Opinión
Cuerpos de moda
La película ‘La sustancia’ nos impele a pensar hasta dónde podemos llegar por mantener un aspecto joven y la presión que se ha ejercido sobre los cuerpos de las mujeres.
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Los huesos de las caderas marcándose, los escotes y las clavículas, cuerpos delgados, y a poder ser jóvenes en todas las novelas de Sally Rooney (que por lo que insiste en ellos deben ser los más meritorios y apetecibles). Actrices guapas y estilizadas, típicas de pleno siglo XXI, protagonizando películas históricas donde las protagonistas de la época eran mujeres corpulentas con formas, sí, me refiero a La virgen roja y a sus protagonistas reales Aurora Rodríguez y su hija Hildegart…
No parece fácil evitar los estereotipos, a pesar de vivir en un momento en el que cada vez hacemos más hincapié en la importancia de ser conscientes de que todos los cuerpos son igual de válidos. Queramos o no, nos llevan una y otra vez a pensar lo contrario. La delgadez, la belleza y la juventud no hace falta defenderla, basta con que los personajes sirvan de ejemplo. Las feas, gordas y viejas, eso sí, las dejamos para los personajes secundarios, vaya a ser que nos tachen de no inclusivas. No entro ni en lo literario ni en lo cinematográfico, claro está.
¿Disforia corporal en el cine y la literatura? ¿Defensa de la delgadez obligatoria? Pues parece que aún andamos ahí. Siguiendo un canon hollywoodiense que, fundamentalmente, obliga a que la representación femenina sea una muy concreta. Y lo es porque, no voy a descubrir ahora la sopa de ajo, los cuerpos y su percepción social tienen muchísima influencia. Más de la que deberían, obviamente. Incluso, como en el caso de la película mencionada, cuando el físico poco o nada tiene que ver con la historia narrada.
El filme de Coralie Fargeat evidencia la presión que las mujeres sentimos sobre nuestros cuerpos
Frente a este planteamiento, mayoritario, no vamos a negarlo, existe algún tímido intento que nos hace reflexionar. Me refiero a La sustancia, la segunda película de la directora francesa Coralie Fargeat. El filme, una sátira, evidencia la presión que las mujeres sentimos sobre nuestros cuerpos. En ella, Demi Moore, instalada en esa etapa de la vida en la que las mujeres somos invisibles, real como la vida misma, es despedida al cumplir los 50. Frente a ella, Margaret Qualley, que vive esa etapa –la juventud, claro– en la que el físico nos sitúa en el centro de todas las miradas. En la película, Moore, una presentadora de televisión que ha hecho fitness para la audiencia durante décadas, quiere mantenerse joven y, como ya no lo es, nada mejor que probar «La Sustancia», con ella, le aseguran, podrá hacer que nazca otra Moore, joven, delgada, y de nuevo apetecible a la mirada masculina. Las dos versiones que alternarán por semanas, y mientras una está consciente «la otra» estará inconsciente. La pelea entre las dos versiones, entre la juventud y la madurez entra en escena.
Cierto, es solo una película, como también lo anterior era una película y unas novelas, pero esta última nos pone sobre aviso, nos impele a pensar hasta dónde podemos llegar por mantener un aspecto que lo único que evidencia es el paso del tiempo, qué presión han ejercido sobre nuestros cuerpos (ni qué decir tiene que el de las mujeres, no el de los hombres) para que nos parezca una buena idea dar el paso de probar a tener una doble que cumpla las expectativas que los demás depositan en nuestros cuerpos y, sobre todo, evidencia que, por desgracia, en pleno siglo XXI, lo que sigue importando es la mirada que los hombres depositan en nosotras.
Sorprende pensar qué tipo de vida social, profesional o afectiva hemos cultivado, para que luego se desmorone cuando nuestro físico deja de ser joven. No echemos la culpa siempre a los otros, o no solo, soy consciente de la mucha culpa del patriarcado y sus obligaciones invisibles. Quizá va siendo hora que empecemos a replantearnos esa imposición.
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