la condición de la mujer obrera de la misma manera que Flora Tristan lo hizo en su día, sería difícil negar que el yugo de la belleza recae de manera destructiva sobre la mujer y que no es solo el burgués quien la encadena, sino también el obrero, que se beneficia de su opresión al convertirla en un objeto para su consumo. Por lo tanto, en cuanto a la población femenina se refiere, el mayor opio no es la religión como declaró Marx, sino la estética. Si bien es cierto que la religión adormece a la clase obrera en general, las condiciones específicas del género femenino permiten analizarlas bajo un punto de vista mucho más concreto.
En la población femenina, el mayor opio no es la religión, sino la estética
La religión promete un futuro post mortem idílico, y ofrece espacios como iglesias y agentes como curas ante la necesidad de formación de conexiones tanto sociales como filosóficas del pueblo. La industria dietética comparte la misma dinámica, con lugares de encuentro como Weight Watchers u obsesiones como el skincare. Tanto la relación del proletario con la religión como la de la mujer con la dietética son profundamente nocivas, y ambas tienen como objetivo adormecer a sus víctimas, impidiendo levantamientos o la emancipación. Como bien describe Naomi Wolf en El Mito de la Belleza, «una cultura obsesionada con la delgadez femenina no es una obsesión por la belleza femenina, sino una obsesión por la obediencia femenina. La dieta es el sedante político más potente de la historia; una población silenciosamente loca es una población manejable».
La religión promete al pueblo un futuro utópico e inalcanzable, el paraíso, a cambio de su sufrimiento, y se convierte en la herramienta perfecta de la opresión burguesa. Mientras tanto, a la mujer se le promete un futuro idílico donde alcanza su mayor objetivo (ser deseable y consumida) a cambio de lograr acatar cierto estándar.
El modelo cambia constantemente, por lo que se obliga a la mujer a estar siempre en estado de autoconciencia extremo
Pero el modelo se escapa como el viento entre sus manos y cambia de forma de la misma manera que las corrientes cambian de dirección. Este estado de cambio constante de los estándares de belleza la obligan a estar siempre dispuesta y atenta a su apariencia, en un estado de autoconciencia extremo que la fatiga y la subyuga aún más al género masculino, convirtiéndose en una traba y un obstáculo más en su lucha por la liberación.
No se puede acabar con el privilegiado cuando las manos están unidas para rezar, igual que es inviable marchar por la revolución en tacones. Estos obstáculos no aparecen por cuestión de azar sino que han sido cuidadosamente engranados en nuestra cultura a lo largo de la historia por la clase dominante, relegándonos a un estado de pasividad social completo.
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