Siglo XXI
«La felicidad hay que generarla desde fuera, con políticas que mejoren la vida de la gente»
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A priori podría parecer que se trata de un estado altamente subjetivo, casi inefable, pero, para Alejandro Cencerrado, la felicidad se puede medir. De hecho, este científico de datos ha calculado su propia felicidad durante años. Licenciado en Ciencias Físicas, Cencerrado es analista en jefe de The Happiness Research Institute en Copenhague y autor del libro ‘En defensa de la infelicidad’ (Destino, 2022).
Te dedicas a la medición de la felicidad. ¿Cómo se mide ese estado que ha hecho cavilar durante siglos a los filósofos?
Para medir la felicidad, no tenemos –por suerte o por desgracia [risas]– cascos que midan la actividad del cerebro. Es preguntar a la gente si su día ha sido bueno o malo. Normalmente preguntamos por la satisfacción con la vida: cómo de satisfecho estás en una escala de 0 a 10, donde 10 sería la mejor vida posible y 0 la peor. A mí me gusta más la medida que llamamos afectiva, que es diaria. En la que preguntamos cómo ha ido tu día o si te gustaría que el día de hoy se repitiera mañana. Y, de nuevo, en una escala de 0 a 10, la gente nos responde, y luego, cuando tienes miles de personas que te han contestado, pues te puedes hacer una idea de quién está mejor, quién peor. Normalmente vemos que quien responde con un valor menor en esas escalas suele ser gente que se siente sola. Ese hallazgo tan básico puede ayudar a las instituciones a centrarse en reducir la soledad, que es algo que con cualquier otra métrica no lo verías, porque tu país puede ir muy bien económicamente, los trabajadores pueden ser súper productivos, pero luego puedes tener un montón de población que se siente sola, niños que sufren abuso, personas mayores que no ven a sus nietos… Y eso pasa desapercibido en otras métricas, así que por eso es muy importante medirla.
«La felicidad a largo plazo es cómo recuerdas tu vida»
¿Y qué es, según tu perspectiva, un «día feliz»?
Para mí, un día feliz es uno en el que estoy rodeado de amigos, de familia, en que no tenga ninguna preocupación por el futuro. Pero, si hablamos en genérico, un día feliz depende de muchas cosas. Siempre decimos que la felicidad es como un puzle y, a veces, aunque te falte solo una pieza y tengas el puzle casi entero, pues no estás bien. Una persona mayor, que tiene a sus hijos en otra ciudad, se ha quedado viudo recientemente y cuyos hermanos se han muerto… Esa persona suele estar muy, muy, mal.
¿Cuáles son los factores que más impactan sobre los niveles de felicidad?
El que más, sin duda, es la relación con los demás. La soledad es una de las emociones más claras de nuestra relación con los demás, pero en general todas nuestras emociones están enfocadas hacia la tribu. Por una razón evolutiva: la mejor forma de sobrevivir para un ser humano no es ser el más fuerte ni el más rápido, sino saber rodearse de una tribu que le proteja. Y luego obviamente hay otros factores: si no tienes dinero ni para comer, si tienes mala salud, eso puede eclipsar el resto de cosas. Aunque también hemos visto que enfermedades como el párkinson se llevan muy bien si el paciente tiene un círculo cercano que le ayude. O sea que, en general, casi que el mejor tratamiento que le puedes dar a cualquier persona es ayudarle a rodearse de una comunidad que le apoye.
«Los días malos son inevitables, incluso necesarios»
Hablando un día con el neurobiólogo David Bueno, me decía que es importante distinguir la felicidad del bienestar. Pues la felicidad tiene picos placenteros pero efímeros y por eso el bienestar es mucho más plano y a la vez más sostenible. ¿Por qué entonces insistimos en pensarnos en términos de si somos felices o infelices? ¿En esa «tiranía de la felicidad»?
Esta es una discusión importante. De hecho, Kaneman la planteaba así: cuando vuelves de viaje, qué preferirías, ¿haber tenido un viaje súper feliz pero recordarlo mediocre o haber tenido un viaje con altibajos y momentos desagradables pero recordarlo muy bien? O sea, la diferencia entre lo que has sentido a lo largo del tiempo y lo que acabas recordando. A mí me parece que esa diferenciación que hace David Bueno se parece un poco a eso. Porque la vida está llena de altibajos, es así, llamémoslo placer, llamémoslo bienestar, llamémoslo felicidad pasajera, lo que tú quieras, así es como está hecho nuestro cerebro. ¿Qué es, entonces, un bienestar a largo plazo? Pues teniendo en cuenta que nuestro cerebro está hecho así, una felicidad a largo plazo es cómo recuerdas tu vida. Yo no tengo muy claro qué es lo que quiero de entre esas dos.
¿Por qué?
