Cultura

Festivales: ¿reinventarse o morir?

Una nueva ola de cancelaciones pone en la cuerda floja al sector de los festivales de música, que critica la falta de ayudas públicas para afrontar las pérdidas.

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03
marzo
2021

Ha sido el silencio el que, tras la pandemia, se ha erguido como lo único posible de discernir en los oídos. Las restricciones sociales prohíben las grandes multitudes y el toque de queda, como una persiana, impide el paso a toda vida nocturna. Casi todos los festivales han muerto. Al menos por el momento. Además, este verano se presenta incierto, ya que depende de una estrategia de vacunación que todavía no ha alcanzado velocidades suficientemente altas. La cancelación de una de las celebraciones más importantes del continente, el festival de Glastonbury (Inglaterra), sirve de presagio para una industria que, hasta hace poco, era un eje de la temporada estival; tanto en términos económicos como identitarios. También la recién anunciada cancelación del Primavera Sound (Barcelona), cuya edición vuelve a trasladarse al próximo año, es para el sector una tragedia que se desarrolla a cámara lenta.

«Los festivales ofrecen música en directo y un conjunto de actividades culturales que fomentan las relaciones sociales, la creatividad, la innovación y el emprendimiento», explica Belén Álvarez, asociada a la Asociación de Festivales de Música (FMA). El organismo no duda del potencial social que ofrecen estas celebraciones para el fomento del turismo nacional e internacional, así como la creación de puestos de trabajo. «En este momento la situación es muy incierta, pero hay que tener en cuenta que las pruebas piloto que se han hecho muestran que, aplicando las medidas de seguridad apropiadas, se pueden celebrar festivales de manera segura», señala. Álvarez se refiere a la prueba piloto que tuvo lugar en la Sala Apolo de Barcelona, donde se ensayaron medidas para poner en marcha conciertos con asistencias como el uso de tests rápidos, pruebas PCR y, por supuesto, la obligatoriedad de llevar mascarillas. Lo cierto es que, tal y como afirman desde la organización, aún hoy «no se sabe qué pasará en primavera y verano», si bien aseguran que «se está trabajando en un plan para hacer viable la celebración de estos eventos en 2021, atendiendo a un modelo más sostenible».

Francia permitirá los festivales durante el verano con aforos de 5.000 personas

A pesar del aumento del 166%, respecto a la convocatoria en 2019, de las ayudas ofrecidas por el Ministerio de Cultura, las pérdidas siguen siendo desorbitadas. El estímulo público se ha revelado insuficiente porque la música en directo tiene un impacto económico de un 50% en la industria y, además, porque la mayor parte de los festivales no han encontrado aún la posibilidad de reinventarse sin desvirtuar sus propios conceptos (y no sufrir, por tanto, las enormes pérdidas económicas que ello conlleva). Es el caso del Cruïlla, uno de los principales festivales barceloneses: tras alcanzar los 77.000 asistentes en 2019, se vio obligado a celebrar la edición anterior en una versión reducida, llamada Cruïlla XXS, que contó con un aforo máximo de tan solo 800 espectadores.

Algunos países europeos, como Francia, han confirmado que permitirán estas celebraciones durante el verano, si bien con numerosas limitaciones. En el caso galo, las limitaciones de aforo se cifrarían en 5.000 personas situadas a determinada distancia de seguridad. El horizonte, no obstante, sigue sin parecer positivo: el Ultra de Miami, referente en la música electrónica, también ha cancelado la edición que tenía prevista este verano. En el ámbito nacional, además del Primavera Sound, festivales menores como el 4EverFest (Valencia) ya han trasladado la decisión de no llevar a cabo su edición actual. Todavía quedan en el calendario otros festivales importantes –como el Sónar o el Mad Cool, entre otros–, pero la impresión es la de un constante equilibrio sobre alambre, ya que su celebración está unida directamente a la posibilidad de una ola vírica estival.

