Cultura

«La sostenibilidad individual no es nada sin el esfuerzo de las grandes empresas»

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23
septiembre
2022

Plásticos, residuos electrónicos, desechos tóxicos, objetos lanzados al vertedero. En las últimas décadas, la crisis ecológica ha llevado a los artistas contemporáneos a construir sus obras con el rastro que la actividad humana deja a su paso cada día para sentarnos frente a las urgencias de la crisis climática. El arte tiene ese poder. Así lo defiende Amanda Boetzkes, filósofa del arte y la estética que se dedica a investigar las relaciones entre la percepción humana y el medio ambiente. Esta profesora de la Universidad de Guelph (Canadá) sostiene, de hecho, que el arte en sí mismo es constitutivo de una conciencia ecológica –y no una extensión de la misma–. En su libro más reciente, ‘Plastic Capitalism’ (The MIT Press), Boetzkes recorre las obras de artistas como Thomas Hirschhorn, Francis Alÿs o Song Dong para trazar un mapa del arte de los residuos y criticar un sistema económico global que se centra en reducir emisiones y frenar el gasto energético mientras sigue fomentando el consumo masivo y rápido.


Plastic Capitalism es una crítica rotunda a la cultura del despilfarro. ¿Qué le motivó a escribir un ensayo tan complejo sobre estética y basura?

Mi motivación viene del típico soliloquio que mantiene cada individuo con respecto al medio ambiente. Algunos sienten la ansiedad de que la crisis climática es demasiado grande como para hacer algo al respecto y se resignan; otros concluyen que deben hacer lo máximo posible y se cargan a hombros unas responsabilidades inasumibles. Son los dos extremos de un espectro enorme, y el arte está dando forma física a ese dilema. El libro busca dar voz y analizar a esos artistas que tenían algo que decir sobre la condición ecológica –que no es lo mismo que activismo ambientalista–. Sin duda, el arte nos puede contar mucho sobre los residuos, y viceversa.

Uno de los axiomas es que «el arte es constitutivo de la conciencia ecológica, y no una simple extensión de la misma». ¿Qué significa?

Que el arte cambia inevitablemente la forma en que miramos, y con ello la forma de entender la realidad ecológica. Es una lente que nos permite ver de cerca la toxicidad presente y a su vez crear realidades alternativas. Dicho de otro modo, un proyecto artístico y un artículo científico representan el sistema de desechos de una forma totalmente diferente. El arte ofrece una ilustración de la información de que disponemos, una experiencia estética que motiva la concienciación medioambiental. Es una función inherente, constitutiva, y es con esto con lo que se cambia el paradigma social y político.

«El arte es un recurso para entender la política»

Si el arte cambia nuestra forma de mirar, como sucede con la crisis climática, ¿tuvo una función similar en crisis anteriores?

El arte es parte de la historia. Ha contribuido y contribuye a la política revolucionaria porque tiene un poder especial para organizar a la sociedad.  Habitualmente, se ejerce con mayor fervor en colectivos oprimidos, por lo que en siglos pasados siempre tuvo el rol de reventar los sistemas imperantes. Así que sí, el arte siempre ha sido imprescindible durante las crisis sociales. En definitiva, es un recurso para entender la política.

¿Quién inspiró la revolución artística en la lucha medioambiental?

Para mí, los pioneros en el ecoarte –entendido como el punto de unión entre ciencia y estética– son Helen y Newton Harrison, conocidos como The Harrisons. Fueron figuras muy transgresoras del siglo XX (ella falleció en 2018 y él en 2022) porque trabajaron durante 40 años con biólogos, arquitectos, ecologistas, etc. para crear obras conjuntas que daban visibilidad a algún aspecto concreto de la biodiversidad. Escogieron el arte para transmitir ciencia y fueron un éxito total.

¿Qué ventajas y desventajas tiene el arte como herramienta comunicativa en comparación con otros medios?

El arte, afortunadamente, puede hacer cosas que no se están haciendo en otros sectores. Un buen ejemplo es el CICC (Court for Intergenerational Climate Crimes) –en español, Juicio por los crímenes climáticos intergeneracionales–. Es un proyecto que se llevó a cabo en Amsterdam y consistía en la recreación ficticia de un tribunal para juzgar a multinacionales holandesas por sus «crímenes climáticos». Gracias a este teatro, a esta justicia simulada, se crea conciencia y en consecuencia se provocan cambios. Por el contrario, en los juicios reales no encontramos estas sentencias, y en cualquier sector profesional con alto poder de decisión se ignoran estos acontecimientos. Ahora bien, que el arte genere un cambio de mentalidad no significa que sea lo único ni lo más importante. El cambio precisa ser financiado, ser aprobado por ley… Claramente, el arte se queda cojo en el ámbito económico.

