Sociedad
«La denuncia en redes es una respuesta a un vacío institucional»
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COLABORA2024
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No esperen un texto asfixiante ni una narración sumarial de su experiencia. Tampoco una reflexión sobre el estado emocional de una víctima o la teorización de lo abyecto. Lo que Neige Sinno ha escrito es algo distinto. Un libro complicado de describir pero que, en cualquier caso, subyuga, abre interrogantes, estruja y conmueve. Con ‘Triste tigre’ (Anagrama, 2024), la autora francesa ha recorrido su vida orbitando sobre lo más desgarrador y salvaje que le ha sucedido: las continuas agresiones sexuales de su padrastro desde los siete hasta los 14 años. En Francia, país donde nació en 1977, obtuvo un reconocimiento inmediato: ha vendido más de 300.000 ejemplares y obtuvo el premio Fémina o el Goncourt de los Estudiantes de 2023. Un fenómeno inesperado que se debe, según razona, a un factor coyuntural, a lo medular de su escritura y al azar de cualquier éxito literario.
Triste tigre es un libro orgánico. Da la sensación de que se va desarrollando a medida que pasan las páginas, pero tiene pasajes muy pensados y estructurados. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Me nació naturalmente, tenía mucho entusiasmo, pero también era consciente de que quería que el lector llegara hasta el final. Y para eso necesitaba algo muy vivo, muy luminoso, que está en la forma y no en el contenido, que es muy duro. Para compensarlo, necesitaba cierta ligereza que oculta la estructura de dónde iba con este libro. Y fue curioso: no todo se escribe igual y, en este caso, lo pospuse muchos años, pero cuando llegó el momento lo tenía pensado.
También hay extractos de libros como Lolita de Nabokov, El adversario de Emmanuel Carrère o de obras de Annie Ernaux. ¿Cómo decidió montar ese puzle literario?
Mi idea era poner algunos libros que lo atravesaran. Uno era Lolita y no en relación a su tema, sino lo que me ha pasado a mí. Había otros que quería mencionar por honestidad emocional. Y tenía estos y otros que surgieron por sorpresa. Hay una parte muy controlada y otra más imprevista. Pero no se trataba de contestar un cuestionario y marcar qué cumplía. Quería contar esto de forma híbrida. Utilizar una forma para hablar de incesto, de abuso sexual… y a la vez hablar de libros. Una hibridación peculiar porque es algo que crea un dolor, la parte autobiográfica, y otro que me causa placer, que es comentar libros. Porque hay un «yo» como testimonio y un «yo» como lectora que cuenta lo que gano al leer.
Llama la atención que, siendo un tema tan trágico, no se enmarque ni en el testimonio más visceral ni en la teorización basada en otros ensayos.
Hay un contexto muy creativo a nivel de América Latina y otros, como Maggie Nelson o Virginie Despentes, que lo hacen más desde el lado más teórico. Me han inspirado mucho y me llegué a preguntar si tenía que haber leído más de gente involucrada en este tema. Pero mi idea, la decisión que tomé, fue no ser especialista. Incluso consulté estadísticas también, pero no me centré demasiado en eso. No tengo por qué serlo: uno no tiene por qué ser especialista para atreverse a pensar. Es una postura que no sé si es política, pero sí es un lugar que me permite meter lecturas sin que sea totalmente erudita o especialista. Me tuve que limitar a mí misma porque si no nunca me sentaba a escribir. Y también estaba el no tener expectativas, aunque fuera un discurso vivido, que conocía.
«Uno no tiene por qué ser especialista para atreverse a pensar»
Es curioso cómo se evita dar detalles escabrosos de lo que sufrió, aunque haya algunos, pero sí analice su propio comportamiento, sus decisiones… ¿Hasta qué punto fue dura consigo misma?
Existe cierta crueldad en alguien que quiere observarse desde muy cerca. Si quieres ser honesto en la precisión de la observación, si quieres ir lejos, tienes que ser cruel. Y, a la vez, hay que mantener cierta distancia. Sé lo que estoy construyendo y esa perspectiva me permite contestar las preguntas incómodas que me voy a hacer a mí misma. No sé si es ser dura conmigo misma, pero es atreverme a ponerme en peligro. Un peligro emocional y literario. Se sabe desde el principio que va a ser duro, pero no quería que surgiera una descripción de una violación a una niña por sorpresa. Mi contrato con la lectora o el lector era que desde el principio hubiera un nivel de intensidad. Un contrato de lectura que, independientemente de su reacción, no quiere manipularle. Cuando vienen esas escenas, no son una construcción mental. Si no doy detalles claros de lo que es una agresión física a un niño, podemos estar en esa especulación que nos lleva a pensar que tal vez Lolita es una historia de amor.
«Existe cierta crueldad en alguien que quiere observarse desde muy cerca»
Antes hablaba de la falta de expectativas y, sin embargo, su libro ha vendido miles de copias y ha sumado premios. ¿Jamás esperaba esa repercusión?