Durante mucho tiempo me dije a mí mismo que para mí un año feliz eran 365 días buenos. Y al investigar mi propia felicidad por 20 años me he dado cuenta de que eso es imposible, que los días malos son inevitables, incluso necesarios para valorar los buenos. Así que me cambió un poco la mentalidad, pero me siento un poco perdido ahora honestamente porque, ¿qué es entonces un año feliz? Si realmente la felicidad fluctúa continuamente, ¿cómo debemos definir la felicidad? ¿Como el recuerdo que tienes del año, como hacer cosas que tienen sentido aunque sufras haciéndolas, como subir una montaña, que es algo muy sacrificado pero cuando la gente llega arriba dice «ha merecido la pena»? Ese soy yo, no tengo una respuesta clara. Luego está la otra perspectiva, y en esto estoy de acuerdo con lo que dices, que la vida no puede consistir en estar continuamente excitados. Y en eso nuestra sociedad se ha pasado al otro lado. Ahora es imposible aburrirse porque siempre tienes el móvil a mano, puedes ver la tele, nunca tenemos ningún momento de sufrimiento. Y al final eso es casi peor, porque el aburrimiento realmente no es no tener nada que hacer sino que es una abstinencia de excitación. Cuando has tenido una vida muy estresante y de repente paras es cuando te aburres. La historia de la humanidad ha sido siempre no tener nada que hacer el 95% del tiempo. Pero ahora esa parada de actividad no la soportamos.
«Evolutivamente, no tiene demasiado sentido estar siempre bien; el cerebro está hecho para que nunca nos estanquemos»
Hablemos de subjetividad: ¿la felicidad se juega siempre en el campo de la percepción? ¿Cómo funcionan sus «ciclos internos»?
La felicidad yo no me la imagino sin ser subjetiva. Nada es bueno o malo objetivamente. Hay gente que vive situaciones que tú dirías que serían horribles para la felicidad y ellos están bien. Para mí la felicidad es algo subjetivo, y en el Instituto lo presentamos siempre así. No hay nadie que sepa más cuán feliz es que la persona misma. En cuanto a los ciclos internos, esto es algo que he visto muy claramente en mi propio estudio de la felicidad. Llegas a casa en un día muy frío y el calor te hace feliz, pero al cabo de diez minutos ya no te resulta nada acogedor, te empiezas a sentir aburrido, necesitas salir otra vez. Estamos continuamente en ese ciclo de conseguir algo bueno, adaptarnos a eso, necesitar otra cosa, conseguirla, adaptarnos, es siempre así. Lo vi muy claro en mis propios datos, sobre todo hace 10 años que empecé a ver unas subidas y unas bajadas muy claras de unos 15 días con una pareja que tuve. Me puse a mirar los datos y vi que esos ciclos estaban por todas partes. Creo que es algo que hay dentro de nuestro cerebro que es necesario para no estancarnos. Si tú estuvieras bien continuamente, tumbada en el sofá, pues no necesitarías salir por comida, a por pareja, te morirías feliz pero sola y sin descendientes. Entonces, evolutivamente, no tiene demasiado sentido estar siempre bien [risas]. La felicidad es como el caramelito que nos da el cerebro cuando hemos conseguido algo bueno, pero el caramelo se acaba y te tienes que plantear unos objetivos nuevos. Y esa es la razón por la que, llegues lo lejos que llegues –acabas la carrera, apruebas exámenes…– eso te va haciendo feliz y supuestamente deberías estar cada vez mejor, pero no lo estás –te compras una casa, tienes hijos–, y la vida sigue teniendo sus partes buenas y sus partes malas. Y es porque el cerebro está hecho para que nunca nos estanquemos.
¿Y qué rol juega la memoria?
Yo tengo un diario de varios años y tengo la suerte de poder revisar épocas pasadas y ver si lo que yo pensaba que había sido un viaje súper feliz fue realmente tan feliz como yo pensaba, y al revés, si la relación con mi expareja fue tan tormentosa como la recuerdo. Y nunca es así. Del pasado solemos recordar los momentos más emocionantes y el final de cada etapa. Entonces pues con nuestras exparejas, por ejemplo, el final suele ser tormentoso y nos quedamos con que toda la relación fue así. Pero las cosas nunca son tan buenas o tan malas como creemos que son. La memoria nos juega una mala pasada en ese sentido.
«La felicidad es como el caramelito que nos da el cerebro cuando hemos conseguido algo bueno, pero este se acaba y te tienes que plantear unos objetivos nuevos»
Naciones Unidas publica el informe mundial sobre la felicidad entre los ciudadanos de más de 150 naciones. ¿Qué diferencia a los países felices?
Pensando sobre todo en los países nórdicos, es el estado de bienestar. Los daneses no son felices porque sean todos unos budas y hayan aprendido todos un montón sobre inteligencia emocional. Son felices porque hay muy poca gente en el paro, quien tiene problemas de salud mental recibe ayuda, quien vive en la calle rápidamente tiene a los pies a un trabajador social que lo lleva a un sitio en el que de verdad le ayudan. En general, es una sociedad que ha sabido hacerlo muy bien, en la que la gente paga impuestos feliz porque sabe que sus impuestos van a repercutir en la sociedad.
