Sociedad
La cultura de la dimisión
En España está muy arraigada la creencia de que políticos y otras figuras institucionales se aferran a sus puestos con mayor ahínco que en otros países. ¿A qué se debe? ¿Quién marca las líneas rojas?
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
Hace unos meses, el presidente del gobierno Pedro Sánchez escribió una carta al pueblo español en la que barajaba la posibilidad de dimitir tras las acusaciones formales contra su mujer, Begoña Gómez, por tráfico de influencias y corrupción privada. Como suele decirse en plan de broma, en España los políticos confunden la palabra «dimitir» con un nombre ruso (Dimitri).
En España está muy arraigada la creencia de que políticos y otras figuras institucionales se aferran a sus puestos con mayor ahínco que en otros países. En el caso de Alemania, tenemos al menos dos ministras que han dimitido tras verificarse que habían plagiado sus respectivas tesis doctorales: una de ellas, ministra de Educación, lo hizo en 2013; otra, ministra de la Familia, en 2021. De hecho, el propio Pedro Sánchez, fue acusado en 2018 de haber plagiado su tesis, pero eso no hizo que dimitiese.
Esta mayor resistencia a abandonar un puesto institucional en el caso de España podría deberse a la cultura propiamente española y su espíritu picaresco, algo que suele decirse a modo de crítica por parte de los propios españoles. Digamos que en España hay una mayor tolerancia ante conductas inapropiadas que en países protestantes. Esto se debería al hecho de que nuestra cultura es de raigambre católica. En el catolicismo la culpa puede redimirse fácilmente por medio de la confesión, cosa que no ocurre en el mundo protestante. Se ha dicho, además, que en los países mediterráneos el sentimiento social negativo por excelencia es la vergüenza, mientras que en los países del norte de Europa es la culpa. Si la confesión no existe en los países protestantes, la culpa se convierte en un eje fundamental de la existencia, puesto que no habría manera de deshacerse de ella y, como todos sabemos (o deberíamos saber), no hay ser humano libre de culpa. De esta manera, la culpa es un problema central en las culturas del norte, de lo cual se deduce una mayor sensibilidad ante las transgresiones morales.
En el caso de países como España, sin embargo, la gente peca alegremente (siempre y cuando se trate de pecados menores o no demasiado graves) pues tradicionalmente nos hemos visto redimidos de tales pecados con solo pasarnos por el confesionario. Del español podríamos hablar como lo hace el refrán: «Cree el ladrón que son todos de su condición». Este aceptar la propia culpa alegremente hace que seamos más permisivos con otros.
El límite a la hora de dimitir lo hallamos en una frontera marcada por la opinión pública
En relación con esto, el límite a la hora de dimitir en España, como en cualquier otro país, lo hallamos en una frontera marcada por la opinión pública. Lo que ocurre es que dicha opinión es más transigente en España y otros países católicos que en el mundo protestante, como hemos visto. La opinión pública es una herramienta fundamental a la hora de ejercer el poder. Incluso en el caso de una dictadura, no es la fuerza la que determina si el régimen en cuestión puede seguir gobernando, sino la opinión pública. Una tiranía que se sustenta exclusivamente en la fuerza tiene poco futuro, pues la masa del pueblo es superior en número y fuerza a las élites gobernantes.
Podríamos inferir, por otra parte, que los países no protestantes son institucionalmente más corruptos que los protestantes (lo cual no significa que estos últimos estén libres de corrupción). Naturalmente, allá donde la infracción moral es mayormente aceptada, los niveles de corrupción serán mayores. Por ende, afirmaremos sin miedo a equivocarnos que, a mayor corrupción, mayor resistencia a la hora de dimitir, puesto que tal actitud es entendida por todos como más aceptable.
Por otro lado, los límites a la hora de dimitir, en muchos casos, los establece el propio partido u organización a la que pertenece el sujeto transgresor (aquél que ha de dimitir). Si las acciones de dicha persona perjudican al partido de modo grave, la propia organización invitará al infractor a dimitir, decisión que este habrá de acatar puesto que el individuo sin el apoyo del grupo se ve reducido a la nada, sobre todo en política. Es decir, que cuando las acciones de un determinado político ensucian el nombre de su partido y esto puede desestabilizar al mismo, perjudicando seriamente al grupo, el culpable se ve obligado a abandonar su puesto.
El político tiene éxito siempre y cuando los votantes lo apoyan y obtiene beneficios para el partido que otros políticos parecen incapaces de obtener
Además, hemos de tener en cuenta que en el seno del partido hay siempre personas deseosas de ver caer a un compañero, puesto que la ambición es parte esencial del juego político, y siempre es conveniente para todos quitarse a un competidor de en medio. El político tiene éxito siempre y cuando los votantes lo apoyan y obtiene beneficios para el partido que otros políticos parecen incapaces de obtener. De esta manera, toda figura política vive, de algún modo, siempre en la cuerda floja, por lo que ha de ser un hábil manipulador de la ciudadanía y la opinión pública. Dicha aptitud es la que sirve de base a su supervivencia. Una vez haya perdido el apoyo público de modo significativo, será el momento en que se vea obligado a dimitir. Si no lo hace, serán sus superiores y compañeros quienes le rueguen u obliguen a hacerlo.
Con todo, las líneas rojas son a menudo difusas y varían dependiendo de la persona afectada en cuestión. Naturalmente, para algunas personas los límites a la hora de dimitir son más amplios que para otras y eso tiene que ver con la trayectoria personal de cada cual, su carisma, imagen pública, forma de ser, etc. Dicho esto, la línea roja es siempre finalmente descubierta en el momento en que un político, de hecho, dimite. En la práctica, la frontera entre seguir en un puesto y abandonarlo queda siempre muy concreta y específicamente definida.
COMENTARIOS