Sociedad

El sueño americano

Desde aquellos años ochenta, donde Ronald Reagan encarnaba al vaquero justiciero que venía a rescatar a América de las garras del comunismo y la decadencia, hasta este presente incierto y convulso, el sueño americano ha sido como un decorado de cartón piedra.

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27
noviembre
2024

Aquel fulgor cegador, ese neón que deslumbraba desde las pantallas, desde las marquesinas imposibles de un Hollywood que prometía paraísos, ¿era ese el sueño americano? O quizás fuera aquel Cadillac descapotable rugiendo por las autopistas infinitas, con la melena al viento y la radio atronando con Elvis o los Beach Boys. O tal vez, simplemente, una casa con jardín, un perro correteando por el césped y la barbacoa humeando los domingos por la tarde. El sueño americano… esa quimera que ha ido mutando como un camaleón, adaptándose a los tiempos, a las crisis, a las esperanzas y a las frustraciones de una sociedad que se observa a sí misma en el espejo distorsionado de su propia propaganda.

Desde aquellos años ochenta, donde Ronald Reagan encarnaba al vaquero justiciero que venía a rescatar a América de las garras del comunismo y la decadencia, hasta este presente incierto y convulso, el sueño americano ha sido como un decorado de cartón piedra, una fachada reluciente tras la que se ocultan las grietas, las miserias y las contradicciones de una nación que se debate entre su grandeza y sus demonios.

Porque el sueño americano no es más que eso, un sueño. Un producto de marketing, una idea brillante que prendió en el imaginario colectivo como una promesa, como un anhelo, como un billete de lotería que todos creían poder ganar. Un espejismo tejido con los hilos del individualismo, la meritocracia y la fe ciega en el progreso, que se vendía al mundo como la fórmula mágica para alcanzar la felicidad. ¿Y por qué no? Es placentero para la mente pensar que el sueño americano existe, es viable, es posible, extrapolado al sueño de cada país, cada persona, cada paso profesional.

El sueño americano es un espejismo tejido con los hilos del individualismo, la meritocracia y la fe ciega en el progreso

Pero ¿de dónde surge esta ensoñación? ¿Cuál es su origen? Ahí es donde la cosa se pone interesante. Porque el sueño americano no brotó de la nada, como una flor en el desierto. Es un producto de su tiempo, un hijo de la Ilustración y la Revolución Francesa, amamantado con las ideas de libertad, igualdad y búsqueda de la felicidad. Un cóctel explosivo que, agitado con la energía desbordante de una nación joven y ambiciosa, dio como resultado esa mitología del self-made man, del hombre hecho a sí mismo, capaz de partir de la nada y alcanzar la cima con su esfuerzo y su talento.

Un mito, sí, pero un mito poderoso, capaz de movilizar montañas, de levantar imperios, de convertir a Estados Unidos en la potencia hegemónica del siglo XX. Un mito que se exportaba al mundo a través del cine, la música, la televisión, creando una imagen idealizada de la sociedad americana, un paraíso de oportunidades donde cualquiera podía triunfar si se lo proponía.

Y qué buenos son, los americanos, creando espectáculo, construyendo relatos épicos, vendiendo ilusiones. Hollywood, la fábrica de sueños, ha sido la gran maquinaria propagandística del sueño americano, la encargada de difundir esa imagen idílica, de convertir a actores y actrices en dioses y diosas, de hacernos creer que la vida era una película con final feliz.

Pero detrás del celuloide la realidad era otra. Las desigualdades sociales, la discriminación racial, la pobreza, la violencia, todos esos problemas que la pantalla se empeñaba en ocultar, seguían ahí, agazapados en las sombras, esperando su momento. Y mientras el mundo se maravillaba con los fuegos artificiales del espectáculo americano, las grietas del sistema se iban haciendo cada vez más profundas.

Demócratas y republicanos se han disputado el control de la narrativa

La política, por supuesto, ha jugado un papel fundamental en la construcción y la deconstrucción del sueño americano. Los dos grandes partidos, demócratas y republicanos, se han disputado el control de la narrativa, ofreciendo versiones distintas, a veces contradictorias, de ese ideal. Los demócratas, herederos del New Deal (un conjunto de programas y reformas de Franklin D. Roosevelt para combatir la Gran Depresión) y la lucha por los derechos civiles, han defendido un sueño americano más inclusivo, basado en la justicia social y la igualdad de oportunidades. Los republicanos, en cambio, han abrazado la idea del individuo como motor del progreso, defendiendo la libertad de empresa, el libre mercado y la reducción del papel del Estado.

Dos visiones enfrentadas que reflejan las tensiones internas de la sociedad americana, una sociedad que se debate entre la nostalgia de un pasado idealizado y la incertidumbre de un futuro incierto. Una sociedad que, a pesar de todo, sigue aferrada a la idea del sueño americano, aunque ese sueño se haya convertido en una promesa vacía para muchos.

Porque la realidad es tozuda, y nos dice que el imaginario de ilusión se ha convertido en un lujo que solo unos pocos pueden permitirse. Y mientras tanto, las tradiciones americanas, esos pilares que sostenían el edificio del sueño americano, se van desmoronando. La familia, la religión, el patriotismo, esos valores que antes servían como cemento social, han perdido fuerza en una sociedad cada vez más individualista, fragmentada y polarizada. Ese recorrido muestra que el buen americano no es solo el que frecuenta la iglesia todos los domingos: es el americano que necesita progresar y que lucha para terminar con la lacra racial con la coletilla «con la ayuda de Dios».

Acaso lo veamos encarnado en la figura del emprendedor tecnológico, del visionario que crea imperios digitales desde el garaje de su casa, o en el activista que lucha contra la injusticia social, contra el cambio climático, contra la intolerancia. O quizás el sueño americano se fragmente, se atomice, se convierta en una miríada de sueños individuales, cada uno con su propia definición, con sus propias aspiraciones, con sus propios espejismos.

¿Sabrá reinventar su sueño, o se quedará atrapada en la nostalgia de un pasado glorioso que ya no volverá?

Lo que es seguro es que el futuro depara nuevas sorpresas, nuevos desafíos, nuevas incertidumbres. El mundo se tambalea, las viejas certezas se desmoronan, y el horizonte se dibuja borroso e impredecible. ¿Sabrá América encontrar su lugar en este nuevo escenario? ¿Sabrá reinventar su sueño, o se quedará atrapada en la nostalgia de un pasado glorioso que ya no volverá?

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Santiago Navajas reflexiona sobre asuntos como el pensamiento crítico, la democracia o el poder en el presente.

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