Los festivales ingresan más de 300 millones de euros solo con la venta de entradas

«Lo normal es que en 2021 haya un mínimo de actividad, pero se está hablando de que podría reducirse en un 65%», destaca Manuel López Pérez, director de la agencia de abogacía musical Sympathy For The Lawyer. Por el momento, según señala, no se aprecian iniciativas gubernamentales para mejorar la situación, a diferencia de lo que ocurre en algunos países de nuestro entorno. Es el caso del llamado «fondo de cancelación» puesto en marcha por Alemania. Como medida para incentivar la organización de los festivales, en caso de que los festivales se vieran obligados a cancelar la edición, el Estado aportaría parte de los 2.500 millones de euros reservados para sufragar algunos gastos, como los cachés de los artistas que, en ocasiones, se pagan por adelantado.

«La gran propuesta para poder gestionar un evento con un alto número de aforo sería un control en la puerta, demostrando la inmunidad con una cartilla de vacunación o realizando tests rápidos. Eso nos puede llevar a la principal esperanza de este año, que es tener a gente de pie y con un mayor aforo. Sin embargo, a partir de cierto número, esto deja de ser sostenible, tanto a nivel económico como logístico. El techo estaría entre las 10.000 y 15.000 personas», calcula. La falta de apoyo institucional, señalan desde la agencia, «es algo endémico en España, porque la música no cuenta con una política propia». Gran parte de las ayudas, indica el sector, debería destinarse a mantener una estructura mínima que permita a las organizaciones volver a presentar ediciones. Sin ellas, es posible que algunas terminen derrumbándose.

Los cultura crea el 3,5% del empleo español

Según la Online Business School (OBS), la producción económica de los festivales alcanza los 5.600 millones de euros al año. Las pérdidas por las cancelaciones en la pandemia, por otro lado, ascienden a más de 7.000 millones de euros. Hasta la llegada de la covid-19, la de los festivales era una de las industrias con mayor crecimiento gracias a su apuesta por los conciertos masivos frente a la intimidad de las salas privadas. Sin ir más lejos, en 2019 se llegaron a celebrar 900 festivales, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Solo con la venta de entradas, estas celebraciones ingresan más de 300 millones de euros.

El aspecto más económico de los festivales está relacionado con el conjunto de artistas nacionales e internacionales  que aparecen bajo un mismo cartel: es parte de lo que se conoce como turismo musical, que convierte a las ciudades en polos culturales que impulsan la economía local. Solo el Primavera Sound, uno de los festivales con mayor presencia internacional, atrajo en su última versión a 220.000 personas. El BBK Live riega a la ciudad de Bilbao, según la OBS, con 24 millones de euros. Según datos de la Unión de Agencias de Viajes, el turismo de eventos –que incluye los festivales de música– atrajo al 18% de los turistas que visitaron España en 2017.

La Unesco concibe la cultura como pieza fundamental en el desarrollo sostenible urbano

Gran parte de la importancia de los festivales se explica por el funcionamiento de la propia industria. «Desde la crisis de la piratería, no es posible separar la pata discográfica de la pata de la música en directo. Todo es un mismo ciclo: no se entiende un festival si no están saliendo discos, y no podemos sacar discos si no entendemos que luego estarán en vivo», indica López Pérez. La música se crea pensando en una audiencia y los festivales, hasta la pandemia, eran uno de los pilares de la industria cultural, que acoge a un 3,5% de los trabajadores en España. No solo hay músicos en los festivales, también trabajan los roadies –cuidan los instrumentos de las bandas–, los scaffolders –montan el escenario–, los guardias de seguridad, los fotógrafos y los camareros.

La cancelación de más de 20.000 conciertos durante el año pasado ha dejado huella. Al fin y al cabo, la cultura articula la vida urbana. La Unesco considera que es una pieza fundamental en el desarrollo sostenible urbano, como indica en este informe: «Sin ella no existirían las ciudades como espacios de vida dinámicos, serían tan solo construcciones de hormigón y acero proclives a la fractura y la degradación social». Actividades como los festivales de música promueven la cohesión social, y son una oportunidad para promover la construcción de una identidad y valores comunes. «El confinamiento ha demostrado que la música es necesaria incluso para la salud mental», afirman desde Sympathy For The Lawyer. «Además, la música apacigua diferencias, nos eleva respecto de ciertas consideraciones ideológicas que, en el fondo, son menores, porque tenemos la música en común». El barco parece hundirse, pero, en esta ocasión, la música ha dejado de sonar.

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