En esa misma línea, ¿cuánto tiene de social el sentimiento de felicidad? ¿Cuánto hay de cultural?
Mucho. Es algo que se nota mucho con la soledad. Lejos de lo que cabe esperar, en los países nórdicos la gente se siente mucho menos sola que en España. Es muy difícil de comprender sobre todo cuando has vivido allí y te das cuenta de lo frías que son las relaciones; los vecinos nunca te saludan, es imposible que los compañeros de trabajo te inviten a tomar una cerveza. Pero cuando has vivido siempre en un lugar en el que las relaciones son así, pues no te sientes solo. No es una cuestión de cuánta gente ves a lo largo de un mes, o de cuántos amigos tienes, sino de cómo te comparas con los demás, cómo es la cultura en tu país. Hay culturas que le dan más importancia a unas cosas y menos a otras. En Estados Unidos, ahora mismo se da mucha importancia al trabajo, a la autoestima profesional, a tener dinero, y la felicidad ronda en torno a eso. Esos factores cuentan, pero nuestros genes están hechos de una manera y aunque puede haber culturas distintas que se enfocan más en una dimensión u otra, al final las relaciones sociales son siempre clave. De hecho, en Estados Unidos se han hecho estudios en los que se ha visto que haberse convertido en una sociedad tan materialista ha tenido un impacto muy negativo en la felicidad de la gente.
«Por mucho ‘mindfulness’ que hagas, si sales del trabajo a las 8 de la noche y no ves a tus hijos crecer porque te explotan, es muy difícil que seas feliz»
Cada vez son más altas las tasas de trastornos de salud mental como la ansiedad y la depresión. ¿Qué habría que hacer desde la política pública para fomentar la felicidad de la población?
Es una pregunta muy importante porque el mundo de la felicidad ha enfocado mucho el problema en nosotros mismos, en que tenemos que dejar de pensar, hacer mindfulness, en que la felicidad la llevas dentro… Y desde el Instituto pensamos, más bien, que la felicidad hay que generarla desde fuera, desarrollando políticas que mejoren la vida de la gente. Porque, por mucho mindfulness que hagas, si sales del trabajo a las 8 de la noche y no ves a tus hijos crecer porque tienes que trabajar y te explotan, es muy difícil que seas feliz. Entonces, me parece que es el tema más relevante y al que menos atención se le presta. Desde la política hay muchísimas cosas que se pueden hacer. Desarrollar comunidades en las que relacionarte con los demás sea sencillo. Eso se echa mucho de menos en España. Somos una sociedad muy social, pero en cuanto empiezas a tener problemas de movilidad, tus hijos viven fuera, el problema se acrecienta. Vivimos en comunidades en las que solo te cruzas con el vecino cuando te montas en el ascensor, en la calle está todo lleno de coches, no hay lugares comunes en los que sentarte. En ese sentido, el urbanismo, los alcaldes, pueden hacer mucho para generar ciudades más amables para la gente. Que los niños puedan volver a jugar en la calle y los vecinos puedan volver a sentarse para charlar en la puerta de casa. Esa sería una medida muy fácil de llevar a cabo y que solo requiere de cierta voluntad política. Luego tenemos un grave problema en España con el trabajo. Estamos, como siempre, enfocados en la productividad, «cómo vamos a reducir la jornada laboral, el PIB se va a caer, las empresas se van a hundir». Y resulta que España es el país de la Unión Europea en el que más trabajadores dicen que no tienen tiempo para ver a sus familias, a sus hijos y a sus amigos por culpa del trabajo. Y esta es una fuente de infelicidad enorme. Obviamente, si la mayor parte de tu tiempo la pasas delante de un ordenador esperando a que tu jefe se vaya para poder irte, pues muy feliz no puedes ser.
Esa sería la relación entre la felicidad y el derecho al tiempo…
Yo he analizado mucho los datos de la encuesta European Working Conditions, en la que se pregunta a los trabajadores sobre sus condiciones laborales, si se llevan bien con sus jefes, si tienen suficiente tiempo para ver a la familia… Estuve analizando qué afectaba más a los trabajadores que tenían problemas de ansiedad, y el primero o segundo factor más importante era tener suficiente tiempo para ver a la familia y amigos. Llegué a la conclusión de que se podrían reducir o evitar totalmente los problemas de ansiedad de la población trabajadora si se redujera la jornada laboral lo suficiente para que la gente tenga tiempo para estar con su familia. Pareciera que lo único que hay que hacer con los trastornos mentales es contratar a un psicólogo. En realidad, lo que hay que hacer es mejorar las condiciones laborales de la gente. Esa es la mayor fuente de ansiedad.
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