Economía
Cómo erradicar la pobreza y no fallar (¿o sí?) en el intento
Según sostiene el economista Muhammad Yunus, el fin de la pobreza solo se alcanzará si se prioriza la actuación corporativa. Sin embargo, ¿es realmente posible dejar fuera a las instituciones políticas, representantes de la soberanía y el poder coercitivo?
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La covid-19 impuso una crisis sanitaria capaz de debilitar al ya enfermo sistema capitalista. Uno de los síntomas, evidentemente, se ha diagnosticado en la lucha contra la pobreza: supone un retroceso de 27 años en Latinoamérica y de 20 años en la totalidad del globo, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Banco Mundial. A las filas de la pobreza se han sumado, por desgracia, 97 millones de personas más.
Pero ¿qué se ha de hacer frente a la pobreza durante las épocas más crudas? En este sentido, economistas como el bangladesí Muhammad Yunus, ganador del Premio Nobel de la Paz en 2006, llevan décadas abogando –y acumulando derrotas– por un reformismo del sistema capitalista. A diferencia de economistas como Dambisa Moyo, que piensa que las asistencias a los pobres son contraproducentes, o Esther Duflo, que encuentra en la reducción de los problemas de la pobreza la manera más acertada de enfrentarla, Yunus cree que el fin de ese mal es plausible. No es el único: comparten su creencia el economista estadounidense Jeffrey Sachs, el filósofo alemán Thomas Pogge, el fallecido sacerdote francés Joseph Wresinski y el politólogo senegalés Pierre Sané. Todos ellos reconocen que el libre mercado globalizado es deudor de cambios sociales equitativos. Están seguros de que existe una relación causal entre el diseño institucional global y la persistente reproducción de la pobreza.
Según Yunus, el fin de la pobreza solo se alcanzará si se prioriza la actuación corporativa. No obstante, no en cuanto a las empresas tradicionales –comprometidas con la maximización de las ganancias– sino en cuanto a las llamadas empresas sociales. En Un mundo sin pobreza. Las empresas sociales y el futuro del capitalismo, el economista sugiere que el buen funcionamiento del sistema capitalista no deriva de la priorización del beneficio a los accionistas de empresas –como suponía el neoliberal Milton Friedman con el concepto de shareholder capitalism–, sino de la prevalencia de las utilidades de las personas que más necesitan.
Son numerosos los economistas que reconocen que el libre mercado globalizado es deudor de cambios sociales equitativos
La idea de los efectos sociales mantenida por Yunus se acerca al principio de diferencia –que establecía que las desigualdades deben redundar en un mayor beneficio de las personas menos aventajadas de la sociedad– invocado por el filósofo John Rawls para justificar la necesidad de un sistema equitativo de cooperación en la organización de una sociedad justa. La concepción inherente de justicia social del bangladesí, sin embargo, no se adscribe tal como la de Rawls; es decir, no se centra en la estructura básica, el Estado-nación. La línea teórica de Yunus se acerca más aun a la filosofía utilitarista de Peter Singer, centrada en la maximización de beneficios a partir de las transformaciones de los comportamientos de los individuos. Yunus defiende, en definitiva, una alteración del comportamiento de los agentes humanos en el comando de empresas.
Cierto es que el economista bangladesí apela a una suerte de «erradicacionismo socioempresarial». Según él, para solucionar algunos males, los agentes empresariales deben actuar en base a un principio esencial: el de beneficio social. Por tanto, no son los valores políticos individuales, colectivos o institucionales los que han de ser capturados para las acciones hacia la eliminación de la pobreza, sino los valores corporativos. En otras palabras, la responsabilidad y capacidad resolutiva central de los males de nuestras sociedades no las poseen los gobiernos; estas estarían en manos de las empresas sociales. Para él, el problema, es que la pobreza en muchos países atrasados todavía persiste.
El economista sitúa en el mismo grupo de desprestigio a las organizaciones sin ánimo de lucro y a los organismos multilaterales como el Banco Mundial: las primeras porque tratan el enfrentamiento de la pobreza como un tema de caridad, lo que las carga con una debilidad intrínseca como la dependencia de constantes donaciones; los segundos, porque sufren con numerosos obstáculos para la erradicación, como ocurre con la burocracia institucional, el conservadurismo económico, la lentitud operacional, la defensa de intereses propios y la escasez de recursos.
El erradicacionismo socioempresarial se desentiende con el valor de la sanción a las empresas
A la pobreza, explica Yunus, se le considera un mal porque impide a las personas acceder a un estándar aceptable de satisfacción; es decir, se les priva la capacidad de ser feliz. Socorrer a los pobres, por tanto, se vuelve fundamental a causa de la necesidad de aumentar el beneficio y la felicidad humanas. Yunus reduce el problema de la pobreza a un mero tema de utilidades y, al hacerlo, da a conocer una concepción de obligaciones ajena al lenguaje de los derechos humanos. Su posición no denuncia las violaciones de los derechos de los pobres ni responsabiliza a los agentes causadores; le falta aptitud crítica para endosar los deberes negativos de los Estados y empresas de no contribuir con un diseño institucional que implique el empobrecimiento. El erradicacionismo socioempresarial, por tanto, se desentiende con el valor de la sanción –ya sea jurídica, económica o moral– a las empresas, incluso aunque sus acciones impidan a las personas acceder sus derechos.
La demanda por justicia de Yunus, por tanto, no incorpora la Declaración Universal de los Derechos Humanos ni el valor de la carta magna de un Estado, los cuales constituyen marcos morales y legales legítimos para aumentar la cooperación internacional en la lucha contra la pobreza.
Es posible revelar otra debilidad al preguntamos quiénes garantizarían la continuidad del combate a la pobreza si las empresas sociales entraran en bancarrota. la pregunta no carece de sentido si se tiene en cuenta que muchas empresas tienden a quebrar en tiempos de crisis y que estas son una constante en el sistema capitalista. La pandemia de la covid-19, por ejemplo, produjo una crisis económica que hundió a demasiadas corporaciones. Otras, para sobrevivir, recurrieron a ayuda estatal; es decir, a las acciones político-institucionales y a la capacidad gubernamental: dos conceptos repudiados por Yunus en la tarea de erradicación.
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