México, un infierno de color rosa
La violencia y el desamparo son una constante en la realidad de las mujeres mexicanas. Algo, hoy, amparado por la impunidad más absoluta. El país latinoamericano, una democracia de corte occidental, es el lugar donde más de 3.400 mujeres son asesinadas al año.
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La historia del mundo, de alguna manera, está escrita sobre una interminable pila de promesas rotas. El 15 de agosto Kabul cayó –en realidad, volvió a caer– ante los talibanes, y el primer compromiso que pronunciaron los recién llegados fue que respetarían los derechos humanos, que no habría venganzas y que protegerían a las mujeres. No obstante, cabe recordar que durante el primer periodo talibán (situado entre 1996-2001) las mujeres vivieron días de auténtico terror marcados por la represión, las palizas, las ejecuciones y la imposición del burka.
En un régimen que respeta plenamente las libertades individuales difícilmente se ven imágenes tan desgarradoras como las que se observan desde hace semanas en el aeropuerto de la capital afgana. En una de ellas, que logra capturar el despegue de los aviones estadounidenses, se observa la caída de los cuerpos de quienes –agarrados en un último momento a la nave– prefirieron morir buscando la libertad a vivir condicionados por la ley islámica que conocemos como sharía. A los dos días de que los talibanes tomaran el control del país su portavoz, Zabihullah Mujahid, dio una conferencia de prensa declarando que el suyo será un gobierno inclusivo, uno que respetará los derechos humanos y a las mujeres. Dentro, claro, de los límites de la ley islámica, algo que repitió varias veces: ¿será cierto? La periodista, escritora y defensora de los derechos de las iraníes, Masih Alinejad, lo pone en duda en Los talibanes dicen que respetarán a las mujeres, pero las iraníes ya vimos esa película, su pieza escrita para The Washington Post. «La realidad en las calles de Kabul cuenta una historia diferente. Los talibanes ya están censurando fotografías de mujeres en vallas publicitarias y carteles. Pronto, las mujeres serán borradas de la esfera pública», defiende en unas duras líneas.
Afganistán, al igual que hace veinte años, vuelve a llenar las portadas de la prensa internacional. Su actualidad política ha hecho saltar las alarmas sobre el futuro de las mujeres en un país que, según el índice War, Peace and Security del Georgetown Institute, es el segundo más peligroso del mundo para ellas, tan solo superado por Yemen.
México: una pesadilla americana
Pero, en realidad, ¿cuánto nos pueden decir las cifras y cuánto se diluye la crudeza de la realidad en un pequeño número colocado en un ranking elaborado desde un país desarrollado? Quizás el periodista argentino Tomás Eloy Martínez tenía razón con aquello de que las cifras impactan, pero que son las historias las que conmueven.
En México, durante el primer semestre, se reportaron casi 1.900 feminicidios; en el mismo periodo, la cifra en Afganistán fue nueve veces menor
Un buen ejemplo de ello resulta México, un país americano considerado como una democracia de estilo occidental, como una nación pacífica a los ojos de la comunidad internacional. Lo cierto, sin embargo, es que las cifras de violencia, impunidad y desamparo que viven las mexicanas ponen en jaque a cualquiera de los supuestos anteriores: el año pasado, en ese país, fueron asesinadas más de 3.400 mujeres. Este año, durante el primer semestre, se reportaron casi 1.900 casos; en el mismo periodo, mientras tanto, la cifra en Afganistán fue nueve veces menor.
Sin embargo, en el ranking antes mencionado, México aparece en el puesto 103 (de un total de 167). Está por debajo de la media y, de hecho, sigue lejos de estar entre los 10 países más peligrosos para ser mujer: Yemen, Afganistán, Pakistán, Sudán del Sur, Irak, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Mali y Libia.
«Cuando una mujer sale de casa, nadie puede asegurar que volverá»
¿Pueden sentirse a salvo las mujeres de un país en el que desaparecen una mañana y son encontradas sin vida en terrenos anónimos al día siguiente, aunque el gobierno diga que la vida transcurre en paz? Parece que no. «Cuando una mujer sale de casa, nadie puede asegurar que volverá». Al teléfono está Patricia Olamendi, abogada mexicana, experta en temas de discriminación y en derechos humanos, feminista y ex representante de ONU Mujeres en Centroamérica. «Lo primero que hay que reconocer es que México no es un país en paz. Aquí, todos los días, se libra una batalla no reconocida por el gobierno: es la guerra del crimen organizado contra las mujeres».
