Innovación

Los robots se unen al pacto social

Estamos al borde de un huracán tecnológico que modificará la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Los economistas ya le han puesto nombre: «la Cuarta Revolución Industrial».

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19
julio
2017
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Las máquinas están penetrando en nuestras vidas. A gran escala y a toda velocidad. Nos encontramos al borde de un huracán tecnológico que modificará la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Los economistas ya le han puesto nombre: «la Cuarta Revolución Industrial». ¿Cómo conviviremos con los robots? ¿Cuál será su impacto sobre el empleo? Reunimos a diversos expertos en un debate organizado por Ethic y Telefónica para reflexionar sobre este desafío.

Foxconn es la mayor manufacturera de componentes electrónicos del mundo. El año pasado, anunció que había sustituido a 60.000 trabajadores en sus plantas de China. Sus puestos, hoy, están ocupados por robots. La compañía de seguros japonesa Fukoku Mutual Life Insurance ha anunciado este mismo año que va a reemplazar a 34 empleados por sistemas de inteligencia artificial, para realizar tareas administrativas. Según explicó la empresa en un comunicado, «la plataforma de software IBM Watson Explorer puede escanear y leer documentación de registros hospitalarios como historiales clínicos, las lesiones en el lugar de trabajo y los procesos administrados con el fin de establecer de formqa digital los pagos y detectar posibles fraudes». Todo, por medio de algoritmos que no incluyen factores tan humanos como error, despiste o desconocimiento. La máquina, que puede «analizar e interpretar todos los datos, incluyendo textos no estructurados, imágenes, audios y vídeos», no se cansa, no se enferma, no se da de baja. Trabaja las 24 horas del día al máximo rendimiento sin queja alguna, sin que medien derechos laborales.

Nada que merme la productividad. La Cuarta Revolución Industrial ya está sucediendo, y no hemos tenido tiempo para asumirlo, y menos aún para reaccionar. Una gran parte de la población mundial ni siquiera se ha enterado todavía. Se mantienen modelos productivos y de negocio que ya están obsoletos, cuya caída va a ser más sonada y dramática de lo que podemos imaginar. Prácticamente no se libra ni un solo sector: automoción, medicina, financiero, alimentación, ocio, cultura, comunicación… Esta misma hoja de papel sobre la que usted lee en estos momentos ya tiene un regusto vintage, casi nostálgico.

La rapidez del cambio escapa a la capacidad humana de percibirlo. Los datos son demasiado contundentes y se suceden a velocidad exponencial. Las habilidades más demandadas el año pasado no existían hace una década. Según la red de mujeres profesionales Womenalia, el 75% de las profesiones del futuro cercano aún no existen o se están creando. De acuerdo con un reciente estudio de dos economistas del MIT, hoy, por cada robot incluido en el tejido industrial, se destruye una media de seis empleos. La inteligencia artificial y la velocidad de las redes 5G serán las principales causantes de que, según coinciden muchos analistas, desaparezcan millones de empleos en pocos años.

Si uno se limita a los fríos datos, no cabe duda de que el futuro del mercado laboral se presenta apocalíptico. Eso es debido a que falta un elemento fundamental: reflexión, debate y, en definitiva, un nuevo y gran pacto social frente a la realidad que se avecina. «No debería consistir en un reparto de trabajo, como proponía Keynes», apunta Andrés Ortega, autor del libro La imparable marcha de los robots, en el que expresa su predicción de 20-30-50. «El 20% va a trabajar mucho y a ganar mucho. Y vivir de los rendimientos de su capital y sus inversiones. Un 30% va a trabajar mucho y ganar poco, aunque serán necesarios. Por ejemplo, los cuidadores sociales, sanitarios o jardineros. Y un 50% será sobrante. Este panorama no es sostenible», alerta, y clasifica: «Las categorías que no están en peligro inmediato son los trabajos no repetitivos y complejos, como farmacéutica, investigación, mecánica… Son las cualificaciones que, aunque estén fuera del entorno digital, aún no se verán dramáticamente afectadas. Y las más amenazadas son las tareas repetitivas y complejas, como los conductores, pilotos de líneas aéreas, comerciantes o brokers. Finalmente, las que ya están en fase de desaparición son las tareas simples y repetitivas, como en algunas fábricas o partes de la agricultura. Aquí la peor parte se la llevarán los países emergentes. Pero también las clases medias se van a ver muy afectadas, con gente altamente cualificada desplazada de sus trabajos o salarios. Y esto último es precisamente lo que alimenta movimientos populistas como el de Trump o el brexit».

Ortega da unas líneas que, en su opinión, debería seguir el gran pacto social: «No debemos olvidar que la economía digital también traerá muchas oportunidades. Habrá nuevas habilidades que se demandarán en el futuro y hoy ni imaginamos. Por eso la solución va a ser no tanto proteger el empleo como proteger a las personas. La educación va a ser fundamental, porque hoy faltan un millón de personas cualificadas tecnológicamente en Europa».