Es interesante, porque cuando lo escribí (ahora llega a España tras un año) no tenía editor. Mis libros anteriores no tuvieron lectores y no me lo querían publicar. Así que al momento de escribirlo no tenía ni idea de lo que iba a pasar, pero ya tenía un lector o un interlocutor en mente. Era una conversación con alguien que puede ser un aliado o un enemigo. No quería escribir desde la rabia ni en contra de quien me lee, pero existía la posibilidad de que no hubiera ningún lector. Y sí sabía, después de 50 páginas, con la energía especial de este libro, que podía ser muy potente. Se lo mandé a mis amigas y la reacción fue muy fuerte. Su éxito fue una sorpresa, pero no total. Siempre es una conjunción de factores. Aunque siempre es una casualidad, influye el momento histórico. El otro día, Javier Cercas citaba a alguien diciendo que el éxito de un libro es un encuentro azaroso entre la obsesión personal del escritor y una obsesión de la sociedad. Lo que yo busco no es tener muchos lectores, pero sí que hay muchos casos semejantes que atraen a estos lectores.
Imagino que no dejan de ponerle ejemplos de otros alegatos parecidos, como el de Vanessa Springora en El consentimiento o el revuelo por el silencio de Alice Munro sobre los abusos de su marido.
Hay un linaje de escritoras, y más desde el MeToo, que escriben sobre agresiones sexuales en la infancia. El más conocido es el caso de Camille Kouchner, que ha sido una deflagración: hasta el presidente de Francia convocó una reunión para tratar el tema. Sé que esta conversación es social. Que estos temas, que han sido prohibidos, vetados, muy difíciles de abordar, se abrieron. Y es precioso que exista esa voz colectiva. Lo intento tomar como algo positivo, pero difícil cuando me quieren integrar a la fuerza en algo así.
En Triste tigre se habla de disociación, de una soledad proclive al maltrato, de los beneficios o repercusiones de las denuncias… ¿Cómo fue transcribir esas dudas?
Es un libro que asume sus propias contradicciones. No siempre pienso lo mismo ni siento lo mismo. Me da igual tener la razón: no es lo que se propone. Quiero organizar un contexto mejor para hacer algunas preguntas con más complejidad, más profundas. Estas contradicciones son parte del camino. Lo que me propongo a mí misma es que el lector comparta un poco este proceso de altibajos. Quería mimetizar esta vivencia de qué es vivir con una pregunta sin respuesta todo el tiempo. Es algo muy incómodo y quiero que se refleje en el libro. Hay muchos que me dicen que no está muy claro, y es que no quiero que esté. Una lectura es una experiencia que se vive. Y la contradicción o la complejidad de llegar a una respuesta es parte de una respuesta.
Una de las palabras más sonadas en los últimos años es «empoderamiento femenino», aunque haya mujeres a las que no les convenza el término. ¿Cree que este libro es un ejercicio de empoderamiento?
Puede que sí. No rechazo el término. Me parece interesante porque una de las cosas que tenía muy claras era que iba a empezar con el agresor. Con una presencia muy dominante y, a través del texto, deconstruir esa dominación. Deconstruir el poder del victimario o del agresor, esa fascinación por la violencia, es empoderamiento. Construir una perspectiva desde la vulnerabilidad. No robarle el lugar, sino situarse en uno desde el que se pueda observar el funcionamiento de ese poder y encontrar otras fuerzas con las que manejarse. Algo que se opone a un tirano. Es muy importante para mí el valor de ponerse a pensar. Es lo que quiero transmitir. Si te atreves a pensar estas cosas, creo que es una lectura empoderante.
En los últimos días ha saltado en España un escándalo por las supuestas agresiones sexuales de un político de izquierdas a varias mujeres. Se ha criticado que lo hayan denunciado de forma anónima justo en el momento del juicio de Gisèle Pelicot y la proclamación de que «la vergüenza tiene que cambiar de lado». ¿Qué le parece?
No hay una respuesta clara para la denuncia, no hay un solo camino. Es muy difícil tomar decisiones y no las hay buenas o malas. En eso consiste ser adulto: tener un camino donde tomar decisiones. Nada está hecho de antemano. Para mí, la complejidad es más importante que tener una respuesta. Ahora hay muchos casos que me hacen pensar. Y, como soy escritora, necesito mucho tiempo, mucha observación. Si la denuncia es anónima, hay una razón. Antes de juzgar tenemos que pensar por qué no tomar el camino que sería el de la justicia clásica. El hecho de que exista esa denuncia en redes es una respuesta a un vacío institucional. No sé si es la respuesta, pero me gusta observar las cosas que no funcionan bien en este sistema.
«No hay una respuesta clara para la denuncia, no hay un solo camino»
En algún momento afirma que para poder escribir ha tomado distancia y que ha sido capaz de enfrentarse a su historia personal. En otros asegura que nadie es libre después de algo tan grave. ¿Hay forma de pasar página ante el abuso infantil?
Mi respuesta a esta pregunta nunca va a ser igual. Escucho a gente que cerró el capítulo y es libre. En mi caso, la perspectiva que me asoma es la de que esta herida es mi herida, que a veces duele menos y otras más. Una amiga dice que es como una prótesis de una amputación. Entiendo que hay personas que pueden vivir liberándose, pero no es mi caso: tengo 47 años y aquí estoy, escribiendo. Pero es normal que no tenga paz, porque hay muchos casos de lo que está pasando y me afectan. Es una prisión que me hace menos libre, pero vivo con esto, igual que mucha otra gente.
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