La burocracia y nosotros, que la queremos tanto
Independientemente de quién trate de reducir los trámites administrativos siempre acabamos inmersos en más, y cabe preguntarse por qué.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
A nadie le gusta la burocracia. Sin embargo, pasan los años y las décadas y parece que nunca tenemos suficiente, incluso cuando queremos deshacernos de parte de ella. En el ámbito universitario estadounidense se bromea refiriéndose a esto como el «síndrome de crear comisiones para tratar con los problemas que generan demasiadas comisiones». La creación del Ministerio de Desregulación en Argentina y el no oficial Departamento de Eficiencia Gubernamental en Estados Unidos (encabezado por Elon Musk) son el ejemplo más reciente de esto. Si uno atiende a la tendencia histórica, resulta difícil no pensar que ambos países estarán todavía más burocratizados en pocas décadas.
En parte porque muchas veces aquello que llamamos «desregulación» no es tal cosa, sino que principalmente es un cambio en la estructura regulatoria en beneficio de aquellos que lo han apoyado (previsiblemente, Musk promoverá iniciativas que beneficien a sus empresas en detrimento de la competencia). En parte, también, porque se confunde la burocracia pública con toda la burocracia. La realidad es que, en las últimas décadas, la externalización o privatización de servicios públicos en Occidente no ha hecho desaparecer la burocracia, sino que la ha trasladado al sector privado. Hasta tal punto que, según dijo el catedrático de Ciencias Políticas Carles Ramió en una reciente entrevista en el contexto de España, «al ciudadano ya no le martiriza la administración pública, sino las empresas privadas proveedoras de servicios esenciales y de interés general».
Se confunde la burocracia pública con toda la burocracia
Lo anterior es el resultado de la crítica a la burocracia desde lo que comúnmente llamamos «derecha política». La lógica es la siguiente: si dejamos que el acceso a recursos y servicios se gestione de manera inteligente a través del mercado cada vez más, la burocracia se simplificará. Desde este amplio espectro ideológico también se ve la burocracia como un problema a resolver siguiendo criterios meramente técnicos, aunque en el fondo esto está lejos de ser así. Por ejemplo, la próxima administración Trump hizo énfasis durante la campaña electoral en reducir considerablemente el gasto de las administraciones públicas. Sin embargo, el plan para expulsar a millones de inmigrantes ilegales supondrá (de conseguirse, cosa que está por ver) una cantidad enorme de papeleo y de dinero público solo en trámites de deportación. La inmigración, por supuesto, no es solo un fenómeno con dimensiones técnicas, sino también morales.
La crítica a la burocracia desde la derecha es simple intelectualmente, pero no se puede negar que el motivo de esta crítica existe. Cuando a los partidos políticos de lo que se entiende por izquierda se les pide iniciativas para reducir trámites, normalmente acaban adoptando versiones descafeinadas de su contraparte política. Por eso, dado que independientemente de quien lo intente cada vez acabamos con más papeleo de todo tipo, es pertinente preguntarse si lo que realmente pasa es que, en el fondo, nos gusta la burocracia y lo que esta tiene que ofrecernos.
Esto es lo que se planteó el antropólogo estadounidense David Graeber en su libro La utopía de las normas: de la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia. Para Graver, la razón última sobre por qué la burocracia nos resulta atractiva es porque a los seres humanos nos desagrada la arbitrariedad, y si a la vez parece que la odiamos es porque en nosotros existe la tensión entre el juego libre de la creatividad humana (totalmente arbitraria) y las normas que constantemente estamos creando para limitarla. A fin de cuentas, la libertad absoluta es, por definición, arbitraria. En su opinión, para nosotros la libertad significa vivir en un mundo totalmente predecible y exento de arbitrariedad.
Para Graver, la razón última sobre por qué la burocracia nos resulta atractiva es porque a los seres humanos nos desagrada la arbitrariedad
Sostiene que vivimos tratando de alcanzar una especie de utopía porque soñamos con un mundo donde todos conocen las reglas del juego, juegan según ellas y, además, aquellos que las siguen pueden llegar a ganar. Pero al mismo tiempo señala que, como suele pasar, las utopías acaban derivando en distopías, y en el caso de nuestras sociedades hiperreguladas se da la paradoja de que, en la búsqueda por liberarnos de la arbitrariedad, el uso de la burocracia ha servido para que, no pocas veces en la historia, una parte de la población prospere a costa del esfuerzo y el tiempo de los demás, creando así una enorme injusticia.
La postura de Graver no está construida desde la izquierda situada dentro del sistema, sino desde el pensamiento anarquista. Por tanto, es la visión de alguien que ve la figura del estado como una parte importante del problema, y en ese sentido paradójicamente su visión no difiere mucho de la de pensadores liberales contrarios a la intervención estatal. Graver, sin embargo, resiste la tentación de ofrecer soluciones fáciles. En lugar de eso, nos invita a reflexionar sobre que, si verdaderamente queremos reducir la burocracia, primero tenemos que admitir que la amamos inconscientemente, mientras pensamos que la odiamos cuando hacemos trámites en las oficinas de la Seguridad Social o de nuestro banco, o delante de una pantalla en nuestras casas.
COMENTARIOS