Economía y ecología, un hogar (lingüístico) común
Poner límites al crecimiento es una tarea difícil que la etimología puede ayudarnos a resolver, haciéndonos reconsiderar nuestra visión del planeta y de sus recursos finitos desde el prefijo que une a ambas disciplinas: ‘eco’, u hogar.
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Economía y ecología son dos palabras de un uso tan reiterado que parecen habernos vuelto sordos a su mención, haciendo cada vez más difícil la capacidad de observar los problemas que engloban ambas disciplinas. La primera parece haberse convertido en un galimatías –cada vez más incomprensible– mientras que la segunda corre el peligro de quedarse relegada a un estrategia de marketing. Sin embargo, ambas palabras giran en torno al mismo concepto: la casa (nuestro planeta), su cuidado y su estudio.
El prefijo ‘eco’ proviene de la palabra griega oikos (οίκος), y es el núcleo de ambas. Su significado: hogar. En este sentido, la economía se configura como la administración de la casa, y no únicamente de la gestión de las riquezas, sino de la de un número limitado de recursos con el que vivir de la mejor forma posible. La ecología, por su parte, se entiende como la disciplina destinada al estudio del hogar o el hábitat; nacida en el seno de la biología y la geografía en el siglo XIX, un término que desde los años setenta se ha hecho muy presente debido a la emergencia a la que se enfrenta nuestro hogar común. Atendiendo a su etimología, economía y ecología nos hablan de nuestra forma de estar en la Tierra y cómo nos relacionamos con ella.
El problema llega cuando la economía se transforma en lo que Tales de Mileto llamaba «crematística», o «el arte de hacerse rico», considerada por los griegos como una actividad completamente deshumanizadora. Cuando la gestión de los recursos de los que se encarga la economía se desatiende en favor de la riqueza que generan, la razón de ser de la economía se desvanece. En esta línea, el incorrecto uso de los recursos del planeta se convierte en el principal motivo de la crisis ecológica que vivimos en nuestro planeta, en nuestro hogar.
Esta es la crisis de nuestra casa, un fenómeno que hace la Tierra cada vez más inhabitable y cuya resolución pasa por entender mejor su funcionamiento, sus procesos y límites. Aquí, la ecología puede brindarnos ese estudio, siempre que se haga desde el verdadero significado de la disciplina, que ha perdido parte de su fuerza inicial por no haberse tenido en consideración durante mucho tiempo.
Una nueva lectura de economía y ecología
Frente a un incesable crecimiento económico (crematístico) basado en las energías fósiles, la ecología ha tardado en interpretarse como un conjunto limitado de recursos cuya velocidad de consumo se hace insostenible en el tiempo. La primera en proponer tal planteamiento fue la científica ambiental, Donella Meadows, en su libro Los límites al crecimiento. En dicha publicación, encargada al MIT por El Club de Roma en 1972, Meadows y su equipo exponían cómo los ritmos de crecimiento de la industria, la población, la contaminación y la producción de alimentos, entre otros, eran completamente inabarcables, firmando con una advertencia: de no corregir el exceso, acabaremos por rebasar los límites de la Tierra.
Esta concepción de límite planetario supuso, en su día, una revolución, y llevó al equipo de Meadows a recibir duras críticas, especialmente desde el ámbito económico. Décadas después, en 2009, un estudio de la Universidad Nacional Australiana trató de definir una herramienta para ilustrar cuáles eran realmente estos límites –deforestación, uso del agua, acidificación de los océanos, etc– y cuáles de ellos se habían traspasado. En total, dos: la biodiversidad y el ciclo terrestre del nitrógeno. Al resto no les faltaba mucho tiempo y, de hecho, ya están empezando a traspasarse.
Se hace necesaria, así, una lectura conjunta de la ciencia de la casa y la ciencia encargada de gestionar sus recursos limitados. No solo necesitamos conocer, también implementar medidas que mitiguen las consecuencias de un crecimiento desmedido. Podemos tomar como ejemplo alternativas que han surgido durante los últimos años, desde la teoría francesa del ‘decrecimiento’ hasta los índices que se basan en el bienestar de las personas para indicar la salud económica de un país.
Sin embargo, todos estos cambios pasan por construir un nuevo imaginario social, replantear cómo queremos instalarnos en un mundo finito, compartido, donde el futuro no solo entienda de progreso, también de compensación de daños y de nuevos paradigmas. La etimología no es una guía estricta que delimite el significado de nuestras palabras, pero conocer el origen de la economía y la ecología puede ayudarnos a entender mejor cómo queremos cuidar nuestra casa.
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