¿Se ha convertido el cansancio en una epidemia?
Cada vez más personas acuden a los consultorios médicos aquejadas de cansancio. En la gran mayoría, la dolencia no responde a daños fisiológicos. ¿A qué se debe este fenómeno?
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En 2020, el sociólogo e historiador francés Georges Vigarello publicó un ensayo en el que buscaba explicar cómo la sociedad actual ha llegado a normalizar términos como estrés, agotamiento o carga mental. En su Historia de la fatiga, hace un recorrido sobre cómo afectan la sensibilidad ciudadana tanto las estructuras sociales y laborales como las de la propia intimidad, desde la Edad Media hasta nuestros días.
En España, los médicos de familia están alertando del notable incremento de pacientes que acuden a consulta por encontrarse en extremo cansados y, fruto de este agotamiento, verse incapaces de realizar correctamente la mayoría de sus tareas cotidianas. Tras el análisis clínico, los facultativos se encuentran, en la gran mayoría de casos, con que no existe ninguna causa fisiológica en dicho cansancio. Según el estudio Mapa de la fatiga en España, realizado en 2021 por Sigma Dos para Laboratorios BOIMON, el 80% de los españoles reconoce haberse sentido fatigado tras el confinamiento por la pandemia de covid-19. Pero ¿es dicha fatiga producto exclusivo de aquella coyuntura? Si atendemos al ensayo de Vigarello, comprenderemos que existen, sin duda, más motivos.
La hipótesis que recorre su Historia de la fatiga es la de que el incremento extremo del cansancio en la sociedad occidental, durante los siglos XX y XXI, viene motivado por la ganancia, real o ficticia, de autonomía entre los individuos. Esta suerte de autonomía, libertad o emancipación en que nos vemos inmersos dificulta que la sepamos complementar con aquello que pueda obstaculizarla. Y cuando ocurre, surge la insatisfacción y el consecuente cansancio.
«Todo es posible si tú quieres»: esa es sin duda una máxima que dirige los comportamientos de gran parte de la sociedad actual. Pero las consecuencias son excesivas. Exceso de producción, de rendimiento y de comunicación fagocitan nuestra mente, sobreexponiéndonos a la dependencia de estímulos informativos y la necesidad de acelerar nuestras capacidades para poder consumir más de esos productos. Nos convertimos, según Vigarello, en «un consumidor que tiene el poder de decidir, un empleado que lo pierde y un ciudadano que lo reclama».
El exceso de positividad y de rendimiento y la sobreestimulación han llevado a un aumento de los niveles de estrés
En una línea similar, en su obra La sociedad del cansancio, el filósofo coreano Byung-Chul Han propone que la supuesta libertad adquirida en los últimos decenios es radicalmente falsa, y que los poderes fácticos han logrado instaurar una especie de dictadura de la positividad que deriva en la necesidad de aumentar el propio rendimiento. Así, las personas comienzan a autoexplotarse pensando que están realizándose.
Si a esta instauración de la positividad que fuerza un exceso de rendimiento, le sumamos el bombardeo de estímulos a que nos somete una cada vez mayor dependencia de las nuevas tecnologías, podemos comprender que un cansancio no provocado por daños fisiológicos afecte, en la actualidad, a un elevado porcentaje de la población.
¿Cómo impacta la facilidad para estar siempre «conectados» sobre nuestro rendimiento laboral? ¿Se basa el empleo, a día de hoy, en cumplimentar de manera eficiente las labores asignadas durante la jornada? ¿O continuamos trabajando fuera de dicho horario para lograr el rendimiento que permita el tan ansiado cumplimiento de objetivos? ¿El trabajo en entornos digitales permite que la atención se centre en la tarea asignada o la sobreestimulación recibida en dichos entornos impide la concentración adecuada?
Saliendo del entorno laboral, en nuestra vida privada, ¿cómo manejamos esta positividad autoimpuesta? ¿Podemos no sentirnos fatigados si necesitamos estar en contacto continuo con los demás? ¿Tenemos capacidad real para conocer todo aquello que los demás hacen o dicen, prestar atención continua a toda novedad que se nos presente e intentar adquirirla o experimentarla para no ser diferente del resto?
La sobrecarga laboral, la necesidad de uniformidad y el ansia de nuevas sensaciones que nos imponemos tienen como consecuencia lógica un aumento del estrés que redunda en alteraciones del sueño y, finalmente, en ese cansancio que ya parece ser pandémico, y la máxima «todo es posible si tú quieres» troca en frases como «no me da la vida» que son repetidas como mantra.
Pero la vida, mientras dura, sí da para ser realmente vivida. Ya hace siglos el escritor, político y militar Catón el Viejo (243 a.C.-149 a.C.) aseguraba que «nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, y nunca menos solo que cuando está consigo mismo». Detenernos a reflexionar con profundidad sobre nuestras propias necesidades, más allá de las que impone la actualidad, tal vez sea una de las mejores vías para frenar la expansión de la peligrosa epidemia de cansancio.
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