Salud
¿Es usted un narcisista y no lo sabe?
Solo una pequeña parte de la población tendría un diagnóstico de narcisismo, pero los rasgos subsindrómicos sí están más extendidos. Aun así, estas personas no son exactamente como los ‘villanos’ de las películas de Disney.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2023
Artículo
La psicología popular es como una obra de arte surrealista. Se asemeja a la verdad, pero sufre tal distorsión por los artífices de las pseudociencias que, ante un ojo ingenuo o despistado, puede malinterpretarse completamente el significado real de un término. Esto es, sin ir más lejos, lo que ha sucedido con el narcisismo.
Una persona narcisista se ha descrito, al menos en la cultura popular, como pérfida, desleal, nociva para quienes le rodean, psicópata, embustera y manipuladora. Esta retahíla de atributos no admite puntos intermedios y, en honor a la verdad, es propia de una película infantil; si nos fiásemos de lo que leemos en redes sociales, ser narcisista sería poco menos que personificar a un villano de Disney.
Dejando de lado los mitos, conviene saber que las teorías sobre narcisismo se ramifican en dos vertientes: las que lo describe como una patología y la que lo considera un rasgo de personalidad o una cuestión de autoestima desadaptativa.
Centrándonos en la primera vertiente, nos topamos con lo que se conoce como trastorno narcisista de la personalidad, una patología que figura en el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales –también conocido como DSM o, en términos coloquiales, «la Biblia de la Psicología»–, y cuyo criterio general es un patrón de grandiosidad o bien imaginario o bien en el comportamiento, una necesidad de admiración constante, y una carencia de empatía, que debuta al principio de la edad adulta y que se expresa en varios contextos.
A mayores, para poder realizar un diagnóstico, es necesario que se cumplan una estricta serie de rasgos. En primer lugar, quien convive con un trastorno narcisista de la personalidad goza de un sentido elevado de su propia importancia. En otras palabras, sobreestima sus capacidades, logros y vivencias, lo que le lleva a frustrarse cuando otras personas no reconocen su valor. Esto se une a una devaluación de las contribuciones o identidad de los demás: nadie está a su altura.
A la autoimportancia se suman las fantasías de éxito, poder, brillantez, belleza o amor ilimitado, lo que provoca unas expectativas muy elevadas sobre cómo debe desarrollarse su día a día y, a mayores, sobre cómo deben tratarle los demás. Este sentimiento de privilegio no suele cumplirse, lo que retroalimenta el pensamiento de que los demás son seres inferiores incapaces de comprenderle.
Sobra decir que la persona narcisista sufre y no poco, lo que nos aleja de esa visión estigmatizada
En consecuencia, la persona con un trastorno narcisista de la personalidad solo valorará las relaciones con otras personas o instituciones de alto estatus. ¿El problema? Que estas expectativas son inalcanzables y, en alguna parcela de su vida, tendrá que lidiar con la «mediocridad». Será entonces cuando oculte a sus amistades, su pareja, sus aficiones, su trabajo o incluso sus inseguridades, por miedo a no encajar en ese exigente ideal.
Los problemas interpersonales no tardan en florecer: la devaluación de los demás va de la mano de una explotación recurrente para alcanzar sus propias metas. Al tener carencias de empatía, no será consciente de que los deseos, expectativas y necesidades ajenas son igual de importantes que las suyos propias, ofreciendo a otros –desde seres queridos hasta desconocidos– un trato impaciente, exigente y despectivo. Poco a poco, este patrón relacional desemboca en aislamiento y, por supuesto, en una pérdida de autoestima y un estado de envidia crónica, pero lo camufla con una falsa fachada de seguridad.
Sobra decir que la persona narcisista sufre y no poco, lo que nos aleja de esa visión estigmatizada que mencionábamos al principio. Eso sí, si bien algunos de estos criterios pueden asemejarse a dicho estereotipo, debemos tener clara una cosa: no es ni mucho menos una patología común. Según los estudios, afecta a aproximadamente 2 de cada 10 españoles, siendo más frecuente en hombres, quienes representan un 70,13% de los casos. En otras palabras, es poco probable que tu expareja, tu jefe, tu suegra, tu vecino de arriba y el mensajero sean narcisistas.
La raíz del narcisista
Junto a la sintomatología y los datos de prevalencia, queda una incógnita por resolver: ¿Cómo se desarrolla el trastorno narcisista de la personalidad? Hasta la fecha, la vasta mayoría de teorías etiológicas sobre los trastornos de personalidad son parciales y sesgadas. Hay hipótesis genéticas que enfatizan la heredabilidad entre padres e hijos narcisistas, así como la concordancia entre gemelos. Otras, se centran en el temperamento, que es entendido como la base biológica de la personalidad, pudiendo verse influenciado por niveles altos de testosterona –responsable de la impulsividad o de la agresividad–, así como de un déficit de serotonina –responsable de los altibajos anímicos–.
Sin embargo, los metaanálisis más recientes están cuestionando las explicaciones biologicistas en relación a la salud mental. Entra entonces en juego un factor de vital importancia: las disfunciones relacionales, especialmente en el núcleo familiar.
Solo entre un 10 y un 20% de los españoles son narcisistas, pero los rasgos subsindrómicos sí están más extendidos
Es habitual que los adultos con trastorno de personalidad narcisista, hayan crecido en hogares en los que la relación familiar era caótica o negligente. Peleas constantes entre los padres, episodios de violencia que conducen a separaciones y reconciliaciones cíclicas, mentiras y manipulación, rigidez y autoritarismo, así como una total desatención emocional, son el caldo de cultivo para que la emergente personalidad de un niño avance escalón a escalón desde lo adaptativo hacia lo patológico.
Esto último puede pasar desapercibido, pero es quizá lo más importante pues refleja que el narcisismo no es una cuestión de todo o nada. Al contrario, los rasgos de personalidad problemáticos se van desarrollando y asentando en base a lo que vemos en casa, a las carencias que nos acompañan a lo largo de la edad adulta y al refuerzo que se nos ofrece. Por tanto, un hijo que crece en un hogar sin límites, sin atención y sin empatía, corre el riesgo de desarrollar una autoestima narcisista en un intento de compensar. En otras palabras, puede autoconvencerse de que merece el trato de favor que sus padres jamás le dieron y, para retroalimentar esta idea, embarcarse en relaciones completamente abusivas: manipula a otras personas para obtener validación, lo que refuerza su personalidad narcisista hasta convertirla en una patología como tal.
De esta hipótesis etiológica conviene sacar una reflexión: no es necesario que algo tenga una etiqueta diagnóstica, para considerarlo un problema. Por lo tanto, si identificas tenues pinceladas narcisistas en tu día a día, es recomendable liberarte de la culpabilidad y actuar. Al fin y al cabo, no estás solo, y es que si bien el trastorno de personalidad narcisista afecta a entre el 10 y el 20% de la población española, los rasgos subsindrómicos sí están más extendidos.
En esta línea, Aaron Beck y Denise Davis, psicólogos cognitivos especializados en trastornos de personalidad, proponen varias creencias que contrarrestan las tendencias narcisistas: «las cosas corrientes pueden ser agradables», «puedo tener limitaciones sin dejar de ser único y valioso», «la atención constante de los demás no me va a hacer feliz ni me llevará a sentirme bien conmigo mismo» o «es preferible el respeto de los demás a largo plazo a la admiración a corto plazo». Adoptar esta filosofía no es ni mucho menos resignarnos, sino dar un respiro a nuestra exigente (y a menudo narcisista) mentalidad.
COMENTARIOS