Opinión
¿Dónde está el Estado? La DANA expone la fragilidad solidaria institucional
Si algo ha quedado claro para todos durante la reciente DANA en Valencia es que, cuando las instituciones no llegan a tiempo, la acción colectiva se vuelve esencial. Sin embargo, esta solidaridad espontánea debe evolucionar hacia una solidaridad estructural, enraizada en políticas públicas que aborden las causas profundas de nuestra vulnerabilidad compartida.
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Si algo ha quedado claro para todos durante la reciente DANA en Valencia es que, cuando las instituciones no llegan a tiempo, la acción colectiva se vuelve esencial. A los valencianos no nos quedó otra opción que organizarnos y socorrernos mutuamente. Durante días, los habitantes de los pueblos afectados fueron, literalmente, abandonados. Tanto quienes lo vivieron en primera persona como quienes lo siguieron en los medios compartieron la misma impotencia y desesperación. En redes sociales, las voces se unieron en una misma pregunta: ¿dónde está el Estado? ¿Dónde está el ejército? ¿Por qué nadie está aquí para ayudar? Este sentimiento compartido llevó a las comunidades a unirse en cadenas humanas que, armadas de escobas, salieron de sus casas para apoyar a los más afectados. En medio de la tragedia, la empatía y la solidaridad surgieron como respuestas espontáneas de una sociedad que, ante la inacción institucional, optó por actuar.
Esta respuesta colectiva nos lleva a cuestionarnos cómo hemos respondido, como sociedad, a la vulnerabilidad del Otro. En situaciones de crisis, surge una responsabilidad ética que nos impulsa a solidarizarnos, a brindar apoyo y protección mutua. El filósofo Emmanuel Levinas definió la ética como una respuesta incondicional hacia el Otro, un deber que surge cuando reconocemos a la persona en su dolor, su historia y su dignidad. En el núcleo de esa solidaridad, más allá de la ayuda material, yace un reconocimiento profundo de la vulnerabilidad humana compartida; es un compromiso ético, un acto de responsabilidad hacia quienes sufren. Este tipo de solidaridad, que reconoce la interdependencia de nuestras vidas, desafía el individualismo y la indiferencia que suelen marcar nuestra sociedad.
En situaciones de crisis, surge una responsabilidad ética que nos impulsa a solidarizarnos, a brindar apoyo y protección mutua
No obstante, para que la solidaridad sea efectiva, no puede reducirse a una respuesta puntual en tiempos de crisis. ¿Estamos construyendo una solidaridad estructural que mitigue las desigualdades en cada crisis, o solo reaccionamos sin cuestionar las causas sistémicas que las perpetúan? La falta de una verdadera solidaridad estructural se hace evidente cuando la crisis se politiza en lugar de ser abordada de manera unida y efectiva. La reciente confrontación entre PSOE y PP respecto a la gestión de la DANA en Valencia refleja una división que va más allá de una simple diferencia de enfoques: revela la ausencia de un compromiso común. Este distanciamiento erosiona la posibilidad de implementar soluciones duraderas y reduce la solidaridad a un concepto vacío que no responde a las necesidades de quienes sufren las peores consecuencias de las catástrofes.
En este contexto, la tecnología también juega un papel crucial. Los algoritmos, diseñados sin una ética clara, actúan como amplificadores de narrativas extremas, alineándose muchas veces con intereses ideológicos que dividen y polarizan en lugar de unirnos frente a una amenaza común. La psicología del rumor, como señala Gordon Allport, explica que en tiempos de incertidumbre y miedo, las personas son más proclives a aceptar falsedades que refuercen sus prejuicios. Y es aquí donde ciertos grupos, especialmente aquellos de extrema derecha, encuentran una oportunidad para difundir desinformación y aprovechar la tensión emocional como herramienta de manipulación. La filósofa política Nancy Fraser y el sociólogo Guy Debord advierten que los medios también participan activamente en la construcción de realidades sociales. Para Fraser, el control de la narrativa pública puede perpetuar estructuras de injusticia, mientras que Debord señala que, en una «sociedad del espectáculo», las imágenes y mensajes predominantes distorsionan la experiencia humana. Así, el peligro se intensifica cuando las redes sociales amplifican y distorsionan las emociones colectivas, erosionando el debate crítico y la cohesión social.
La falta de una verdadera solidaridad estructural se hace evidente cuando la crisis se politiza en lugar de ser abordada de manera unida y efectiva
La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y numerosos científicos llevan años advirtiendo sobre el calentamiento del Mediterráneo y sus graves implicaciones en el golfo de Valencia. Desde los años 80, la temperatura del mar Mediterráneo ha aumentado a una preocupante tasa de 0,34°C por década. ¿Por qué no se les toma en serio? Estas son las sombras de nuestro tiempo: la manipulación ideológica, la posverdad, los bulos. Partidos y organizaciones aprovechan la vulnerabilidad y la tensión social para alimentar los algoritmos y amplificar emociones extremas. Así, los ecos de la crisis se transforman en ruido y polarización, distorsionando la realidad y debilitando la solidaridad genuina que impulsó al pueblo a unirse y actuar.
Cuando el Estado y sus instituciones no responden, la ciudadanía se organiza, demostrando que la empatía y el compromiso aún son fuerzas poderosas en tiempos de crisis. Sin embargo, esta solidaridad espontánea debe evolucionar hacia una solidaridad estructural, enraizada en políticas públicas que aborden las causas profundas de nuestra vulnerabilidad compartida, como el cambio climático. La manipulación ideológica y la desinformación no solo dividen y polarizan, sino que también erosionan nuestra capacidad para actuar colectivamente frente a desafíos globales. Es urgente que, como sociedad, no solo exijamos responsabilidad y acción a nuestras instituciones, sino también un uso ético de la tecnología que fomente la cohesión en lugar de la fragmentación. Para enfrentar futuras crisis, necesitamos construir una respuesta común, una que integre tanto la justicia social como el bienestar colectivo.
Óscar Bodí es director y fundador de Folks Brands.
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