Raquel Roca, experta en transformación digital y autora de Knowmads: los trabajadores del futuro tiene una visión más optimista: «Creo que vamos a tener un buen futuro, está en nuestras manos. Los robots no vienen del cielo, los hemos creado nosotros, es algo que hemos decidido. Ha habido más innovación en los últimos 10 años que en los últimos dos siglos». Y apunta un problema que debemos atacar desde ya mismo: «La regulación debería estar en un cambio constante, y aún es un proceso demasiado complejo y lento. Hay que asumir que, incluso cuando regulas algo, casi inmediatamente hay que volver a hacerlo. Lo vemos con Uber y otras disrupciones tecnológicas, que aún no tienen encaje en muchos países. Pero se van encontrando nuevas vías para que estas nuevas propuestas entronquen con la sociedad. Al final, es la sociedad la que decide qué adopta y qué no, no lo olvidemos».

Según esta especialista, hay que afinar más con la terminología. «No debemos hablar de destrucción de trabajo, sino de sustitución. Es peligroso usar el término destruir, porque eso solo genera un exceso de miedo. En medicina, la inteligencia artificial es sin duda positiva, pero cuando nos adentramos en el sector laboral, es cuando nos entran los temores. Estamos a tiempo de decidir cómo queremos que sea el cambio, y aprovecharlo en nuestro favor». Apunta al que, considera, es el verdadero problema cuando hablamos de empleo: «La gran olvidada en esta transformación es la demografía. En 2050, la edad media en Europa será de 52 años. De cada tres personas en edad de jubilación, una estará en edad activa. Es urgente un cambio de mentalidad, no puede ser que en recursos humanos pongan una barrera de corte a los 40 años. A esa edad, te quedan más años de vida laboral por delante que los que llevas. Por eso es importante para las compañías ayudar a sus empleadores a entender ese nuevo entorno, a darles esa experiencia digital».

Todo esto, claro, necesita un marco regulatorio que dé herramientas y garantías. Grandes organismos como la OIT o el Fondo Monetario Internacional coinciden en los pronósticos, pero no en la soluciones. En nuestro propio país vemos cómo nuestros políticos no afrontan el debate de cara. «Vivimos en una sociedad occidental en la que ha habido mucha regulación, que hoy se ha quedado estrecha, y surgen nuevos trilemas éticos que no estaban regulados», opina la directora global de Ética y Sostenibilidad de Telefónica, Elena Valderrábano, y añade: «Hay nuevos modelos de funcionamiento, mercados, que se escapan a la regulación. Y pasa lo mismo en el campo laboral. Vivíamos en un modelo en el que, mal que bien, había una estabilidad: derechos, obligaciones, sindicatos… Que no responden a la realidad actual. Estamos en plena pugna de una realidad con la anterior. Pero lo que no cambia es la esencia humana, y tenemos que buscarnos en esa humanidad dentro de la digitalización. Va ser más necesaria que nunca la educación humanística que complete la formación digital. Yo, por ejemplo, veo la antropología como una ciencia que hoy es más importante que nunca».

En la misma línea opina Iñaki Ortega, director de Deusto Business School, que ha publicado numerosos estudios sobre la generación millennial: «Hay que hibridar la tecnología con la creatividad, las artes. Eso es lo que dará el elemento diferencial, no basta con la mera tecnificación. Luego, las industrias están siendo amenazadas por unos «insurgentes», los nuevos emprendedores. Antes, la propia industria alimentaba las barreras de entrada; hoy, la tecnología las ha echado por tierra. Ha democratizado el acceso y, con talento y cierta irreverencia, puedes enfrentarte a cualquier sector: la banca, la enseñanza online, las telecomunicaciones…». Ortega opina que estamos a punto de superar las crisis de valores. Solo faltan un par de generaciones: «Ejemplaridad, transparencia, derechos sociales… Las nuevas generaciones son nativas en estos conceptos, no solo en tecnología. La juventud siempre ha tenido ese idealismo, pero antes no tenía esas herramientas que da la tecnología. Hoy sí las tienen. No solo para cambiar las cosas en el ámbito económico, sino también el social y el político».

La educación es, por todo esto, un factor clave del cambio. Así opina el director de la Asociación Española de Economía Digital, José Luis Zimmermann: «Entramos en la economía digital, pero también debe ser la economía de la creatividad. Debemos formar en aquellas tareas más complejas, no solo técnicas, que son las que tienen más futuro». Coincide en la lacra regulatoria: «Hoy, un trabajador multiplataforma ocasional como el que promueven Uber, Airbnb o Amazon, tiene encaje en Estados Unidos, pero no en la legislación española. Aquí, o eres autónomo o dependiente. Y el trabajador debe ser cada vez menos dependiente y más ocasional».

Algunos especialistas opinan que, puesto que ya vamos por la cuarta revolución industrial, tenemos experiencia sobrada en resetearnos. «Creo en el carácter evolutivo de la especie humana», dice Sergio Colado, vicepresidente de Domotys, asociación de empresas domóticas. «Ya hemos pasado por esto muchas veces antes, siempre que hay un cambio importante, hay una destrucción y una evolución posterior». Y culmina con una pregunta para la reflexión: «La generación Z viene con la tecnología innata. Ahora solo somos capaces de ver esa pérdida de empleos frente a las máquinas. ¿Por qué no van a ser capaces las generaciones venideras de crear nuevos modelos de funcionamiento? Y más aún: ¿Por qué no van a ayudarnos, precisamente las máquinas, a soportar ese nuevo modelo?».

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