La autoafirmación a través del no
Aunque las negativas no gozan de buena prensa, saber poner límites es un ejercicio de honestidad, autenticidad y respeto hacia uno mismo.
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Los monosílabos «sí» y «no» podrían equipararse al Yin y al Yang, pues entre ambas palabras suceden los cambios, el movimiento, y el juego de opuestos. Si atendemos a su significado etimológico, «sí» viene del latín «sic», cuyo significado es «así sea», mientras que «no» o «non» hunde sus raíces en las lenguas indoeuropeas y significa la oposición a la afirmación o la ausencia de algo, por tanto, se puede pensar –erróneamente– que tiene connotaciones negativas.
Decir «no» puede significar un desacato a la autoridad, pero también rechazo, algo que tradicionalmente ha estado reservado a quien tiene superioridad sobre lo rechazado o decide libremente que la aceptación de algo no le reporta ningún beneficio. Aquí es donde entran los mecanismos de poder y convenciones sociales. Fue este el caso de Rosa Parks, una afroamericana que el 1 de diciembre de 1955 se negó a ceder su asiento en un autobús de Montgomery (Alabama) a los pasajeros blancos que viajaban de pie, provocando una oleada de protestas. Rosa Parks tenía 42 años y fue arrestada y multada por «perturbar el orden», pero su negativa supuso el inicio del fin de la ley de segregación en el transporte público, que obligaba a ceder el asiento a los blancos. Esta normativa fue declarada inconstitucional el año siguiente, y Parks a partir de entonces se erigió como icono del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.
La negativa de Rosa Parks en 1955 a ceder el asiento del autobús a pasajeros blancos supuso el inicio del fin de la ley de segregación en el transporte público
Este caso no es aislado, porque tenemos ejemplos más recientes de negativas que conforman movimientos subversivos, de protesta pero también de autoafirmación, como el movimiento #MeToo y el #NoesNo, referidos ambos a las relaciones sexuales no consentidas. Este último se llegó a considerar como el «MeToo español», y se inspira en los movimientos feministas de los años 70, que ya utilizaban el lema «No es No» para romper con los prejuicios y doctrinas de una educación que inculcaba a las mujeres el papel de complacer y asentir en las relaciones amorosas y sexuales. No estaba bien visto que aceptaran sin hacerse de rogar, y eso daba pie a todo tipo de malentendidos, como por ejemplo, que un no podía ser un sí.
Si bien en unos casos decir «no» supone todo un desacato a la autoridad, en otros casos puede implicar romper con ciertos formalismos o convenciones sociales y pasar al rechazo del grupo de manera automática. De algún modo, decir «no» puede convertir a alguien en el pollito que pasa a la trituradora; no son pocos quienes sienten el miedo a ser clasificados como descarte y colocados en la cinta transportadora del rechazo, sin saber que ambas direcciones –la de la aceptación o el descarte social– no conducen a nada bueno cuando se traiciona la propia convicción y se acepta lo que no se quiere.
El experimento de Conformidad de Asch
Es importante revisar cómo las convenciones sociales y la tradición histórica condicionan el miedo a no encajar en la norma, que viene aprendido desde la niñez, como estableció el psicólogo conductual canadiense Albert Bandura (1925-2021) en su Teoría del Aprendizaje social. Existen experimentos sociales y estudios que han explorado la dinámica de la conformidad y la resistencia a la presión social. Uno de ellos es el experimento de Conformidad de Asch, realizado por el psicólogo Solomon Asch en 1951, donde los participantes debían realizar una tarea de comparación de líneas y luego dar su respuesta en presencia de otros participantes. Todos, excepto uno, habían pactado previamente respuestas incorrectas con la persona examinadora. A pesar de que era obvio que las respuestas eran erróneas, en la mayoría de las ocasiones que se realizó el experimento, los sujetos adaptaron su respuesta al resto del grupo en lugar de mantener su propia opinión.
Las convenciones sociales y la tradición histórica condicionan el miedo a no encajar en la norma
Este tipo de estudios demostró cómo los individuos pueden verse influenciados por el comportamiento y las opiniones de los demás, y cómo reaccionan ante la presión para ajustarse al grupo. Desde la psicología social, que investiga las interacciones con el entorno social, la dificultad para decir «no» puede estar relacionada con la presión de grupo, el miedo al rechazo o la necesidad de agradar a los demás, condicionando el comportamiento para establecer límites o cumplir con expectativas ajenas.
Según la psicología del desarrollo, la capacidad de negarse es muy relevante en la adolescencia, cuando aprendemos a establecer nuestra identidad y a poner límites con los demás. Está relacionada con la construcción de la autoestima, la autoafirmación y la habilidad para manejar el conflicto. Pero cuando la dificultad para decir «no» resulta problemática o incapacitante en la vida adulta, con un impacto en la autoestima y calidad de vida, el abordaje es desde la psicología clínica, ya que puede ser un síntoma de ansiedad, depresión o trastorno de la personalidad dependiente. La ansiedad producida por la necesidad constante de aprobación es un tipo de fobia social que puede llevar a la incapacidad de poner límites y aceptar cualquier propuesta o demanda por evitar el conflicto.
Saber decir ‘no’ se relaciona con la autoestima, la autoafirmación y la habilidad para manejar el conflicto
La falta de asertividad, cuando afecta a las decisiones de la vida cotidiana, provoca resentimiento y frustración, merma la autoestima y la confianza al generar una sensación de poca capacidad para defender las opiniones propias. También puede llevar al agotamiento por sobrecarga de trabajo en quienes son incapaces de negar favores, anteponiendo las necesidades ajenas a las propias. Es más, una actitud demasiado complaciente predispone a establecer relaciones tóxicas y de codependencia.
Establecer límites claros y negarse a comprometer ciertos valores o necesidades puede conducir a relaciones más saludables y satisfactorias, tanto en el ámbito personal como profesional. La práctica de la asertividad y el establecimiento de límites son dos recursos psicológicos para producir cambios, fortalecer la autoestima y cultivar el respeto hacia las propias necesidades.
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