Cada frase suya es inclemente como el disparo de una bala. «¿Cómo puede estar en paz un país en el que hay zonas, poblaciones, ocupadas totalmente por el crimen organizado? Áreas, por supuesto, en las que la violencia contra las mujeres es imparable», dice. Y zanja: «Las mujeres somos el botín de esa guerra». Olamendi retrata su país como un lugar en el que ser mujer significa vivir constantemente amenazada, mucho más si se es una niña.
¿Quién es, por tanto, el responsable de esta situación? Para la abogada, el gobierno es el responsable de que las mexicanas vivan ensombrecidas por la impunidad que impera, una situación que ha llevado a que el 98% de los casos de violencia contra las mujeres no se denuncien. Por miedo, por ignorancia y por indefensión. No duda en señalar a las autoridades locales de retocar las cifras a su conveniencia para negar el tamaño del monstruo silencioso que se cobra –de acuerdo con ella– la vida de hasta 20 mujeres cada día. «No son 10 mujeres asesinadas a diario, como dicen los medios; es el doble. Y el propio jefe de Estado, el presidente, ha negado la existencia de un problema gravísimo de violencia contra nosotras. Nos ha acusado de formar parte de un supuesto complot de la derecha en su contra. Es ridículo», se lamenta.
La forma en que se maquillan las cifras de mujeres asesinadas consiste, normalmente, en el hecho de que muchos jueces no clasifiquen a los feminicidios como tal. Muchos asesinatos de mujeres son tipificados como «homicidio doloso» u «homicidio culposo». Otros, directamente, ni siquiera son investigados. Por eso, al momento de ver las cifras de feminicidio, éstas siempre son más bajas, permitiendo a los gobernantes lanzar comunicados falsos con los que afirmar que el problema se está controlando.
En México, el año pasado –y teniendo en cuenta que hubo zonas confinadas por la pandemia– más de 67.000 mujeres pisaron un hospital con muestras de violencia de género: fracturas, lesiones faciales, heridas con objetos punzantes o con armas de fuego. «¿Es posible que en un país en paz suceda algo así?», se pregunta la abogada.
Olamendi disecciona el terror diario y habla de desapariciones, de cuerpos sin vida que aparecen en páramos sin dueño, de niñas que son secuestradas y obligadas a prostituirse. Tal como señala, el año pasado 5.000 mexicanas fueron reportadas como desaparecidas, teniendo el 85% de ellas –si es que siguen con vida– entre 12 y 17 años. Curiosamente, este fenómeno se da en zonas del país en las que hay gobernadores locales acusados de violación y en las que se sabe, además, que el tráfico de personas opera bajo el amparo de las autoridades. De nuevo, las cifras: según un informe de la ONU, en Afganistán, durante el primer semestre de 2021, se reportó el asesinato de 216 mujeres, mientras que en México fueron casi 1.900. Vivir en México siendo mujer es, según Olamendi, vivir con un miedo constante.
Un oasis de violencia
«La violencia puede alcanzar a cualquiera. No es una cuestión de estatus o de dinero» señala Arussi Unda, mercadóloga y activista –en el colectivo ‘Brujas del Mar– mexicana. Según la revista TIME, Unda fue una de las 100 personas más influyentes durante 2020, una distinción a la que también se sumaría la BBC. Fue gracias a su convocatoria para la gran marcha –sin precedentes– del 8-M en la Ciudad de México lo que le valió la atención mediática internacional.
Su charla con esta revista comienza con una anécdota del año pasado: aquel 8 de marzo, en el que tras su llamada millones de mexicanas decidieron unirse en una manifestación histórica para demostrar su parte fundamental en el funcionamiento de su país, una mujer apareció asesinada muy cerca de su casa. Esa misma tarde, en una entrevista, le preguntaron sobre la importancia de su lucha: «Si me lo preguntas en este momento, te diré que ninguna. Mañana será 9 de marzo, un día cualquiera, y otra mujer aparecerá muerta». Arussi confiesa que se arrepintió de aquellas palabras pero, desgraciadamente, la descontrolada crueldad que define los límites de la realidad en su país, le dio la razón: un año después, el 8 de marzo de 2021, otra mujer amaneció muerta a un par de kilómetros de su casa.
