Medio Ambiente

Re—Act y la huella humana

En su proyecto Re—Act, el artista Pablo Galán Coppel (Madrid, 1979) alerta sobre la violencia que ejerce el ser humano sobre la naturaleza. El mensaje es claro: no hay rincón que quede indemne, la presencia humana siempre genera un impacto.

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30
enero
2025

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El arte es un territorio de fulgor. Una conjuración de belleza e intuición: inspira, perturba, repara. Y también es conciencia, nos permite percibir el alcance de los hechos, por terribles que sean, para no contribuir a su consumación. Este es el propósito de Re—Act, el último trabajo de Pablo Galán Coppel (Madrid, 1979), que propone una catarsis de lo que supone la presencia humana para la naturaleza. «Los seres humanos acaparamos espacios físicos que no nos corresponden, degradándolos y arruinándolos, aun siendo conscientes de que, con ello, también destruimos los recursos que nos permiten existir como especie».

Pablo Coppel viene del mundo del diseño y de la creatividad, aunque en los últimos años transita por el videoarte y lo experimental en sus apuestas más personales, provocando un diálogo sugerente entre movimiento, tiempo y texturas y creando experiencias inmersivas que trascienden los medios tradicionales. Re—Act es un proyecto instalativo y audiovisual sobre la huella y la violencia ejercida por los humanos sobre el territorio a lo largo de la historia.

«Trato de que quienes vean una de las piezas de Re—Act sean conscientes de que, en la inmensidad del tiempo natural, somos un fragmento pequeño de la historia del mundo. Que cuando desaparezcamos como especie, la naturaleza seguirá su curso, se reconfigurará de otro modo».

«Me dirijo a la parte racional del espectador a través de una belleza que es, al tiempo, terrorífica»

«Una de las piezas del proyecto muestra el proceso acelerado de descongelación al que estamos sometiendo a la Tierra, provocado por el deshielo», explica el artista. Esa pieza, con la sencillez de lo elemental, expone en quince figuras cómo una roca cubierta de hielo va perdiéndolo, adquiriendo una textura desconocida. «Se contraponen, como en el resto de instalaciones e imágenes, el tiempo geológico y el tiempo humano. El primero es lento, muy pausado, se obedece a sí mismo; el segundo, el del hombre, es veloz, y es el que está llevando al mundo a la ruina, a la desertificación, al deshielo, a la emergencia climática, a desastres como la DANA sufrida en Valencia», explica.

Los relojes de Tarkovski y Viola

Dos han sido los referentes temporales para Galán Coppel en Re—Act: el director de cine Andréi Tarkovski y el videoartista Bill Viola. «Tarkovski escribió en Esculpir el tiempo sobre cómo capturar el tiempo en el espacio fílmico. Esa idea me obsesionó. Él escribe que el ideal sería capturar la vida entera de una persona y contarla a través del lenguaje cinematográfico, de ahí que traspase ese concepto a los procesos temporales de diferentes elementos orgánicos. Así surgió esta videoinstalación, que es la pieza central del proyecto. En ella, los paisajes sonoros de voces humanas creados por Pedro Perles activan la acción y aceleran el tiempo de degradación, tanto del hábitat como de los paisajes culturales humanos».

Por otro lado, también admira el trabajo de Bill Viola, «que hablaba del fotograma como elemento narrativo con el que poder modelar el tiempo. Lo que hace Viola en su obra Mártires es ralentizar sus tiempos. Yo, en cambio, tengo que acelerarlos, porque eso es lo que hace el hombre con el medio ambiente, acelerar el proceso de destrucción».

«Los seres humanos acaparamos espacios físicos que no nos corresponden»

El resultado de conjugar los tiempos de Tarkovski y los de Viola es, en el caso de Re—Act, la posibilidad de comprimir en una sola imagen el rápido transcurrir humano y el lento proceso geológico. En una de las instalaciones, creada con radares de posición en colaboración con Javier Álvarez, se sitúan cuatro monitores en una sala casi en penumbra. Cada uno representa la violencia ejercida por el hombre: el uso de los materiales orgánicos, de los materiales geológicos, de las energías y la extracción petrolera y el uso de los acuíferos. Según se mueva el visitante, se activará uno de ellos. No hay rincón que deje indemne al hábitat: la presencia humana siempre genera un impacto.

Algo similar produce otra de las instalaciones en la que hay distintas plantas que, al tocarlas, activan diferentes capas de vídeo reflejadas en una pantalla. Cuando se interactúa con la planta, en la imagen se verá de qué modo algunas partes van quemándose, mientras que, al retirar el contacto, la planta se regenera, volviendo a su estado original.

Una «belleza terrorífica»

«El arte, y este es mi propósito, puede ser aspiracional. Desde lo emocional se ha trabajado mucho para poder conectar con la degradación de la naturaleza. A través de códigos visuales sofisticados, sensibilizas a la gente. Pero el arte aspiracional nos habla de la belleza de lo sublime. Como hizo Olafur Eliasson, colocando grandes piezas de hielo glaciar en el exterior del Tate Modern».

Según Coppel, lo aspiracional le permite utilizar el arte para mostrar la degradación de la naturaleza y provocar un cambio real. «Lo aspiracional entronca con lo sublime, con la destrucción, en el caso que me ocupa, y tiene mucho de sobrecogedor e inconmensurable. Me dirijo a la parte racional del espectador a través de una belleza que es, al tiempo, terrorífica».

«El futuro pasa por una relación de mayor respeto con el territorio, la naturaleza y nuestro paisaje cultural»

Esto se ve muy bien en las instalaciones. Hay una, incluso, «a tiempo real». Se trata de un mapa que se degrada por los distintos procesos de putrefacción a los que se somete. «Al entrar en la exposición, el mapa tendrá un aspecto muy distinto al que se contempla cuando uno termina de verla. Este proceso nos remite al modo en que los hombres violentan el territorio hasta quemarlo y arrasarlo, como en las guerras».

Algo similar sucede en la instalación de un cubo negro en medio de la sala en la que, fruto de la interacción con la presencia humana, se aumenta la temperatura del espacio, acelerando el proceso de derretido y generando un intercambio de calor entre el visitante y la obra. «Si somos capaces de concienciar a la gente, de concienciarnos todos, es posible que haya un futuro para el ser humano, pero ese futuro pasa por una relación de mayor respeto con el territorio, la naturaleza y nuestro paisaje cultural», concluye Galán Coppel.

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