«El activismo actual está liderado por personas muy jóvenes que sin duda han perdido el respeto por los antiguos líderes»

¿Es Plastic Capitalism una llamada de atención a la cultura occidental?

Para ser sincera, es un toque de atención a la cultura occidental y su legado colonizador. Trata de explicar la unión entre nuestra cultura y la economía global de petróleo, cuyos sedimentos son los residuos plásticos. Por otra parte, es una llamada de atención a la insignificancia de la sostenibilidad individual, pues el reciclaje que lleva a cabo uno en casa no es nada sin el esfuerzo de las grandes empresas. También es un imperativo que llama a la acción colectiva: necesitamos reorganizarnos como especie urgentemente para generar un impacto positivo.

Menciona a las grandes empresas. ¿Qué opina de su compromiso con la salud medioambiental?

No soy optimista sobre su voluntad porque su voluntad es ganar dinero. Los beneficios económicos, hoy por hoy, provienen de la explotación de los recursos naturales. Es ley. Sin embargo, soy muy optimista sobre la voluntad popular: la gente se está hartando de este sistema, y poco a poco presionará a las empresas para que cambien sus procesos productivos. Soy también optimista de la espera, es decir, de las generaciones futuras. Creo que el activismo actual está liderado por personas muy jóvenes que sin duda han perdido el respeto por los antiguos líderes. Tarde o temprano los jóvenes se desharán de las dinámicas anticuadas. En conclusión, pronto veremos, si es que no lo estamos viendo ya, la voz adolescente contra la voz de las corporaciones. ¿Cómo será el debate y cómo se transitará de una a la otra? Ese es nuestro desafío.

Como teórica de la historia del arte, su trabajo suele fluctuar por el mundo de las ideas. ¿Tiene en mente soluciones prácticas concretas para luchar contra el cambio climático?

Sí. Hasta hace poco era la representante del Instituto de Guelph por la Investigación Medioambiental. Es un comité que intenta unir a todas las facultades de mi universidad para investigar los retos medioambientales. Parte del trabajo consistía en gestionar un presupuesto, y yo pedí reservar una parte para destinarla a la inclusión de grupos indígenas de la región. Creo que necesitamos adquirir más conocimiento indígena, aprender de sus experiencias, porque a ellos el maltrato del planeta les ha afectado especialmente. Esta es mi política concreta: la conciencia indígena debería estar mucho más presente en la investigación científica. Para entender la crisis climática, debemos incluir y entender la cultura indígena primero.

«En la era de la posverdad actual, los límites entre arte e ideología están más difusos que nunca»

¿Y acciones concretas artísticas?

El arte también necesita más contribución indígena. Precisamente, dentro de un mes publico un libro paraacadémico que se titula Artworks for jellyfish (Obras de arte para medusas) en el que muestro, mediante un contacto indígena que tuve, cómo su contribución en el arte puede cambiar nuestra percepción de la Tierra, del tiempo, de la historia…

En este sentido, ¿es posible separar el arte con desechos de la política?

Hay una tradición histórica que pretende separarlos. Incluso hay algo de político implícito en la conocida afirmación de «el arte para el arte» porque al final se representa una manera de entender y gestionar el mundo. Además, en la era de la posverdad actual, los límites entre arte e ideología están más difusos que nunca. La política convencional se aleja de cualquier prueba científica y, al mismo tiempo, el arte se ha convertido en un una simulación de deliberación política. La estética está cada vez más involucrada en temas de organización social y en cómo cada individuo se identifica. En mi opinión, ahora el arte es el mediador entre estética y política.

¿Quién se beneficia más del otro? ¿El arte de la política o la política del arte?

En primer lugar, la sociedad global se beneficia del arte porque todos necesitamos imaginar un mundo diferente. Nos beneficiamos de la creatividad del arte. Pero el arte también muestra realidades. Dicho lo cual, creo que el mundo político se beneficia del arte, pero no lo digo de forma cínica sino que, mediante la política, el arte preserva su voluntad de mostrar públicamente lo que está sucediendo ecológicamente. Además, presenta mejor que nadie los matices políticos de un sistema porque juega con menos restricciones morales y con muchos más niveles de complejidad que la política.

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