La guerra del actual gobierno contra las mujeres sólo exhibe la fragilidad de éste frente a un fenómeno descontrolado
Arussi defiende que la guerra del actual gobierno contra las mujeres sólo exhibe la fragilidad de éste frente a un fenómeno descontrolado que, hoy, aparece como la punta del iceberg de todas las actividades del crimen organizado.
Para ella, no sólo se trata de poner cifras en los medios, sino de entender que el machismo y la violencia en México está muy enraizada en la sociedad. Y, sobre todo, que ni el gobierno actual, ni cualquier otro partido político, cuentan con la voluntad para hacer frente al grave y urgente problema. «También hay que aprender a leer las cifras invisibles. Hay que considerar los feminicidios de las mujeres que siguen siendo invisibles para la sociedad y la justicia de este país. Me refiero a las mujeres indígenas y a las afromexicanas, pero también a las desaparecidas, porque aquí, si no hay cuerpo, no hay delito, y si no hay delito, no hay nada que perseguir», explica Unda. En su región natal, Veracruz, se sitúa la fosa clandestina con cadáveres no identificados más grande de América Latina.
¿Es la violencia algo propio de la pobreza, algo con un fuerte componente de clase? «No, si bien la falta de recursos es una limitación importante. También lo es el hecho de que muchas mujeres indígenas no hablen español y que, debido a eso, no puedan defenderse legalmente cuando son víctimas de abuso o de maltrato», responde. Pero para la entrevistada, este problema es estructural y sistemático: la base de la discriminación es por cuestión de género. «Tampoco es algo limitado a lo racial; aquí la violencia puede alcanzar a cualquiera», asegura, y habla sobre el asesinato de Abril Pérez Sagaón, la ex esposa del ex director de Amazon en México. «Ella –prosigue– era blanca, seguramente tenía dinero suficiente para permitirse un apoyo legal, médico, psicológico y, aún así, la violencia también la alcanzó. Antes de que la mataran, ya había denunciado palizas brutales que le daba su esposo». Once meses antes de que las balas de unos sicarios le quitaran la vida –en una cruel ironía, el 25 de noviembre de 2019, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres–, Sagaón pasó una semana hospitalizada debido a una fractura de cráneo causada por una paliza propinada por su ex esposo con un bate de béisbol. El presunto feminicida entró en prisión, pero a los pocos días salió; hoy aún es un prófugo de la justicia, estando perseguido por la Interpol. El caso sugiere nexos entre supuesto autor intelectual del asesinato y bandas criminales, además de corrupción judicial; ecos de la violencia cotidiana (y constante) que se vive en el país.
Durante la pandemia, el número de mujeres que ejercen la prostitución en las calles de la Ciudad de México y en la urbe de Puebla se duplicó
«Lo más grave es la reacción del gobierno, de las instituciones», defiende Arussi. «Si las mujeres –el 52% de la población– somos el enemigo de este gobierno, ¿para quién gobiernan?”. Según explica, el propio Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, ha señalado tanto a ella como a su colectivo –igual que a todo grupo o asociación que cuestione al gobierno– como «adversarios». «¿Dónde está la democracia si no se puede pensar diferente, si no se puede criticar o disentir? La situación en este país es preocupante», concluye.
Arussi no confía en ningún partido político, así como tampoco ningún candidato. En la actualidad, siete de cada diez empleos que se perdieron durante la pandemia fueron de mujeres, mientras que durante la pandemia el número de mujeres que ejercen la prostitución en las calles de la Ciudad de México y en la ciudad de Puebla se duplicó. «¿Por qué es un escándalo si se supone que es un trabajo? Pues porque precisamente no se trata de un trabajo. Son mujeres muriéndose de hambre y esa es la única salida que les queda. Quedan expuestas a infinidad de peligros como redes de trata, proxenetas, hombres violentos. La pobreza les obliga a tomar decisiones que en otras condiciones no tomarían. Es, sin duda, un proceso de deshumanización de la mujer. Y, encima, hay quien quiere legislar la prostitución. ¿De verdad alguien cree que las mujeres pueden obtener algún beneficio de algo semejante? Los únicos beneficiados de eso son quienes mercadean con ellas».
Según relata Arussi, para 2025 ni siquiera la mitad de las mexicanas que perdieron su empleo durante la pandemia recuperarán sus niveles de ingreso, cotización y consumo. Horizonte, este, que se alza muy oscuro para las mujeres de su país: uno en el que el que el presente, además, también aparece como una promesa rota.
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